lunes, 8 de agosto de 2011

LLamándolo (cuento fantástico)






Llamándolo


Por Mir Rodríguez Corderí


Ella discó el código internacional, el código de área y el número del celular.
El dijo “¡bueno!”.
Ella sintió un ligero estremecimiento por toda la espina dorsal.
Una suerte de escalofrío por  el plexo solar.
Y un pinchazo casi eléctrico en la rodilla derecha.
No habrían pasado 5 segundos y cortó.
Sabía que él se encontraba ese día con su amigo del alma, domiciliado en EEUU, en una zona de grandes  nevadas y anonimato asegurado.
Era consciente que ese amigo no venía varias veces en el año.  Ni siquiera todos los años.
Sabía a la perfección la importancia de la visita de ese sujeto para su amado.
Pero nada le impidió sentirse minúscula y, por ende, ridículamente abandonada.
Ella era sumamente orgullosa.
Con un sentido del honor casi medieval, posiblemente fuera de tono.

Había despertado con una mezcla de terror por lo soñado  y alivio por constatar que se había tratado de un sueño.
Se había visto enmarañada en  una telaraña de proporciones gigantescas.
En el vértice superior había dos arañas de más de metro y medio cada una, que tenían el rostro humano, patas flexibles e inquietas, muy peludas, muy laboriosas, tejiendo y tejiendo sin cesar.
Eran una pareja, macho y hembra, cosa que supo por sus caras,  las que no podía distinguir al principio con claridad.
Ella yacía atrapada por esos hilos, atada de pies y manos, movida de a ratos como títere, obligada a hacer cosas que jamás hubiera imaginado ser capaz.



Cada mediodía la alimentaba otro espécimen más difícil de determinar, que venía tapado por esas telas pao pao con las que se protegen las plantas de los rigores de las heladas en pleno invierno. Blanca, deformante, como si de una gran gasa elástica se tratara. 
Le daba de comer pedazos de carne humana que le causaban un asco espantoso ni bien las veía.  Ni hablar de la repugnancia que le quedaba en el estómago cuando las masticaba y tragaba.  Invariablemente vomitaba hasta quedar totalmente exhausta. 
Lo único que había podido deducir era que ese monstruoso alimentador era médico y se llamaba K. 
Ella llegó a pensar si no estaría metida en medio de un cuento de Kafka, sin darse cuenta que sólo era un sueño.

Era aún  madrugada. Llovía torrencialmente. Había quedado sin fuerzas después de devolver una aorta y una vena cava completa, cuando repentinamente un relámpago iluminó todo el recinto, de manera que pudo distinguir la cara del macho, que siempre dormía de cúbito dorsal con la cabeza cayendo. 
La sorpresa la cortó en dos hemisferios longitudinales y siguió zahiriéndola por todo el resto del día: era él, su amado. 
¿Cómo podía ser posible que él la sometiera a tamaño ultraje? ¿Cómo era capaz de permitir que ella permaneciera esclavizada de esa telaraña, alimentada con restos humanos, absolutamente aterrorizada las 24 horas de cada día?  
Y, a propósito, ¿quién era esa fémina que lo acompañaba en la tortura? Sintió tal desazón que no pudo recuperar el sueño.

Se había planteado un único propósito: ver la cara de la hembra.  Estaba convencida que allí estaba el secreto que develaría toda la trama, que haría que ella entendiera la razón de tamaña sinrazón.
Para ello esperó, no sin impaciencia, la próxima tormenta. 
Como además tendría que procurarse cierto movimiento, dado que la araña femenina dormía tirada hacia atrás , aunque totalmente de espaldas, lo cual le exigía obtener la posibilidad de bambolearse hacia adelante no menos de dos metros y elevarse por lo menos otros dos para así poder llegar a divisar su rostro, decidió dedicarse a una práctica intensa.   

Con suma cautela, con mucha paciencia y esmero, fue estirando, fuera de las horas de vigilia de las arañas, la tela que la aprisionaba hasta que llegó a tener una acción potencial de dos x dos metros hacia adelante y hacia arriba. 
Practicó así sin detenerse toda una semana. 
Por supuesto no dormía en las noches y durante los días – cuando los animales  permanecían en la oscuridad más absoluta- fingía meditar para poder cerrar los ojos y dormitar en sigilo, siempre atenta, siempre alerta, para que la pareja de arañas  no se percatara que se mantenía despierta aun fuera de la vigilia.

Por supuesto llegó la tormenta y llegaron los relámpagos, pero menos intensos y duraderos que la otra vez, tuvo que bambolearse hacia delante y hacia arriba repetidas veces, sin éxito alguno.  Hasta que, por fin, el momento tan ansiado se hizo realidad y bajo la luz fosforescente de un gran relámpago pudo ver el rostro de la hembra: su propia cara.
Su frente/cejas/ojos/nariz/boca/pómulos/mejillas
Ella era su victimaria y su víctima al mismo tiempo.

K seguía alimentándola, pero una tristeza parecida al desengaño comenzó a invadirla, entera, palmo a palmo, pelo a pelo, célula a célula, y el estómago se negó a recibir alimento alguno.
Se fue secando, con la boca cerrada, como engrampada, como cosida con hilos irrompibles o pegada  por algún gel químico de los que suturan.
El descubrimiento terminó por vencer sus últimas resistencias.
Era casi piel y huesos cuando otro relámpago, pero diferente a los que  había conocido la despertó.
Y supo que era un sueño.
Y sintió un gran alivio.



