jueves, 25 de diciembre de 2008

Ayer fue Nochebuena, hoy es Navidad








Ayer fue Nochebuena, hoy Navidad.


Oportunidad para reunirnos.


Familiares que vemos en esta oportunidad y en algún casamiento, nacimiento o funeral de otro familiar


Familiares que vemos tan asiduamente que no nos llaman la atención, ya que son una mera continuación de lo cotidiano, de lo semanal, de lo mensual.


Amigos, los más íntimos, por cierto, porque al amigo se lo elige, no se lo hereda, no se lo adquiere por una de esas reglas de parentesco político.


Personas con las que tenemos compromisos imposibles de zafar.


No voy a repetir eso tan remanido de que se ha perdido el espíritu crístico de estas fiestas


Ni voy a decir junto a multitudes que se ha desnaturalizado el fin último de las mismas, que no es precisamente hartarse de alimentos y bebidas alcohólicas antes, durante y después de las comidas, y además, y en abundancia, con ocasión del brindis.


¿Se han preguntado ustedes por qué brindamos en Nochebuena y en Navidad?


¿Lo hacemos porque hace 2000 y tantos años atrás nacía un hombre llamado Jesús? ¿Porque se sacrificó para redimir nuestras culpas? ¿Porque cargó sobre sus hombros nuestras cruces?


¿Porque vino a redimensionar nuestra relación con lo espiritual, con los valores prístinos de los cuales la humanidad se había ido alejando poco a poco o mucho a mucho?


Dime tú, el que estás leyendo estas palabras en este preciso instante ¿puedes verbalizar todo lo que sientes cuando te pregunto esto que acabo de preguntar? ¿puedes alejarte de hipocresías, de mentiras piadosas, de autoconmiseraciones, de conformismos, de "si todos lo hacen por qué yo no?" , de "si todos lo hacen ¿por qué he de sentirme culpable?"


Te pregunto: ¿por qué te sientes culpable frente a estas preguntas?


Te contesto: te sientes así porque aún conservas algo de memorias pasadas, de rituales, de místicas, de valores morales que deben guiarnos durante nuestro paso en este mundo de las formas.


Te sientes así porque así zumban en tu cabeza mitos que te preanunciaron un humano mejor, enseñanzas grabadas a fuego alquímico en esa parte de ti que recuerda, commemora, evoca, conjura, retiene y hasta detiene el paso del tiempo.


Te cuento un secreto: el tiempo no existe, es un engaño que nos permite soportar, vida tras vida, el largo hilván de la causa y el efecto, que nos autoriza a ir cambiando en la existencia actual lo que hicimos mal o no aprendimos a hacer o pudimos hacer mejor y no lo hicimos en otra vida.


Y todo para evolucionar.


Quizás sólo sea algo tan simple como ponerse a meditar unos veinte minutos sobre cosas tan relevantes como ¿qué estoy haciendo? qué quiero hacer? ¿qué siento que debo hacer? y no acallar las voces que se despierten después ante esos interrogantes , sino todo lo contrario.


Hacer es mejor que no hacer
Pensar es mejor que presumir
Caminar es mejor que quedar estancados


Les propongo algo:
Pongámonos esta Nochebuena y esta Navidad en la piel de nuestro enemigo, de aquél que sin serlo nos resulta molesto, del compañero competidor o del jefe gruñón, del vecino envidioso o de la suegra inquisidora o del ausente caprichoso...........y tratemos de entenderlos, de apreciarlos, de acercarlos a nosotros.


Pasemos un verdadero natalicio crístico, veamos con sus ojos, para que el perro hediondo nos muestre sus blancos dientes .




MIR

domingo, 12 de octubre de 2008

La sabiduría de las emociones


La sabiduría de las emociones






“A veces nos sentimos desbordados por emociones como el miedo, la ira, los celos, la culpa o incluso la alegría. Creemos que amenazan nuestra paz interior, y por eso a menudo preferimos ignorarlas. Pero las emociones en realidad son valiosos mensajes cifrados que nos dicen mucho sobre nosotros mismos. Si aprendemos a escucharlas y a dialogar con ellas, nos abrirán un nuevo horizonte vital, lleno de serenidad y mayor compresión de quienes somos”.


El miedo, el enojo, la culpa, la envidia, la vergüenza, son emociones que todos conocemos y que alguna vez hemos sentido. Cuando no sabemos que hacer con ellas, cuando no hemos aprendido a ver qué problemas nos señalan y cómo resolverlos, se convierten entonces en puro padecimiento. Pero no es su único destino. Como en el plano físico, en el que cada órgano cumple una función específica y necesaria, en el universo emocional cada emoción cumple también una función de igual importancia.



Señales vitales



Una emoción es una tonalidad anímica. Ciertas emociones nos informan de lo que “tenemos”, como la alegría, la gratitud, la confianza o la solidaridad, y naturalmente son emociones agradables. Otras nos informan acerca de algo que nos falta, como la tristeza, el miedo, la envidia o la culpa. Estas emociones son, sin duda, dolorosas y por una confusión respecto a ellas las solemos llamar “negativas”, cuando en realidad no los son. Por el contrario, todas las emociones dolorosas son valiosísimas señales que nos remiten a problemas que estamos experimentando en ese momento. Por ejemplo, la envidia se define como un agudo dolor que es activado por la percepción de alguien que ha alcanzado algo que deseamos y no tenemos y que nos remite a nuestros propios deseos insatisfechos.

En este sentido podemos comparar a cada una de las emociones con la luz roja del salpicadero del automóvil que se enciende y nos indica que queda poca gasolina. Sin duda es desagradable y eventualmente doloroso encontrarse con la luz roja, sobre todo si estoy en medio de la carretera y desconozco dónde está la próxima gasolinera. Pero es necesario distinguir que el problema no es la luz sino lo que pone en evidencia: la falta de combustible.



Mente y emociones



La mente tiene un papel destacado en la gestión de nuestras emociones. Está en continua interacción con ellas y con frecuencia quieren cosas diferentes: “Quiero acercarme a tal persona y la mente me frena”… “Quiero mudarme de casa y la razón se opone”.

Los diálogos internos nos han hecho creer de forma errónea que entre mente y emociones existe un antagonismo natural. Y esta conclusión errónea complica aún más las cosas. Al no saber que hacer con las emociones, intentamos resolver los problemas que ellas nos presentan dominándolas o suprimiéndolas. Por ejemplo, estoy en una reunión de trabajo, me siento triste y tengo ganas de llorar. La mente inmadura dice: “¡cómo vas a llorar aquí… estás loco…! Siempre tú con tus necesidades extrañas… déjate de tonterías y presta atención a lo que dicen!”.


Sin embargo, la relación esencial entre la mente y las emociones es de complementariedad. La función de la mente es coordinar y posibilitar las emociones y éste es, precisamente, un rasgo de madurez. Cuando la mente ha alcanzado esa madurez, ante la situación del ejemplo anterior responde: “Llorar aquí es difícil, se te va a hacer todo más complicado. Te propongo irnos lo antes posible y que cuando lleguemos a casa llores todo lo que necesitas, ¿qué te parece?”. La mente madura reconoce la realidad del impulso emocional y lo respeta, evalúa las condiciones externas y sobre esa base propone algo. Propone pero no ordena.Cuando padecemos una emoción dolorosa crónica eso nos indica una actitud inadecuada de la mente que evalúa la realidad, o al menos parte de ella, de forma errónea. Es entonces cuando transformar ese juicio se convierte en algo muy necesario. Por ejemplo, si tratamos siempre de reprimir nuestro enfado consecuencia de que deseamos ser tranquilos y seguros, la mente rechazará aquello que no coincide con nuestro ideal sobre nosotros mismos.


Nosotros somos tanto nuestra mente como nuestras emociones. Nuestro destino “psicológico” dependerá de la relación que establezcamos entre ellas: podrá ser un camino en el que predomine la insatisfacción y el sufrimiento o, por el contrario, un camino que recorramos tranquilos, aprendiendo y con la paz emocional que produce el sentirnos sabia y amorosamente respaldados (por nosotros mismos).



Fuente: Levy, Norberto. La sabiduría de las emociones. Ed. Debolsillo.

viernes, 10 de octubre de 2008

El amor: armonía en el sistema




El amor: armonía en el sistema


por Norberto Levy


El Dr. Levy, creador del concepto de autoasistencia psicológica, describe las facetas más significativas del Amor en relación a los procesos de curación.

"La amorosa presencia recíprocamente disfrutada es el mayor recordatorio que conozco del paraíso en la tierra, y es también el mejor aliento para que el empecinado intento del amor de hacerse humano nos entregue a nosotros, pequeños y heroicos aprendices de esa partitura, la bendición de percibir, aunque sea en instantes, la belleza de la sinfonía que nos empeña".

Definiendo el Amor



En su dimensión más vasta llamamos Amor a la energía que ha creado el universo y lo hace funcionar. Es ese principio cohesivo que enlaza y articula todo lo existente.

"He visto el Amor que mueve al sol y las demás estrellas…" decía Goethe.

Desde este punto de vista Dios y Amor son sinónimos, y así como es imposible abarcar todos los atributos de Dios, también es imposible definir completamente al Amor a través de conceptos. Por lo tanto lo que haremos aquí es aproximarnos a esa calidad de energía como el dedo que señala a la luna. Sabe que la apunta pero que no es ella.

