Ayer fue Nochebuena, hoy Navidad.
Oportunidad para reunirnos.
Familiares que vemos en esta oportunidad y en algún casamiento, nacimiento o funeral de otro familiar
Familiares que vemos tan asiduamente que no nos llaman la atención, ya que son una mera continuación de lo cotidiano, de lo semanal, de lo mensual.
Amigos, los más íntimos, por cierto, porque al amigo se lo elige, no se lo hereda, no se lo adquiere por una de esas reglas de parentesco político.
Personas con las que tenemos compromisos imposibles de zafar.
No voy a repetir eso tan remanido de que se ha perdido el espíritu crístico de estas fiestas
Ni voy a decir junto a multitudes que se ha desnaturalizado el fin último de las mismas, que no es precisamente hartarse de alimentos y bebidas alcohólicas antes, durante y después de las comidas, y además, y en abundancia, con ocasión del brindis.
¿Se han preguntado ustedes por qué brindamos en Nochebuena y en Navidad?
¿Lo hacemos porque hace 2000 y tantos años atrás nacía un hombre llamado Jesús? ¿Porque se sacrificó para redimir nuestras culpas? ¿Porque cargó sobre sus hombros nuestras cruces?
¿Porque vino a redimensionar nuestra relación con lo espiritual, con los valores prístinos de los cuales la humanidad se había ido alejando poco a poco o mucho a mucho?
Dime tú, el que estás leyendo estas palabras en este preciso instante ¿puedes verbalizar todo lo que sientes cuando te pregunto esto que acabo de preguntar? ¿puedes alejarte de hipocresías, de mentiras piadosas, de autoconmiseraciones, de conformismos, de "si todos lo hacen por qué yo no?" , de "si todos lo hacen ¿por qué he de sentirme culpable?"
Te pregunto: ¿por qué te sientes culpable frente a estas preguntas?
Te contesto: te sientes así porque aún conservas algo de memorias pasadas, de rituales, de místicas, de valores morales que deben guiarnos durante nuestro paso en este mundo de las formas.
Te sientes así porque así zumban en tu cabeza mitos que te preanunciaron un humano mejor, enseñanzas grabadas a fuego alquímico en esa parte de ti que recuerda, commemora, evoca, conjura, retiene y hasta detiene el paso del tiempo.
Te cuento un secreto: el tiempo no existe, es un engaño que nos permite soportar, vida tras vida, el largo hilván de la causa y el efecto, que nos autoriza a ir cambiando en la existencia actual lo que hicimos mal o no aprendimos a hacer o pudimos hacer mejor y no lo hicimos en otra vida.
Y todo para evolucionar.
Quizás sólo sea algo tan simple como ponerse a meditar unos veinte minutos sobre cosas tan relevantes como ¿qué estoy haciendo? qué quiero hacer? ¿qué siento que debo hacer? y no acallar las voces que se despierten después ante esos interrogantes , sino todo lo contrario.
Hacer es mejor que no hacer
Pensar es mejor que presumir
Caminar es mejor que quedar estancados
Les propongo algo:
Pongámonos esta Nochebuena y esta Navidad en la piel de nuestro enemigo, de aquél que sin serlo nos resulta molesto, del compañero competidor o del jefe gruñón, del vecino envidioso o de la suegra inquisidora o del ausente caprichoso...........y tratemos de entenderlos, de apreciarlos, de acercarlos a nosotros.
Pasemos un verdadero natalicio crístico, veamos con sus ojos, para que el perro hediondo nos muestre sus blancos dientes .
MIR
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