Los habían llamado hacía 5 minutos y ya estaban en el lugar, bajaron con prisa y llegaron hasta el sitio donde yacía una mujer, con el rostro mirando hacia el cielo, en un charco de sangre rodeada por una multitud que quería ver sangre.  

Todos estaban alterados, algunos mera empatía, otros por ser morbo-adictos, otros porque les venía bien quebrar el tedio de un día como cualquier otro.  
El médico K  no tuvo mucho que revisar para saber que había muerto, de manera que comenzó a tomar nota para las consabidas actuaciones policiales y forenses.  


¡ Qué bella mujer!   se dijo y justo cuando iba a pensar "una lástima" oyó una voz femenina decir " No, no es una pena, ella lo quería así, no tenía otra salida "

El galeno levantó la cabeza y no vio a nadie, ni por detrás ni por ninguno de los costados.  Extraño.  Sí, curioso y llamativo.



Ese día cerca de las 12 le había dejado a él una frase corta:  “te amo” y la letra de una canción que había rescatado del olvido el día anterior: “Perhaps love”.
En ese preciso instante estaba escuchándola por los parlantes, cantada por Plácido Domingo y el propio autor, Denver. 
La había puesto en “activar repetición”.  Y eso hacía: se repetía ad infinitum
Lo había llamado al móvil por la tardecita, porque su ausencia en el Messenger le había llamado la atención  y fue ahí que se enteró que él andaba de  compras con su amigo y recordó, nuevamente,  que Marcelo iba a ir a Ciudad de México  para esa época.  Le pidió que se pusiera en contacto en cuanto pudiera y él no lo había hecho aún, su reloj marcaba las 22 19.    Ella en Buenos Aires, él en esa ciudad tan castigada otrora por la contaminación que pasó a ser la vedette de los estudiosos del flagelo en todo el mundo.
En fin.
Supo en ese instante que los engranajes del dolor, la duda y la angustia se echaban a andar, con la ineludible conclusión de siempre: una ingente ansia de suicidarse y poder olvidar todo, todo, todo. Dejar de sentir….ser libre. 
Total, esto no tiene remedio, pensó en voz alta. El mismo disco rayado del desengaño, de la disconformidad, una canción repetida hasta el hartazgo.
Si tan sólo se hubiera atrevido a viajar hacia él dos años atrás, pero las dudas de último momento que lo azotaron la dejaron paralizada.
De pronto, como si se hubiera trasladado con el pensamiento, se encontró  a unos metros de la puerta de calle.  No recordaba nada: ni haber salido de su departamento, ni haber caminado hasta el ascensor, ni haber subido a él.  


 Este idiota debe haberse dado con algo antes de subir a la ambulancia, me tiene hasta las pelotas reverendo hijo de puta, irresponsable,  inútil, me va a meter en un problema gordo cualquiera de estos días,  se dijo el Dr. K mientras soplaba taurinamente.
El portero no salía de su asombro:  -Vaya, la del 7mo A, me ayudó con una demanda laboral de mi padre y no me quiso cobrar ni los gastos, una mujer hermosa pero sola. Mire usted una vez dijo que ella vivía igualmente feliz así, que  su amor imposible residía  a un poco más de 7000 km de distancia. La del 7mo A, ¿quién lo hubiera imaginado?-

Ella observó a unos señores que subían una camilla a la ambulancia.  
Cuando pasó por la cabina del vehículo  llegó a escuchar Perhaps Love, cantado por Plácido Domingo y Denver.  
Se notó repentinamente helada, como si estuviera desnuda.
Pensó en tomarse un avión a  México DF.
Hablaría con él y seguramente arreglarían todo.
Valía la pena intentarlo.
Especialmente antes que el macho araña se diera cuenta que ella no dormía en horas de no-vigilia.





Quiero comentarle a todos que Fraga ha ilustrado este cuento

FRAGA —algún día conocido como Francisco García Aldape— nació en México en 1964. Se define a sí mismo como caricaturimonero multiblogástico, trasnochado de cepa, Barón de los arrabales, melómano intramuscular y humorista bajo en grasas transgénicas; dueño de un espíritu labrado en la madera antigua de un viejo barco pirata, es ...
enemigo declarado de la mala vida y convencido absoluto de que el único paraíso que nos aguarda está en una sala llena de amigos. Más muestras de su humor fraguiano en su BLOG (http://fragacomics.blogspot.com/).











3 comentarios:

Beatriz Ojeda dijo...

MAGNIFICO Y FASCINANTE CUENTO
TE FELICITO
MIL BESOS DE LUZ

Dos Mentes, Idea y Media dijo...

Gracias Beatriz Ojeda
Un comentario tuyo en mi cuento es un lujo

Cienfiegos dijo...

Busco en mis entrañas palabras que expresen la perturbación exquisita causada por esta inquietante lectura....Me remito a la sensación y eso ya para mi es mucho en cuestión de letras...hacerse sentir..
Felicidades...todo lo hasta ahora leído demanda imprenta.