Hecha esta salvedad podemos continuar diciendo que para acercarse al Amor en su dimensión cósmica tal vez sea suficiente con mirar una noche la vastedad del cielo estrellado….
…Y para acercarnos al amor en la dimensión humana es muy bueno observar simplemente nuestras manos. Cómo se relacionan entre sí mientras realizan las tareas del día: ponerse la ropa, abrochar un botón, preparar un café, etc. Todas las tareas. Observarlas con detenimiento y mirar la relación. Es verdaderamente maravilloso. Va a encontrar ayuda recíproca, ajustes continuos, acoplamientos precisos, sentido de equipo… Eso que verá entre ellas es la cooperación del amor.

En cada nivel el amor adopta la forma que le corresponde a ese plano. En el nivel personal el amor se manifiesta básicamente como respeto, solidaridad y cuidado, y según la circunstancia será amor pasional, fraterno o religioso, etc. Sea cual fuere la forma, la trama esencial de la experiencia del amor es la que surge del reconocerse como dos partes distintas de la misma unidad mayor. Lo mismo que ocurre entre las dos manos.

Expresado con otras palabras: el Amor es la memoria que la Unidad tiene de sí misma en la diversidad.



El amor entre las personas


Evidentemente entre dos personas no resulta tan fácil. La conciencia individual de cada uno parece borrar el reconocimiento de que son partes de la misma unidad y suelen percibirse sólo como individuos separados, extraños, y en ocasiones, además enemigos. En ese marco la llama del amor queda momentáneamente oscurecida y esa es precisamente la tarea humana: vivir una serie de experiencias que, por caminos muy diversos, van ayudando a recuperar de un modo conciente el mismo reconocimiento que, en forma automática, tienen las manos en tanto partes del mismo cuerpo. Es decir, que los seres humanos también somos células integrantes y, además, concientes, del gran organismo universal.

Amor y sacrificio: ¿existe alguna relación esencial entre ellos?
Sacrificar es negar una parte en nombre de un fin considerado más importante.
El amor no busca el sacrificio. Busca el mayor bienestar posible, para la mayor cantidad de gente posible, durante la mayor cantidad de tiempo posible.

En esta búsqueda pueden darse situaciones en las que alguna individualidad deba ser negada; cuando se llega a ese extremo, como, por ejemplo, el caso de alguien que da su vida para salvar otra, quien lo hace, si lo realiza desde el amor, no siente que se está sacrificando sino que está salvando.



Amor propio


Lo que llamamos "amor propio" u orgullo es una forma exagerada y distorsionada de intentar compensar la falta de amor hacia sí mismo: Si me descalifico y me reprocho en exceso, esa parte desvalorizada de mí vive en estado de maltrato crónico, como en "carne viva", muy hipersensible. Por lo tanto no tiene resto para absorber las frustraciones cotidianas y demanda un trato externo que compense ese déficit interior. Si en esas condiciones alguien me dice por ejemplo que algo de mí no le gusta, entonces "desborda la copa", me siento muy herido, me ofendo, me tenso y me cierro. A esa actitud es a la que llamamos orgullo.

Amor, Inteligencia y sabiduría


La inteligencia es la capacidad de resolver problemas. El tipo de problemas que pueda resolver definirá cuál es la inteligencia que tengo: Si es filosófica, matemática, química, corporal o musical, etc.

Si utilizo mi inteligencia en química para producir armas que destruyen a mucha gente, tendré una inteligencia química pero no una inteligencia que comprenda la cualidad unitaria que subyace en todo lo vivo y el rol complementario que cumplen todos sus componentes. La sabiduría es, precisamente, el conocimiento vivencial profundo de dicha unidad. Dicho de otro modo, la sabiduría es el amor hecho autoconciencia. Es la energía del amor convertida en concepto, conocimiento, enseñanza.



Sabiduría en el conflicto


Un conflicto es un vínculo en el que cada parte cree que la solución radica en la eliminación del otro: "yo estaré bien sólo si logro vencerlo o apartarlo". Esta es la esencia del conflicto tanto en el universo interpersonal como intrapersonal.

Un conflicto intrapersonal típico es el que se da entre los impulsos y la mente.

El impulso dice: "Yo quiero expresarme, convertirme en acción, y tú, mente, no me dejas. Te la pasas calculando y anticipando y no me dejas vivir. Quiero eliminarte para poder ser feliz".

La mente responde: "Tú avanzas enceguecido y traes más problemas que otra cosa. Estoy harta de que te equivoques, te ilusiones, te engañen, y tener que pasarme la vida tratando de arreglar los platos rotos. Te voy a frenar como sea porque eres un peligro total".
Y así puede continuar largamente esta batalla con todo el daño y sufrimiento que acarrea… hasta que alguien pueda devolver la armonía a ese sistema.
Esa es la tarea de la sabiduría.

Ella es la que puede reconocer la parte de verdad y de error que hay en cada antagonista y explicárselo a cada uno de ellos del modo en el que lo puedan entender. De esa forma contribuye a reconstruir el vínculo de complementariedad perdido entre los impulsos y la mente, ese vínculo en el que ambos se pueden volver a reconocer tan necesarios el uno para el otro como lo son las dos manos entre sí.

Los impulsos y la mente podrían compararse con el acelerador y el freno. Vistos en forma aislada parecen puro opuestos que se anulan uno al otro. Recien cuando se incorpora la imagen del auto en el tránsito es que se comprueba que son complementarios: Puedo acelerar por que cuento con el freno y viceversa.

Conectar con la unidad mayor que permite ver lo complementario que hay en lo aparentemente opuesto es lo que hace la sabiduría del amor…

Amar y dar


Esa es una definición tradicional del amar que es parcial y produce confusión porque asocia el amar a una acción y uno puede comprender mejor la calidad de esta energía cuando comprende que no es una acción particular sino una forma de llevar a cabo cualquier acción. Por lo tanto hay un dar amoroso y también un recibir y un pedir amoroso. Cuando formulo mi necesidad y mi pedido de un modo que tiene en cuenta al otro y reconoce respetuosamente su derecho a decir que no, ese es un pedir amoroso.

Esta ampliación conceptual nos ayuda a comprender que tanto la actitud emisora como la receptiva pueden ser realizadas amorosamente. Es decir que el amor no es patrimonio de ninguna de ellas en particular.



Lo amoroso extendido a las emociones


Pensemos en el enojo que parece una de las más alejadas del amor. Aunque resulte paradójico existe el enojo amoroso y es aquel que se expresa como autoafirmación clara que, sin agraviar, presenta con toda la fuerza necesaria qué es lo que propongo o reclamo que ocurra para que mi enojo pueda cesar. Dicho muy sintéticamente: El enojo no amoroso es aquel que destruye mucho y resuelve poco y por el contrario el enojo amoroso es aquel que orienta su energía hacia la efectiva resolución de lo que me enoja con el mínimo daño posible a los protagonistas de la situación.

Esto que describo para el enojo vale también para el miedo, la envidia, la vergüenza, etc. Cada una de ellas tiene una forma más o menos amorosa de expresarse. Ese es precisamente el tema de mi último libro: "La Sabiduría de las Emociones".

Todos los estados emocionales tienen su opuesto… ¿ el amor también lo tiene?

Como dijimos antes el amor es más que una emoción, es una calidad de energía y el plano emocional es sólo una de sus formas de manifestación. Dentro de esta forma, en un nivel sí tiene opuesto y en otro no. En un nivel más restringido, si el amor es lo que conecta y articula, los opuestos del amor son todas las fuerzas que obstaculizan ese proceso, y no es una sola la que lo hace, son varias: el odio, la indiferencia, el miedo y la dominación.

Ese es el nivel de la dualidad de los opuestos, pero no es el único. Existe otro plano de conciencia, más expandido, desde donde el amor y el odio son sólo aparentemente opuestos pues ambos se revelan también como componentes de una unidad mayor que los abarca e incluye por igual. Y esa unidad mayor es el Amor, con mayúscula.

Puede resultar extraño, y también suele producir confusión que según el nivel que se considere, el amor sea un polo y también la totalidad que lo incluye como tal. Por este motivo es que suele utilizarse el término "amor" con mayúscula y minúscula como una forma de distinguir el plano que se describe.

Una idea que ilustra muy bien este tipo de relación entre dos niveles es la noción de "orden" y "caos". En un plano restringido ambos pueden funcionar como opuestos, pero desde una perspectiva más expandida, el caos se revela también como un momento más de un orden mayor. Es decir, el Orden -más vasto- incluye al orden -más restringido- y al caos como dos momentos de su devenir.

Otro ejemplo más de lo mismo está presente en la frase popular que dice: Dios escribe derecho en renglones torcidos...
Dios escribe derecho... quiere decir: contemplando el conjunto, se hace evidente la presencia de la armonía, el equilibrio y el orden en la manifestación de lo creado.
...En renglones torcidos... alude a los desequilibrios temporales, a las vicisitudes circunstanciales de los procesos en curso.

Esta frase presenta dos escalas de tiempo: el tiempo breve y el extenso. "El minuto" y "el siglo". Y a través de estas dos escalas integra lo derecho y lo torcido. Lo que aparece como torcido en un plano se revela también como derecho en otro nivel más expandido.

Esta es, por otra parte, la esencia del "dar sentido", es decir, describir un universo mayor en el que aquello que aparecía como meramente destructivo cobra un significado y una razón de ser dentro de un proceso evolutivo más amplio.

He abundado en estos ejemplos porque me parece importante familiarizarnos con el reconocimiento de diferentes niveles y con la percepción que surge de cada uno de ellos.

