Eduardo dio un respingo en el sillón de su escritorio cuando
pensó que “todo llega a su fin”.
No imaginó en ningún momento previo que llegaría a sentir
tamaña conmoción por la ausencia de la susodicha.
Sin embargo, los pensamientos
vivaces y díscolos, los escalofríos con 30°C, los cambios inexplicables de
ánimo, la profunda sensación de vacío, de desubicación en espacio y tiempo, lo
acababan de convertir en un gran signo de interrogación para sí mismo.
Todo había empezado suavemente,
como deslizándose por una duna, o por un tobogán de agua.
La sorpresa de tener tantas cosas
en común fue un importante aderezo.
Pero esa turbulencia… esa forma
de neurosis obsesiva que lo fue asaltando, insistiendo en verla, en tener una
foto actual de ella, fueron minando la relación, sin que ninguno de ambos deseara
que eso ocurriera.
Recordó –con una breve
sonrisa—que la primer causal esgrimida por ella fue la diferencia de edades,
pero él aseguró que le gustaban las mujeres mayores y creyó que con ello había
dejado zanjado el tema.
Se dedicó a leer todo lo que
pudiera en el blog de ella y lo subyugó su forma de escribir.
Era una rara avis y a él desde
siempre lo deslumbró acceder a personas con un intelecto bien formado, una
fineza casi aristocrática y ese no sé qué de desparpajo juvenil que ella usó
con él con tanta maestría.
No obstante y casi sin poder
contenerse, siguió por la línea escabrosa de trato que había elegido, aun
dándose cuenta que ella se sentía cada vez más disuadida a romper toda
comunicación.
Una suerte de competencia larvada lo embargó totalmente.
Eduardo tenía que ser mejor que los que la habían pretendido y eso era prácticamente imposible y él lo sabía.
Quizá por esa razón se dedicó a cuestionarla, hacerla objeto de sornas varias y dejarla colgada cuando ella lo buscaba.
Una suerte de competencia larvada lo embargó totalmente.
Eduardo tenía que ser mejor que los que la habían pretendido y eso era prácticamente imposible y él lo sabía.
Quizá por esa razón se dedicó a cuestionarla, hacerla objeto de sornas varias y dejarla colgada cuando ella lo buscaba.
Cuando terminó de decepcionarla,
con la última estocada, la bloqueó en su whatsapp y bajó a la ceremonia del
luto sin entender completamente por qué lo hacía si el dolor le escocía el pecho y le dificultaba la respiración.
Cosas que pasan, se decía.
Pero el nudo seguía ahí,
apretando al fracaso en su último intento de comprensión.
Es verdad -pensó- todo llega a su fin.