Percepción del amor y el odio como opuestos absolutos y la clínica psicológica

Cuando adoptamos una posición dualista vemos al amor y al odio como opuestos absolutos, como expresión de dos principios irreductibles entre sí. En el plano psicológico, los principios con los que estamos más familiarizados son aquellos a los que hemos llamado eros y tanathos (instinto de vida e instinto de muerte) o, en otra faceta del mismo dualismo: el bien y el mal. En los dos ejemplos, a cada una de las fuerzas antagónicas se le atribuye la misma envergadura ontológica, es decir, representando "dos columnas" de igual presencia y significación. Si, por ejemplo, uno encuentra un sentimiento de odio y profundiza en su interior, según esta concepción, va a seguir encontrando odio hasta el final, hasta las raíces mismas, porque esa es "la columna" a la que pertenece.

Una vez establecida esta postura es inevitable que la vida sea concebida como una eterna lucha entre ambas fuerzas. Y es eterna porque cada una expresa "una fábrica" de sentimientos y actitudes que está continuamente lanzando sus productos. En este caso: el amor y el odio o el bien y el mal.

La posición que uno adopta en relación a este tema determina radicalmente la actitud con la que uno se acercará al conflicto psicológico y la explicación que proporcionará.

Si yo creo en el dualismo último bien-mal, amor-odio, eros-tanathos, etc. dedicaré mi atención a que el paciente reconozca la cuota de odio que él manifiesta en su vida para que se haga responsable de ella.

Le diré, por ejemplo: "Esto lo hace como consecuencia de los impulsos destructivos que ud. tiene..." Es decir la destructividad primaria pasa a ser el "explicador último" del odio o las conductas destructivas.

Cuando creo que la energía última que subyace en la dinámica psíquica es el Amor, y puedo sintonizar mi conciencia personal con esa dimensión más expandida, entonces mi actitud y mis prioridades ante el conflicto cambian profundamente.

Cuando comprendo que el odio, es, en esta dimensión, una forma de la desesperación enloquecida del impulso amoroso, mi búsqueda se orienta a descubrir cómo se enloqueció ese impulso amoroso hasta convertirse en odio.

En este caso, ante una conducta de odio sé que si logro ingresar en su interior, en la medida en que pro fundizo en los sentimientos que subyacen, van a ir apareciendo, como en sucesivas capas de cebolla, la frustración, la confusión, la desesperación, las conclusiones equivocadas, que fueron distorsionando al impulso amoroso original hasta desembocar en el sentimiento de odio destructivo actual. La tarea curativa consiste en desandar ese camino hasta que la persona comprenda cómo fué que se distorsionó su impulso amoroso original, ayudarlo a recuperar la conexión con él y colaborar para que descubra el modo de resolver ahora amorosamente el conflicto que lo desorganizó. Es bueno recordar que "amorosamente" no significa debilitamiento o amputación, significa eficacia. En realidad no hay energía más eficaz para resolver un conflicto que el amor. En mi libro "El Asistente Interior", cuya tercer edición sale precisamente este mes, explico en detalle cuál es el aprendizaje que es necesario realizar para recuperar esa energía asistencial amorosa que es la que transforma el antagonismo y lo convierte en cooperación. Por ejemplo, una mujer que se lamentaba de sus soledad, recibe, de parte de un compañero de estudio, una invitación a pasear. Ella dice que no. A todas luces, su actitud resulta incoherente con sus necesidades. Si en el terapeuta está presente la hipótesis de la eterna lucha entre eros y tanathos adentro de ella, encaminará la explicación de su comportamiento apelando a la influencia de esas fuerzas. Podrá decir por ejemplo: "Ud. quiere compañía y cuando la recibe dice que no porque hay una fuerza autodestructiva en Ud., que es su saboteador interno, que ataca aquello que le puede dar bienestar".

Si uno se apoya en la cosmovisión en la cual la realidad última es el amor, primero se formula a sí mismo la siguiente pregunta: ¿Cómo tendrá que ser el universo interior de esta persona para que esta reacción que parece tan inadecuada, sea para ella la mejor posible?

Y tal vez descubra que lo que ella siente es que si se abre a esa invitación se va a activar en ella un cúmulo de expectativas que no van a ser satisfechas y que eso va a producir un dolor infinitamente mayor que no va a poder absorber, y que frente a ese riesgo le resulta más cuidadoso para su integridad decir que no desde el comienzo mismo.

Después se verá, en un segundo paso, qué es lo que ella necesita aprender para sentirse en condiciones de absorber esa cuota de riesgo, y todo lo demás. Pero lo central de este camino es descubrir la intención resolutiva que existe adentro de esa actitud que parece alejarla de lo que busca.

…Encontrar el amor allí donde parece que el amor no está...



Amor y Poder


Es conveniente distinguir el poder como sustantivo del poder como verbo: "el poder hacer". En general cuando decimos: "Tal persona tiene poder" nos referimos al poder como sustantivo, es decir a la capacidad de influir sobre la voluntad del otro. Cuando esa capacidad se desliza hacia la dominación expresa la modalidad inmadura del poder. Si bien pareciera que es la que más tenemos en cuenta, no es la única. Existe también la forma madura del poder que consiste precisamente en tener la capacidad, el poder, de utilizar mi energía, no para dominar sino para articular mis necesidades con las del otro y gestar una respuesta que nos contemple y nos exprese a ambos. Este es "el poder más poderoso" aunque no lo registremos tanto concientemente, y es otra faceta del amor. El I Ching describe con brevedad y belleza esta modalidad cuando afirma: "Gobernar es servir".



Leyes del amor


Una de las leyes que el amor conoce es que la parte puede estar bien de un modo íntegro y duradero en la medida en que el conjunto al cual esa parte pertenece también lo esté. Un miembro de una pareja puede estar bien en la medida en que la estructura pareja esté bien. El marido o la esposa puede sentirse bien mientras somete a su cónyuge pero eso es sólo durante un breve tiempo. Es difícil imaginar un ser que experimente un completo bienestar rodeado de dolor. Ese dolor vuelve. Esto es así porque la trama que enlaza los destinos de la parte y el conjunto es muy fuerte y en un sistema que funciona a alta velocidad la contundencia de dicha trama se ve de inmediato. Cuando los sucesos ocurren a velocidad menor, la relación entre la parte y el conjunto no se hace tan evidente.

Para comprender mejor esto imaginemos que tengo una infección en todo el brazo y que la fiebre aparece recién a los diez años de haber comenzado la infección. Me resultaría difícil comprender el enlace entre una cosa y la otra. Lo mismo ocurre con muchos acontecimientos humanos: cosechamos los resultados mucho tiempo después de haber sembrado la semilla y eso nos dificulta la comprensión de la relación causa-efecto. Por eso, algunos afirman -y adhiero a esa idea- que en el planeta tierra, en el cual los sucesos transcurren a baja velocidad, es necesario aprender a reconocer ciertas leyes que ya han sido descubiertas por sistemas que han funcionado a alta velocidad y que han permitido ver los enlaces naturales entre la parte y el conjunto. Si es cierto que existe una conciencia solar y si es cierto que existen formas de vida en las cuales ocurre lo mismo a alta velocidad, es muy probable que estos sucesos ya hayan sido descubiertos, comprendidos y establecidos, como leyes naturales. Por eso el "Ama a tu prójimo como a tí mismo" no es "el más difícil de los mandamientos" como suele decirse sino simplemente la expresión de una de esas leyes.



¿El amor a sí mismo es una forma de egoísmo?


El egoísmo tiene que ver con el deseo inmaduro, que se siente en el centro de la escena y se satisface exclusivamente con su realización, sin tener en cuenta a todo lo demás. El amor a sí mismo trasciende ese plano. Ama lo que le gusta de sí mismo y también lo que no le gusta. Puede no gustarme mi parte insegura y amarla igual. Amarla no quiere decir consentirla en el sentido de la complacencia, quiere decir tenerla en cuenta, respetarla y asistirla. Recién cuando he aprendido a amar lo que no me gusta de mí es que puedo amar lo que no me gusta de los otros, es decir todo aquello que no satisface mis deseos inmediatos. De modo que el amor a mí mismo no sólo no excluye el amor a los demás sino que es precisamente quien lo posibilita.

Amar y desear: diferencias


El deseo es un movimiento de atracción hacia algo nacido de la percepción o el recuerdo de ese algo. Si deseo "uvas", todo lo que sea "no-uvas" será rechazado por mí. Deseo y rechazo son simultáneos, son las dos caras de la misma moneda.

Una famosa actriz de Hollywood, al leer un guión que le habían enviado, dijo: ¿A quién tengo que matar para obtener este papel?. Esta frase, de alto impacto por otra parte, quedó inscripta luego como paradigma de entusiasmo, de una férrea voluntad para alcanzar algo, y casi condición indispensable para quien quiera avanzar en su carrera. Es decir, quedó socialmente glorificada.
Y esa frase es, precisamente, la que mejor refleja la esencia del deseo inmaduro.

Es cierto que existen algunas situaciones en las que el deseo de algo encuentra un obstáculo al que efectivamente debe eliminar. En la vida humana el contexto para ese tipo de relación se produce cuando hay un bien escaso y dos que pugnan por obtenerlo. El grave problema es que este marco que se da en algunas situaciones acotadas lo hemos extendido al resto y por lo tanto vivimos toda la vida como un combate permanente.

Volviendo ahora al centro de la pregunta: Una de las diferencias entre amar y desear es que el deseo se satisface exclusivamente con la obtención de lo deseado mientras que el amor encuentra el bienestar en el bienestar de todos los protagonistas.

El amor le reconoce al obstáculo el mismo derecho a existir que le otorga al deseo para el cual lo es. Por ejemplo: "yo deseo estar con María pero ella ama a otro hombre y esa decisión de ella me parece tan digna de ser respetada y considerada como mi propio deseo. Su decisión está en el mismo rango que mi deseo, aunque me duela su decisión".

El deseo que cree que debe destruir el obstáculo para conectarse con su meta es el deseo no amoroso; ése es el deseo que mata. Yo deseo estar con María y ella desea estar con otro hombre; ese hombre es el obstáculo y entonces lo mato a él. Por este motivo es necesario distinguir la atracción del amor.



Rol de la pasión y tipos de deseo


La pasión es precisamente una atracción intensa. Puede ser hacia una persona, hac ia un quehacer, hacia un objeto, etc. Tanto puede ser la música como las estampillas o el fútbol… No importa tanto qué la inspira sino la intensidad que se siente ante eso que la inspira. Y esa atracción apasionada puede ser más o menos amorosa. En la pasión se ve con más amplitud lo que describimos antes en relación al deseo. Si siento una pasión no amorosa hacia alguien puedo matar a quien percibo como obstáculo, o a la misma persona si no satisface mis requerimientos. Es el típico crimen pasional. A veces se dice: "mató por amor…" eso es una confusión y lleva a más confusión…. La realidad es que mató por la intensa frustración de la atracción no correspondida, pero no por amor.

La pasión amorosa siente la misma intensa atracción pero no se otorga ningún lugar de privilegio en su relación con el obstáculo.

En última instancia, el amor es el que convierte a la relación entre la pasión y el obstáculo en una danza.

Cuando se habla del deseo en forma genérica y se describen sus características, lo que habitualmente se hace es hablar del deseo inmaduro. Quiero presentar aquí la propuesta de establecer una distinción conceptual dentro del deseo mismo y diferenciar deseo inmaduro de deseo maduro.

El deseo inmaduro se caracteriza porque se percibe en el centro de la escena y coloca al resto de los protagonistas en la posición de "seres a su servicio". Esto quiere decir que no reconoce la vida propia de los tres personajes básicos con quienes se relaciona:
a) el objeto mismo del deseo, b) todos los que funcionen como medio para alcanzarlo y c) todos los que funcionen como obstáculo para alcanzarlo.

Veámoslo en un ejemplo: Juan quiere conocer a María y Manuel es el amigo común que se la presentará. Manuel es, por lo tanto, el medio a través del cual Juan llegará a María. Si el día convenido Manuel está cansado o con gripe, el deseo inmaduro de Juan lo "sacará a Manuel de la cama y lo arrastrará" hasta la reunión en la que le presentará a María. Para el deseo inmaduro quien cumple la función de medio debe estar disponible -sí o sí- para llevar a cabo su tarea. Presionará y forzará "como sea" para que así ocurra. Si al llegar a la reunión se entera que María está unida a Pedro, éste será, para Juan, el obstáculo que le impide unirse a María. Por lo tanto, el deseo inmaduro de Juan intentará excluir a Pedro "como sea" para eliminar ese obstáculo.
Este nivel evolutivo del deseo es la fuente de innumerables conflictos y sufrimiento.

El deseo maduro en cambio se caracteriza por lo opuesto del anterior: no se ubica en el centro de la escena y tampoco inscribe al resto de los protagonistas como "seres a su servicio". Si pusiéramos a esa actitud en una frase, sería: "Reconozco mi derecho a desear estar con María, y también reconozco que María puede no desear estar conmigo. Si es así me resultará doloroso pero no me da derecho a agraviarla por sentir lo que siente.

Si bien me frustra que Manuel esté cansado, le reconozco el derecho de experimentar un estado que no coincida con mis expectativas y será necesario volver a combinar otro encuentro.

Y, aunque me duela, también reconozco que Pedro tiene el mismo derecho que yo a sentirse atraído por María y a ser, eventualmente, elegido por ella".

"En el mismo momento en que comienzo a desear, comienzo a exponerme a la frustración. No puedo asegurarle a mi deseo la garantía de su logro, lo más que puedo asegurarle es mi mejor intento posible".

En este nivel evolutivo -que es posible y necesario- el deseo deja de ser fuente de conflicto y se convierte en un colaborador conciente al servicio de la plenitud del desarrollo, tanto del individuo como del conjunto.



Notas
(*) Este Artículo fue publicado en el Nº 75 de Perspectivas Sistémicas (Año 15, Marzo/ Abril del 2003).
(1) El Dr. Levy, es médico, psicoterapeuta, creador del método de autoasistenica psicológica. Ha formado terapeutas de distintas orientaciones y es autor de numerosos artículos y libros.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Desarrollo del vínculo terapéutico (II) Daniel Sidelski








Propuesta integral para el desarrollo del vínculo terapéutico* (Parte II)

Una serie de propuestas basadas en el modelo de Ken Wilber



* Dr. Daniel Sidelski - Universidad de Flores





1. NIVEL DE LA DINÁMICA PSICÓTICA
En este nivel de problemática el sistema consultante necesita de un Médico Tradicional, de un experto omnisapiente y omnipotente que de indicaciones precisas de que es lo que debe hacer cada uno, así como que sea capaz de anticipar posibles inconvenientes.
La demanda suele ser ambigua: el sistema consultante (que no suele ser el paciente) demanda al profesional por un lado la identificación precisa de toda la problemática familiar en el paciente identificado, por lo que resistirán toda indicación que implique un cambio en ellos mismos. Por otro lado suelen dar absoluta autoridad al doctor respecto a las indicaciones que este da relacionada al paciente.
Por lo tanto, más allá del modelo teórico que emplea el profesional, y de las herramientas técnicas que decida emplear, el vínculo que requiere construir es el de un Dr. que sabe exactamente que hacer, que pueda dar indicaciones claras pero, al mismo tiempo que no fuerce al sistema consultante mas allá de sus posibilidades de cambio. En caso contrario, se llevarán al paciente identificado hacia otro profesional.





2. NIVEL DE LA DINÁMICA BORDER–NARCISISTA
En este nivel, lo que se requiere es un terapeuta madre. Esta metáfora alude a la necesidad de construir un formato terapéutico que brinde al sistema consultante la posibilidad de contar con una “desilusión optima” en un clima de “aceptación incondicional”. El sistema asistido requiere sentir que el terapeuta esta presente todo el tiempo, (ya sea en su atención durante la sesión o mediante las prescripciones durante la vida cotidiana.); que ante cualquier emergencia esta rápidamente localizable, y siempre dispuesto a brindar sostén. Sea cual sea el marco teórico y las herramientas que este ofrece, será necesario que el sistema consultante perciba esta presencia incondicional del sistema que ayuda, más allá de su mejoría o recaída. De este modo, se afianzará paso a paso su confianza en los procesos de la vida, mas allá de que no logren “curarse”.




3. NIVEL DE LA DINÁMICA PSICONEUROSIS – TRASTORNOS DEL CARÁCTER
En este nivel, el paciente requiere de un terapeuta padre. Esta nueva metáfora alude a la necesidad del paciente de encontrar una autoridad cariñosa pero firme, tierna pero consistente, condicional pero alcanzable, si bien distante contenedora, que pone limites para crecer no para castigar. Sea cual sea el marco teórico y las herramientas que este ofrece, el paciente se comporta como un niño o niña que busca la aprobación y el reconocimiento de su padre. Estos pacientes suelen mejorar (o resistirse) para sostener el vínculo más que para transformarse de manera positiva hacia la salud. Su principal objetivo consiste en “ser nuestros buenos hijos”. Y nuestra tarea, desde la perspectiva vincular, consiste en ayudarlos a madurar hacia el próximo nivel, empleando la sintomatología como excusa para lograrlo.




4. NIVEL DE LA DINÁMICA DE NEUROSIS DE GUIÓN
En este nivel, el paciente requiere de un experto. Esta nueva metáfora alude a la necesidad del paciente de contar con un profesional confiable desde el punto de vista técnico. La persona consultante se dirigirá hacia el terapeuta como de alguien que es sabio en el arte de vivir. Si bien ya no se vincula como un padre, sí lo hace de modo idealizado en cuanto a nuestras habilidades para vivir saludablemente. El paciente espera que tengamos las respuestas justas a sus problemas. El terapeuta entonces, tiene la tarea de asumir este rol y delimitarlo al ámbito de la salud psicológica (aspectos cognitivos y emocionales por ejemplo) sin extenderlo a problemas filosóficos (morales por ejemplo), dado que si incurre en este error perderá capacidad de maniobra frente a las ambigüedades del nivel existencial. En este nivel el vínculo requiere entonces la construcción de un espacio protegido para explorar y ensayar nuevos guiones en la expresión de emociones y selección de esquemas cognitivos más efectivos para vivir en plenitud, bajo la guía de nuestro rol de experto en estos temas.




5. NIVEL DE LA DINÁMICA DE LA NEUROSIS DE IDENTIDAD
En este nivel, el consultante requiere de un co-filósofo. Esta nueva metáfora alude a la necesidad de quien solicita ayuda de cuestionar él mismo su filosofía de vida. El consultante deja de ser paciente y se convierte en co-filósofo. Necesita que nosotros cuestionemos sus modelos mentales, y que tengamos la paciencia de que sea él mismo quien encuentre las nuevas respuestas. A su vez, precisa que lo acompañemos en la angustia que provoca el despojarse de los roles como elementos exclusivos de asiento de la identidad. Nuestra tarea aquí consiste en cuestionar con gentileza, en hacer preguntas más que en proveer respuestas. O sea, en que lo ayudemos a realizar una introspección efectiva, en un contexto cálido y protegido.




6. NIVEL DE LA DINÁMICA DE LA NEUROSIS EXISTENCIAL
En este nivel, el consultante requiere de un compañero de evolución experimentado. Esta nueva metáfora alude a la necesidad de quien ha solicitado nuestra ayuda de recibir la guía de alguien que ya ha atravesado lo que el está por atravesar. El consultante ha dejado de ser paciente para convertirse en un compañero de evolución, que incluso puede estar mucho más avanzado que nosotros en otros aspectos, pero que en el particular ámbito en el que nos consulta aún no ha atravesado lo que nosotros sí ya hemos trascendido en nuestro periplo personal. En esta clase de vínculo el “terapeuta” ofrece sus propias aventuras como ejemplos, y actúa más como un faro que como un guía activo. Aquí, propone contextos protegidos donde ocurran vivencias que el mismo consultante va a experimentar y luego autointerpretar. Aquí, nuestro saber está al servicio de crear el contexto más apropiado para que el consultante vivencie experiencias de manera protegida, experiencias que incluyen a su cuerpo tanto como a su mente.




INTEGRACIÓN VERSUS CARENCIA
Llegados a este punto, deseo proponer al lector la siguiente distinción: “problema” de integración y “problemas” carenciales o de “nutrición” . Según esta hipótesis un problema de integración, da cuenta de una dinámica en el que cierta estructura de la conciencia, interviene sobre otra estructura a fin de “defender el todo”. O sea, un “sector del ser” reprime, inhibe, o incluso aniquila a otro sector del ser, en general siguiendo una lógica de salvaguardar el conjunto. Esto implica que la clase de manifestaciones sintomáticas serán producidas por el mismo organismo, aún sin conciencia de que lo hace. Se defiende. Por lo tanto, el tipo de intervención que se suele requerir, tiene que ver con el restituir el funcionamiento original del plan, “antes de que todo marchara mal”. Siguiendo a Wilber, (Wilber, 2000) asocio esta clase de intervenciones al concepto de “técnicas de descubrimiento” (diferenciándolas de las técnicas de emergencia), donde lo que se busca con la intervención propuesta consiste en desreprimir lo reprimido, reintegrar lo escindido o re-introyectar lo proyectado. En este sentido diré que se requiere de un proceso de psicoterapia para conseguir la expansión de la conciencia.
Por otra parte, en los problemas de Carencia el problema consiste en que alguna estructura no ha podido emerger como es debido, no por la represión de otra estructura , sino por una “falta de nutrientes” o “espacio de precipitación” adecuado para consolidarse y desarrollarse. En estos casos, la estructura no ha crecido y no se ha diferenciado, razón por la cual, se generan una serie de manifestaciones producto de esa carencia.
Esto implica una clase de intervenciones diferentes a las de los problemas de integración. En estos casos se requiere lo que Wilber ha llamado técnicas de emergencia, y si bien las mismas son distintas de acuerdo a cual sea el nivel en que sea preciso que la estructura emerja, el principio es el mismo: generar las condiciones- en los cuatro cuadrantes- que favorezcan dicha emergencia. Siguiendo esta idea, en estos casos lo que se requiere no consiste en una psicoterapia, sino en una re-educación vivencial para conseguir la expansión en la conciencia. A este proceso lo denominamos práctica integral.
Siguiendo esta idea, los niveles más allá del de neurosis existencial, en nuestra sociedad actual requerirán de “prácticas integrales” específicas para cada nivel que favorezcan la emergencia de estructuras de conciencia correspondientes.
Soy conciente de la importante confusión que existe hoy día respecto de estos niveles del ser y del modo vincular que más favorece su “despertar”. Así como de la crucial necesidad de distinguir experiencias de niveles superiores de las provocadas por regresiones a los niveles inferiores. Por lo tanto presentaré a continuación, el concepto de falacia pre/trans (Wilber 1999).




FALACIA PRE/TRANS
En un sentido técnico específico Ken Wilber ha definido la falacia pre/trans en relación a la confusión generada entre los dominios PREracionales y TRANSracionales de la conciencia. Al definir nueve niveles de conciencia:
1. los tres primeros son preracionales, preegoicos, prepersonales y en este sentido resultan no racionales.
2. los tres intermedios son racionales, egoicos, personales.
3. los tres últimos son transracionales, transegoicos, transpersonales y resultan no racionales al igual que los estadios pre.
Wilber ha señalado en sus observaciones que por el hecho de ser no racionales, los estadios primeros suelen confundirse frecuentemente con los últimos. En esta dirección, los modelos teóricos que podríamos denominar “elevacionistas” tienden a considerar en numerosas ocasiones, ciertas manifestaciones no racionales producto de niveles preegoicos de conciencia (como por ejemplo fantasías grandiosas narcisistas o incluso delirantes), como producto de niveles de conciencia superiores o transpersonales. O sea, tienden a “elevar” los primeros niveles de conciencia, hasta los últimos sin atravesar los niveles intermedios. De este modo, diversas manifestaciones fantasiosas y poco realistas (o incluso patológicas) son consideradas como experiencias auténticamente místicas y de carácter transpersonal.
Por otra parte, en numerosas ocasiones, las posturas racionalistas, tienden a confundir (y reducir) numerosas experiencias místicas auténticas a fantasías prepersonales de carácter imaginado o incluso patológico. En otras palabras, tienden a reducir los niveles superiores de la conciencia a manifestaciones de los inferiores, dado que, desde el nivel en que se encuentran, no cuentan con las herramientas apropiadas para realizar tal distinción. De esta manera, numerosas experiencias espirituales auténticas, son consideradas como meras fantasías producto de la imaginación de la persona que las experimenta.
Es por este motivo que el concepto de falacia pre/trans puede resultar de verdadera utilidad a toda aquella persona interesada en su desarrollo personal. Dicho modelo puede proporcionar interesantes indicadores a la hora de diferenciar una progresión o una regresión frente a una nueva clase de experiencia que accede a la conciencia.




CONCLUSIONES
P. Meehl, el prestigioso psicólogo clínico describía la Psicoterapia, hace más de 30 años, como “el arte de aplicar una ciencia que todavía no existe” (Feixas y Miró 1993). Dichos autores, opinan que esta paradójica definición de Meehl servía para poner de manifiesto la situación coyuntural tanto como para mostrar una aspiración legítima. Desde entonces, el área de los tratamientos psicológicos se ha desarrollado considerablemente, sin que ello haya requerido un consenso manifiesto en torno a una definición explícita del área. No obstante, “la búsqueda de una definición sistemática de la psicoterapia ha preocupado y sigue preocupando a los investigadores” (Feixas y Miró 1993). Sabemos que existen grandes diferencias entre las escuelas actuales de psicoterapia, tanto en su interpretación de los síntomas y sus estrategias terapéuticas, como en su descripción de la dinámica básica de la personalidad humana y su forma de abordarla. En lo que la gran mayoría de las escuelas suelen coincidir (y en esto podemos adoptar la metodología de Wilber respecto a la construcción de generalizaciones orientadoras (Wilber 1998) es en que el vínculo terapéutico juega un rol fundamental en cualquier proceso de psicoterapia más allá de la tecnología que cada modelo emplea para el cambio.
Cerraré entonces este artículo con esta idea: dado que la importancia del vínculo terapéutico es un tema en el que hay poca controversia, se me ocurre como un excelente punto de partida sobre el que enfocar nuestra atención a la hora de proponer alguna clase de intervención al sistema consultante. Más allá del diagnóstico “formal” que cada modelo provea como base para el diseño de las acciones terapéuticas, necesitamos dar cuenta de un modo racional de la clase de vínculo que vamos a elegir construir dada la problemática del sistema consultante.
He encontrado particularmente útil el modelo creado por Ken Wilber para utilizarlo como un metamarco que organice las observaciones más allá de cada teoría de psicoterapia, de modo de poder planificar la construcción del vínculo del mismo modo que planificamos el resto de las intervenciones; y como herramienta para comenzar a incluir de un modo auténticamente trans-racional la dimensión espiritual del ser humano.




REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS




Feixas, G.; Miró, M. T. Aproximaciones a la psicoterapia. 1era. Barcelona: Paidós; 1993
Wilber, K. Psicología Integral. 1ra. Barcelona: Kairós; 1994
Wilber, K. El Proyecto Atman. 2da. Barcelona: Kairós; 1996
Wilber, K. Sexo, Ecología, Espiritualidad. 1ra. Madrid: Gaia; 1996
Wilber, K. El ojo del Espíritu. 1ra. Barcelona: Kairós; 1998
Wilber, K. Los tres ojos del conocimiento. 3ra. Barcelona: Kairós; 1999.
Wilber, K. Una visión integral de la Psicología. 1ra. México D. F.: Alamah; 2000
Wilber, K. Diario 1ra. Barcelona: Kairós; 2000

martes, 9 de septiembre de 2008

Desarrollo del vínculo terapéutico (I), Daniel Sidelski








Propuesta integral para el desarrollo del vínculo terapéutico* (Parte II)

Una serie de propuestas basadas en el modelo de Ken Wilber



* Dr. Daniel Sidelski - Universidad de Flores





1. NIVEL DE LA DINÁMICA PSICÓTICA
En este nivel de problemática el sistema consultante necesita de un Médico Tradicional, de un experto omnisapiente y omnipotente que de indicaciones precisas de que es lo que debe hacer cada uno, así como que sea capaz de anticipar posibles inconvenientes.
La demanda suele ser ambigua: el sistema consultante (que no suele ser el paciente) demanda al profesional por un lado la identificación precisa de toda la problemática familiar en el paciente identificado, por lo que resistirán toda indicación que implique un cambio en ellos mismos. Por otro lado suelen dar absoluta autoridad al doctor respecto a las indicaciones que este da relacionada al paciente.
Por lo tanto, más allá del modelo teórico que emplea el profesional, y de las herramientas técnicas que decida emplear, el vínculo que requiere construir es el de un Dr. que sabe exactamente que hacer, que pueda dar indicaciones claras pero, al mismo tiempo que no fuerce al sistema consultante mas allá de sus posibilidades de cambio. En caso contrario, se llevarán al paciente identificado hacia otro profesional.





2. NIVEL DE LA DINÁMICA BORDER–NARCISISTA
En este nivel, lo que se requiere es un terapeuta madre. Esta metáfora alude a la necesidad de construir un formato terapéutico que brinde al sistema consultante la posibilidad de contar con una “desilusión optima” en un clima de “aceptación incondicional”. El sistema asistido requiere sentir que el terapeuta esta presente todo el tiempo, (ya sea en su atención durante la sesión o mediante las prescripciones durante la vida cotidiana.); que ante cualquier emergencia esta rápidamente localizable, y siempre dispuesto a brindar sostén. Sea cual sea el marco teórico y las herramientas que este ofrece, será necesario que el sistema consultante perciba esta presencia incondicional del sistema que ayuda, más allá de su mejoría o recaída. De este modo, se afianzará paso a paso su confianza en los procesos de la vida, mas allá de que no logren “curarse”.




3. NIVEL DE LA DINÁMICA PSICONEUROSIS – TRASTORNOS DEL CARÁCTER
En este nivel, el paciente requiere de un terapeuta padre. Esta nueva metáfora alude a la necesidad del paciente de encontrar una autoridad cariñosa pero firme, tierna pero consistente, condicional pero alcanzable, si bien distante contenedora, que pone limites para crecer no para castigar. Sea cual sea el marco teórico y las herramientas que este ofrece, el paciente se comporta como un niño o niña que busca la aprobación y el reconocimiento de su padre. Estos pacientes suelen mejorar (o resistirse) para sostener el vínculo más que para transformarse de manera positiva hacia la salud. Su principal objetivo consiste en “ser nuestros buenos hijos”. Y nuestra tarea, desde la perspectiva vincular, consiste en ayudarlos a madurar hacia el próximo nivel, empleando la sintomatología como excusa para lograrlo.




4. NIVEL DE LA DINÁMICA DE NEUROSIS DE GUIÓN
En este nivel, el paciente requiere de un experto. Esta nueva metáfora alude a la necesidad del paciente de contar con un profesional confiable desde el punto de vista técnico. La persona consultante se dirigirá hacia el terapeuta como de alguien que es sabio en el arte de vivir. Si bien ya no se vincula como un padre, sí lo hace de modo idealizado en cuanto a nuestras habilidades para vivir saludablemente. El paciente espera que tengamos las respuestas justas a sus problemas. El terapeuta entonces, tiene la tarea de asumir este rol y delimitarlo al ámbito de la salud psicológica (aspectos cognitivos y emocionales por ejemplo) sin extenderlo a problemas filosóficos (morales por ejemplo), dado que si incurre en este error perderá capacidad de maniobra frente a las ambigüedades del nivel existencial. En este nivel el vínculo requiere entonces la construcción de un espacio protegido para explorar y ensayar nuevos guiones en la expresión de emociones y selección de esquemas cognitivos más efectivos para vivir en plenitud, bajo la guía de nuestro rol de experto en estos temas.




5. NIVEL DE LA DINÁMICA DE LA NEUROSIS DE IDENTIDAD
En este nivel, el consultante requiere de un co-filósofo. Esta nueva metáfora alude a la necesidad de quien solicita ayuda de cuestionar él mismo su filosofía de vida. El consultante deja de ser paciente y se convierte en co-filósofo. Necesita que nosotros cuestionemos sus modelos mentales, y que tengamos la paciencia de que sea él mismo quien encuentre las nuevas respuestas. A su vez, precisa que lo acompañemos en la angustia que provoca el despojarse de los roles como elementos exclusivos de asiento de la identidad. Nuestra tarea aquí consiste en cuestionar con gentileza, en hacer preguntas más que en proveer respuestas. O sea, en que lo ayudemos a realizar una introspección efectiva, en un contexto cálido y protegido.




6. NIVEL DE LA DINÁMICA DE LA NEUROSIS EXISTENCIAL
En este nivel, el consultante requiere de un compañero de evolución experimentado. Esta nueva metáfora alude a la necesidad de quien ha solicitado nuestra ayuda de recibir la guía de alguien que ya ha atravesado lo que el está por atravesar. El consultante ha dejado de ser paciente para convertirse en un compañero de evolución, que incluso puede estar mucho más avanzado que nosotros en otros aspectos, pero que en el particular ámbito en el que nos consulta aún no ha atravesado lo que nosotros sí ya hemos trascendido en nuestro periplo personal. En esta clase de vínculo el “terapeuta” ofrece sus propias aventuras como ejemplos, y actúa más como un faro que como un guía activo. Aquí, propone contextos protegidos donde ocurran vivencias que el mismo consultante va a experimentar y luego autointerpretar. Aquí, nuestro saber está al servicio de crear el contexto más apropiado para que el consultante vivencie experiencias de manera protegida, experiencias que incluyen a su cuerpo tanto como a su mente.




INTEGRACIÓN VERSUS CARENCIA
Llegados a este punto, deseo proponer al lector la siguiente distinción: “problema” de integración y “problemas” carenciales o de “nutrición” . Según esta hipótesis un problema de integración, da cuenta de una dinámica en el que cierta estructura de la conciencia, interviene sobre otra estructura a fin de “defender el todo”. O sea, un “sector del ser” reprime, inhibe, o incluso aniquila a otro sector del ser, en general siguiendo una lógica de salvaguardar el conjunto. Esto implica que la clase de manifestaciones sintomáticas serán producidas por el mismo organismo, aún sin conciencia de que lo hace. Se defiende. Por lo tanto, el tipo de intervención que se suele requerir, tiene que ver con el restituir el funcionamiento original del plan, “antes de que todo marchara mal”. Siguiendo a Wilber, (Wilber, 2000) asocio esta clase de intervenciones al concepto de “técnicas de descubrimiento” (diferenciándolas de las técnicas de emergencia), donde lo que se busca con la intervención propuesta consiste en desreprimir lo reprimido, reintegrar lo escindido o re-introyectar lo proyectado. En este sentido diré que se requiere de un proceso de psicoterapia para conseguir la expansión de la conciencia.
Por otra parte, en los problemas de Carencia el problema consiste en que alguna estructura no ha podido emerger como es debido, no por la represión de otra estructura , sino por una “falta de nutrientes” o “espacio de precipitación” adecuado para consolidarse y desarrollarse. En estos casos, la estructura no ha crecido y no se ha diferenciado, razón por la cual, se generan una serie de manifestaciones producto de esa carencia.
Esto implica una clase de intervenciones diferentes a las de los problemas de integración. En estos casos se requiere lo que Wilber ha llamado técnicas de emergencia, y si bien las mismas son distintas de acuerdo a cual sea el nivel en que sea preciso que la estructura emerja, el principio es el mismo: generar las condiciones- en los cuatro cuadrantes- que favorezcan dicha emergencia. Siguiendo esta idea, en estos casos lo que se requiere no consiste en una psicoterapia, sino en una re-educación vivencial para conseguir la expansión en la conciencia. A este proceso lo denominamos práctica integral.
Siguiendo esta idea, los niveles más allá del de neurosis existencial, en nuestra sociedad actual requerirán de “prácticas integrales” específicas para cada nivel que favorezcan la emergencia de estructuras de conciencia correspondientes.
Soy conciente de la importante confusión que existe hoy día respecto de estos niveles del ser y del modo vincular que más favorece su “despertar”. Así como de la crucial necesidad de distinguir experiencias de niveles superiores de las provocadas por regresiones a los niveles inferiores. Por lo tanto presentaré a continuación, el concepto de falacia pre/trans (Wilber 1999).




FALACIA PRE/TRANS
En un sentido técnico específico Ken Wilber ha definido la falacia pre/trans en relación a la confusión generada entre los dominios PREracionales y TRANSracionales de la conciencia. Al definir nueve niveles de conciencia:
1. los tres primeros son preracionales, preegoicos, prepersonales y en este sentido resultan no racionales.
2. los tres intermedios son racionales, egoicos, personales.
3. los tres últimos son transracionales, transegoicos, transpersonales y resultan no racionales al igual que los estadios pre.
Wilber ha señalado en sus observaciones que por el hecho de ser no racionales, los estadios primeros suelen confundirse frecuentemente con los últimos. En esta dirección, los modelos teóricos que podríamos denominar “elevacionistas” tienden a considerar en numerosas ocasiones, ciertas manifestaciones no racionales producto de niveles preegoicos de conciencia (como por ejemplo fantasías grandiosas narcisistas o incluso delirantes), como producto de niveles de conciencia superiores o transpersonales. O sea, tienden a “elevar” los primeros niveles de conciencia, hasta los últimos sin atravesar los niveles intermedios. De este modo, diversas manifestaciones fantasiosas y poco realistas (o incluso patológicas) son consideradas como experiencias auténticamente místicas y de carácter transpersonal.
Por otra parte, en numerosas ocasiones, las posturas racionalistas, tienden a confundir (y reducir) numerosas experiencias místicas auténticas a fantasías prepersonales de carácter imaginado o incluso patológico. En otras palabras, tienden a reducir los niveles superiores de la conciencia a manifestaciones de los inferiores, dado que, desde el nivel en que se encuentran, no cuentan con las herramientas apropiadas para realizar tal distinción. De esta manera, numerosas experiencias espirituales auténticas, son consideradas como meras fantasías producto de la imaginación de la persona que las experimenta.
Es por este motivo que el concepto de falacia pre/trans puede resultar de verdadera utilidad a toda aquella persona interesada en su desarrollo personal. Dicho modelo puede proporcionar interesantes indicadores a la hora de diferenciar una progresión o una regresión frente a una nueva clase de experiencia que accede a la conciencia.




CONCLUSIONES
P. Meehl, el prestigioso psicólogo clínico describía la Psicoterapia, hace más de 30 años, como “el arte de aplicar una ciencia que todavía no existe” (Feixas y Miró 1993). Dichos autores, opinan que esta paradójica definición de Meehl servía para poner de manifiesto la situación coyuntural tanto como para mostrar una aspiración legítima. Desde entonces, el área de los tratamientos psicológicos se ha desarrollado considerablemente, sin que ello haya requerido un consenso manifiesto en torno a una definición explícita del área. No obstante, “la búsqueda de una definición sistemática de la psicoterapia ha preocupado y sigue preocupando a los investigadores” (Feixas y Miró 1993). Sabemos que existen grandes diferencias entre las escuelas actuales de psicoterapia, tanto en su interpretación de los síntomas y sus estrategias terapéuticas, como en su descripción de la dinámica básica de la personalidad humana y su forma de abordarla. En lo que la gran mayoría de las escuelas suelen coincidir (y en esto podemos adoptar la metodología de Wilber respecto a la construcción de generalizaciones orientadoras (Wilber 1998) es en que el vínculo terapéutico juega un rol fundamental en cualquier proceso de psicoterapia más allá de la tecnología que cada modelo emplea para el cambio.
Cerraré entonces este artículo con esta idea: dado que la importancia del vínculo terapéutico es un tema en el que hay poca controversia, se me ocurre como un excelente punto de partida sobre el que enfocar nuestra atención a la hora de proponer alguna clase de intervención al sistema consultante. Más allá del diagnóstico “formal” que cada modelo provea como base para el diseño de las acciones terapéuticas, necesitamos dar cuenta de un modo racional de la clase de vínculo que vamos a elegir construir dada la problemática del sistema consultante.
He encontrado particularmente útil el modelo creado por Ken Wilber para utilizarlo como un metamarco que organice las observaciones más allá de cada teoría de psicoterapia, de modo de poder planificar la construcción del vínculo del mismo modo que planificamos el resto de las intervenciones; y como herramienta para comenzar a incluir de un modo auténticamente trans-racional la dimensión espiritual del ser humano.




REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS




Feixas, G.; Miró, M. T. Aproximaciones a la psicoterapia. 1era. Barcelona: Paidós; 1993
Wilber, K. Psicología Integral. 1ra. Barcelona: Kairós; 1994
Wilber, K. El Proyecto Atman. 2da. Barcelona: Kairós; 1996
Wilber, K. Sexo, Ecología, Espiritualidad. 1ra. Madrid: Gaia; 1996
Wilber, K. El ojo del Espíritu. 1ra. Barcelona: Kairós; 1998
Wilber, K. Los tres ojos del conocimiento. 3ra. Barcelona: Kairós; 1999.
Wilber, K. Una visión integral de la Psicología. 1ra. México D. F.: Alamah; 2000
Wilber, K. Diario 1ra. Barcelona: Kairós; 2000

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Diez preguntas acerca del enojo



Diez preguntas acerca del enojo. Norberto Levy



1- ¿Por qué nos enojamos?


Nos enojamos cuando algo nos frustra: desde algo tan pequeño como un atascamiento de tránsito hasta una amenaza a mi integridad física o mi honor. Los motivos son variadísimos y los grados de intensidad también, pero todos tienen un elemento común: debajo de cada enojo hay una frustración.


2- ¿Cumple alguna función el enojo?


Veamos un ejemplo: Un amigo me prometió que me devolvería un libro y cuando llega me dice que se olvidó. Mi deseo de recuperar el libro se frustra y ese deseo frustrado se convierte en enojo. La función esencial del enojo es darme más energía para enfrentar el obstáculo que produce mi frustración. El tema fundamental acá es si yo he aprendido a canalizar adecuadamente esa fuerza, o no. Ese aprendizaje es una de las tareas más significativas que los seres humanos necesitamos realizar.


3- ¿De donde surge la idea de que enojarse es algo malo?


Surge de todo lo que en general hacemos cuando no sabemos encauzar la energía del enojo. Me gusta citar una frase de Marco Aurelio, que en el siglo ll dijo: "¡Cuánto más penosas son las consecuencias del enojo que las causas que lo produjeron!". Es muy hermosa y sintetiza muy bien lo que es la inadecuada utilización de esa energía. Por esta razón es fundamental que distingamos dos tipos de enojo: el enojo que destruye y el enojo que resuelve. La idea que tenemos del enojo como algo malo es a partir del enojo que destruye, que es, lamentablemente, la manera más frecuente que tenemos de enojarnos. Pero por eso mismo es bueno saber que esa no es la única forma del enojo.


4- ¿En qué se diferencia una de la otra?


Volvamos al ejemplo del libro que mi amigo no trajo. El enojo que siento puedo encauzarlo en dos grandes direcciones. Puedo decirle: ¡Sos un egoísta, siempre el mismo irresponsable…sos un falso… en vos no se puede confiar…! En ese caso he utilizado mi enojo para herir, castigar y hacer sufrir a mi amigo por lo que hizo. Cuando hago eso, no es por maldad. Es porque creo que sentir y expresar enojo es así: insultar, castigar y hacer sufrir. Cuando reacciono de ese modo, el otro, en este caso mi amigo que se siente herido por lo que le dije, responde, generalmente con otro agravio: ¡Y vos siempre el mismo autoritario, crees que todos somos tus esclavos, sos un déspota! También me recuerda otras situaciones en las que yo lo herí y me dice: Vos sos el egoísta irresponsable y manipulador. ¡Sos un hipócrita! Y así seguimos, de insulto en insulto. La intensidad continúa creciendo, cada vez nos herimos más, y al rato estamos los dos lastimados y resentidos. Ninguno quiere saber más nada con el otro…. y el libro no lo recuperé. Este es un ejemplo del típico enojo que destruye. Es muy común oír después de una gran pelea en la que todos han quedado muy heridos: ¿Por qué era que empezó esta discusión?


5- ¿Cómo es el enojo que resuelve?


Allí dirijo ese plus de energía sobre el obstáculo que me frustra. En este mismo ejemplo le puedo decir a mi amigo, con toda la intensidad con la que lo sienta: ¡Estoy muy frustrado y enojado. Vos prometiste que me ibas a traer el libro y yo contaba con él. Lo necesito. Vamos a ver cómo me lo podés acercar. O llamás a alguien para que lo traiga o llamamos a una mensajería. ¡Fijate qué se te ocurre…! Y ahí me quedo esperando y demandando una respuesta. Cuando concentro mi energía en esa dirección el enojo cumple su propósito esencial: darme más energía para tratar de resolver el obstáculo que me frustra. Este tipo de enojo se apoya en dos pilares: expresar lo que siento ante lo que sucedió y demandar la respuesta que me "des-enojaría". Expresar la frustración y el enojo que me produce la situación es necesario para mí, para desahogar lo que me pasa y es necesario para el otro, para que pueda saber lo que me ocurre a mí ante lo que hizo, porque ese es además uno de los motores que lo ayudarán a cambiar su actitud. Cuando se cuánto le molesta a una persona mi impuntualidad eso es algo que me ayuda a que lo tenga en cuenta y me dispone a tratar de ser más puntual. Expresar lo que siento no quiere decir enjuiciar al otro. Son dos respuestas muy distintas que es necesario aprender a distinguir con claridad. Una cosa es decir: ¡estoy muy enojado por lo que hiciste! y otra muy distinta es decir: ¡Sos una basura, sos destructivo, una mala persona, una porquería! etc. En última instancia la esencia del enojo que resuelve es autoafirmarse con claridad, fuerza y respeto. Y para eso no es necesario descalificar ni agraviar, ni insultar. Me concentro en la acción que me frustra y demando una solución.


6- ¿Qué sucede cuando no puede haber reparación en el presente?


Por ejemplo cuando alguien llega tarde, me deja una hora esperando y eso no tiene arreglo porque ya ocurrió. En ese caso lo que uno puede hacer es, además de decir lo que siente, orientar la demanda hacia el futuro. Generar algún acuerdo para que no vuelva a ocurrir. La clave es descubrir en cada caso la situación que me des-enojaría. Yo sugiero a mis alumnos que cuando un enojo es intenso y los confunde se formulen la siguiente pregunta: ¿qué tendría que ocurrir acá para que mi enojo cese? Esa pregunta tiene la virtud de enfocar la mente sobre el punto central de la cuestión que es precisamente cómo se resuelve ese problema que me enoja.


7- ¿Qué pasa cuando la persona con quien estoy enojado es alguien a quien quiero?


Mucha gente cree que si le tengo afecto a una persona no puedo enojarme con ella, que tengo que cerrar los ojos y dejar pasar porque es: o el afecto o el enojo. Y en realidad no es así, es más bien todo lo contrario. Una de las cosas que más ayuda a hacer resolutivo el enojo es expresar el enojo con afecto. Puede parecer una contradicción insalvable en sí misma pero no es así, es simplemente recordar, cuando esa es la situación, que la persona con quien estoy enojado es alguien a quien, además, le tengo afecto. Entonces se pasa del: "Porque le tengo afecto no me puedo enojar" a "porque siento que le tengo afecto es que le puedo expresar mi enojo cuando lo siento".


8- ¿Cómo reaccionar ante el enojo de los demás?


Cuando uno aprendió a enojarse respetuosamente y lo hace, se da cuenta con más claridad cómo es el enojo del otro: si es resolutivo o destructivo (o cuánto hay de cada uno). Entonces puede distinguir qué parte de verdad puede haber en ese enojo y que reparación requiere y cuánto hay de enjuiciamiento, agravio o maltrato, que es parte de la inmadurez y la ignorancia de quien se enoja así. Cuando establezco esa distinción ya estoy en mejores condiciones de no quedar sometido al modo destructivo del enojo del otro.


9- ¿Cuál es la causa del enojo explosivo y desproporcionado con la situación?


Ese es el tema de la acumulación del enojo. Cuando uno no aprendió a expresar el enojo tiende a retenerlo, y se va acumulando. Entonces alguna situación menor activa el enojo acumulado y sale con una intensidad desproporcionada que desconcierta al otro, y a veces también a uno mismo. Por esto es bueno estar al día con los enojos, pero para eso es necesario haber aprendido a expresarlos de un modo resolutivo. Si no, inevitablemente uno tiende a callar por temor a complicar más las cosas.


10- ¿Qué sucede cuando el enojo es con uno mismo?


Uno no se enoja consigo mismo de un modo global si no con alguna parte de sí, por ejemplo: la parte insegura, miedosa, exigente, etc. Por lo tanto lo primero es descubrir con qué parte propia estoy enojado. Es útil imaginar que esa parte está enfrente y expresarle el enojo tal como lo siento. En el universo interior el enojo también puede ser destructivo o resolutivo. La mejor manera de saberlo es ponerse en el lugar de quien recibió ese enojo y observar cómo se siente al oírlo: si destruida o ayudada. Si se siente destruida, la tarea es clara: aprender a enojarme con ella de un modo tal que ese enojo le exprese mi desacuerdo de una manera que la enriquezca y la estimule a evolucionar en la dirección deseada. Ese aprendizaje es el mejor punto de partida para aplicarlo después en el trato con los otros y es, en última instancia la esencia de la Autoasistencia Psicológica, que consiste precisamente en aprender a relacionarme con la parte de mí que no me gusta de un modo que la ayude genuinamente a transformarse.

lunes, 1 de septiembre de 2008

La dignidad del miedo



Hola a todos

Les presento a Norberto Levy, nacido en Buenos Aires en 1936.

Es médico psicoterapeuta, graduado con Diploma de Honor en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1961 y desde hace cuarenta años explora de un modo sistemático, en la clínica y en la docencia, los mecanismos de la autocuración psicológica.

Iré compartiendo con ustedes lo que piensa Norberto de las emociones, tópico que me interesa sobremanera, toda vez que soy y me acepto como tal, un típico Eneatipo 2 .

Hoy inicio la saga con el miedo, dado que no siempre actúa como emoción negativa, sino que muchas es sumamente positiva (el miedo no es tonto) y porque hoy tengo mucho miedo ante las elecciones de máxima y mínima que tengo que efectuar frente a la situación más significativa de mi vida.

Por lo tanto, aprendiendo, que no ocupa lugar.



• La dignidad del miedo.Norberto Levy




Así como en el plano físico cada órgano (hígado, cerebro, riñones, corazón) cumple una función específica y necesaria, en el universo emocional cada emoción cumple también una función de igual importancia.Existen emociones que nos informan acerca de lo que tenemos (alegría, gratitud, confianza, solidaridad, etc.) y otras que nos informan acerca de algo que nos falta (tristeza, miedo, envidia, culpa, etc.) A estas últimas se las suele llamar "negativas", y no lo son. Son en realidad valiosísimas señales que nos remiten a problemas que estamos experimentando en ese momento.
Por ejemplo, el miedo es la sensación de angustia que nos informa que hay una desproporción entre la amenaza que enfrentamos y los recursos que tenemos para encararla. Si el peligro tiene “valor diez” y los recursos son también “valor diez” no se producirá miedo. Si en cambio, los recursos son “valor cinco”, el miedo surgirá y será la señal que nos avisa de esa desproporción. En ese sentido podemos comparar al miedo con la luz roja del tablero del automóvil que se enciende e indica que hay poca nafta. El problema no es la luz sino lo que pone en evidencia: que falta combustible. La luz roja es una valiosísima señal que nos remite a resolver ese problema. Lo que necesitamos es aprender a tratar al miedo con la misma eficacia con que tratamos la luz del tablero, y eso es posible.


Creencias erróneas
Uno de los factores que perturba esa posibilidad son las creencias equivocadas que tenemos acerca del miedo. En general pensamos que es una “emoción negativa”, que es señal de debilidad y cobardía, que es mejor no escucharlo porque sino no haríamos nada, que los hombres no tienen miedo… que el problema es el miedo y que si por el camino que fuera lográramos no sentirlo, no tendríamos las angustias estériles que el miedo nos trae. Cuando nos apoyamos en esas ideas tapamos y maltratamos al aspecto miedoso y ahí es cuando el miedo comienza a convertirse en un problema que paraliza y hace sufrir.


Qué hacemos con el miedo
Es bueno recordar que no sólo sentimos miedo sino que a continuación reaccionamos ante ese miedo que sentimos, y podemos sentir vergüenza, rabia, desprecio, impotencia o miedo por tener miedo. Es decir, se produce una reacción emocional en cadena, y lo interesante es que según sea esta segunda reacción será el destino del miedo original.Si nos da miedo sentir miedo tratamos de suprimirlo porque nos parece que nos va a sobrepasar y desorganizar. Si nos da rabia nos enojamos con la parte miedosa y solemos retarla y castigarla. Si nos avergüenza, la escondemos. Y así, cada una de estas segundas reacciones produce una actitud específica hacia el miedo original. A la parte miedosa se le agrava entonces su condición y tiene dos amenazas: la externa (el examen, la enfermedad, el rechazo, o lo que sea el motivo del miedo) y la interna, que es la propia reacción interior.


La reacción interior
Matías me consultó por miedo a la soledad. Le pregunté: “Si imaginaras que esa parte miedosa estuviera enfrente ¿qué le dirías? ...y mirando hacia ese espacio le dijo: “¡estoy harto de ese miedo absurdo que tenés que no me deja vivir... me dan ganas de abofetearte para que despiertes...!”Lo invité entonces a que tomara el lugar de la parte miedosa y viera cómo se sentía al escuchar eso. Desde ahí respondió: “Ahora me siento peor y más solo que antes...”Esta es una de las típicas reacciones interiores que agravan el miedo original. En ella se suman el enojo ignorante que cree que abofeteando a la parte miedosa la va a transformar, y la creencia, ignorante y frecuente también, de que hay miedos absurdos.Ambas forman parte de la evaluación que hacemos acerca de lo que sentimos, y esta evaluación es continua, seamos o no, concientes de ello. Algunas de esas reacciones nos ayudan efectivamente a cambiar y otras, como las que describimos recién, nos dejan más asustados que antes.
Y esto es así no porque el evaluador sea malo sino porque es ignorante y no sabe cómo ayudar. Nosotros somos los dos, tanto el que tuvo miedo como el que lo evalúa. Somos ese equipo, y según cómo se relacionen entre sí será nuestro destino psicológico: insatisfacción crónica o crecimiento.Y dado que es una función tan importante ¿Qué puede hacer el evaluador, por ejemplo ante el miedo, para aprovechar esa emoción en lugar de sólo padecerla?
Primero: Legitimarla y escucharla. Legitimar no es consentir. No es: "Está todo bien, y... a otra cosa". Eso anestesia pero no ayuda. Legitimar quiere decir que se reconoce que hay un problema, pero que quien lo padece no merece reproche por eso, sino ayuda. Hay personas que dicen: "Yo no escucho a mi parte miedosa porque si la oyera nunca haría nada". Esa actitud funciona durante un tiempo muy corto pero la parte miedosa no escuchada y maltratada sigue creciendo y en algún momento, activada por una situación tal vez menor, irrumpe de golpe con todo el miedo acumulado y se produce lo que conocemos como crisis de pánico.Podríamos compararlo con una angina. Si la reconocemos y asistimos, llega hasta ahí y remite. Si no escuchamos ni atendemos esa señal, crecerá y se hará neumonía.La crisis de pánico es el equivalente psicológico de esta neumonía.
Segundo: Una vez que la hemos escuchado, preguntarle: ¿Cómo necesitás que te trate y te hable para que puedas sentirte acompañada y ayudada por mí? Es importante saber que si se le da el tiempo suficiente, esa parte miedosa lo va descubriendo, y la experiencia clínica muestra que ese trato que necesita, en la mayoría de los casos no coincide con el que recibe diariamente.
Tercero: Intentar tratarla como lo acaba de pedir. Eso se logra cuando el evaluador interior se conecta con un componente esencial de su rol, y es que su tarea consiste en evaluar para enriquecer, no para destruir a lo evaluado.


Que una parte de uno mismo le hable a otra y después esa otra le conteste, tal como ocurre entre dos personas, parece algo extraño, pero de hecho esa conversación interior existe, aunque no la percibamos con claridad. Este ejercicio intenta amplificar esas voces y transformar su antagonismo en cooperación. Cuando hay cooperación interior entre el evaluador y el evaluado se va pudiendo encontrar, ante cada situación que despierta miedo, cuáles son los recursos psicológicos que faltan para poder enfrentarlo y cómo desarrollar dichos recursos. Y cuando tales recursos no se pueden desarrollar, la retirada, al ser consensuada, deja de ser conflictiva pues forma parte del derecho que me asiste de elegir las condiciones más propicias para mi desempeño. Como dice el I-Ching: Saber emprender correctamente la retirada no es signo de debilidad sino de fortaleza… En la medida en que uno se ejercita en el despliegue de estos diálogos interiores, el miedo va recuperando su dignidad original perdida y vuelve a ser la valiosísima señal de alarma que es.