lunes, 9 de febrero de 2009

Tenía que ser hoy


Tenía que ser hoy
Hoy que de pronto me siento raíz sin pináculo, ave sin plumas, bípedo sin literatura


Ayer perdí el objetivo principal, lo que me motorizaba desde hace meses,
lo que me daba ganas de levantarme cada mañana , lavarme la cara y repetir el tedio del ritual cotidiano sin sentirlo tedioso

Ayer fue un día capital, de ésos que anidan transformaciones inevitables.

Una tristeza ingente, epílogo del cambio, ha venido a nublarme la mente creadora y pienso sólo sentarme a mirar la vida, como poeta insólitamente arrancado de su tarea primordial.

acongojada, consternada, abrumada, agobiada, desventurada, desolada

Recordando de pronto a Jorge Carbajal: “ Podríamos aceptar el regalo de la sombra y vivir la caída, la enfermedad, el fracaso, la separación… como un necesario aprendizaje “
MIR



La ciencia sagrada del servicio
Jorge Carvajal




Vivir es servir. El servicio no es acallar la conciencia, no es dar de lo que nos sobra. El servicio es entregarse. El amor incondicional y el servicio son cualidades humanas. Así como las flores que nos regalan su aroma y su belleza, toda la naturaleza es una manifestación del servir, empezando con el sol y su explosión de luz y de color.

En los primeros instantes de la creación, el Gran Servidor del mundo sembró las primeras semillas de la evolución. Entre ellas los electrones con toda la dinámica que mueve de tu energía, y germina en el movimiento.
La vida es un plasma electrónico activado y los electrones están saltando ahí en tu corazón.
Toda la materia prima de este universo había sido creada antes del primer milisegundo: protones, neutrones, fotones…
Todo en la creación estaba preparado para que apareciera el Observador.
El Observador es un Creador que aparece cuando hay un grado de conciencia crítico. La misma materia es espiritual, hay Espíritu sumergido en la materia.
La materia incuba al Espíritu y va ascendiendo, pura, a través de nosotros.
Encontramos en el mismo programa del átomo el destino del hombre. Primero la gran expansión: el Amor se expande, luego el corazón cósmico se contrae.
Son los primeros sistemas solares. El Creador Llena el mundo con la inteligencia de la materia. Después viene la contracción.
Primero el amor se expande y luego se contrae.
Surge un sistema solar regido por el amor. Leche cósmica para alimentar los nuevos planetas brota del corazón de las supernovas y llena la materia con la inteligencia del Creador.
Intuimos así más allá de la entropía, que nos arrastra hacia la muerte, un principio antrópico humanizador que vislumbra la humanidad inscrita en el plan. En estos planetas donde nace la vida está inscrito el programa de la creación desde el primer instante y así podemos continuar la creación.
No somos polvo de estrellas, somos producto de la misma conciencia estelar. A través de nosotros pasan todos los reinos: el reino mineral, el reino vegetal y el reino animal, con toda la inteligencia de su evolución se sintetizan en nuestro corazón para que podamos ascender al reino de luz.
Nos sumergimos de lleno conceptualmente por lo menos en esa mágica corriente de la vida que es a su vez una gran corriente de servicio.
¿Para qué servimos? Esa es una pregunta esencial. El servicio es una condición de la creación. En el servicio revelamos la esencia de las cosas, su cualidad. El servicio inteligente nos permite ir más allá de la apariencia pues la conecta con la esencia. El servicio conecta los sentidos al Sentido y nos da razón profunda de vivir, nos da un Norte. Nos permite darnos para renovarnos. Nos permite entrar en la gran ley de la vida que es la ley del corazón.
El corazón se da a cada segundo. No requiere nada. Si retuviera a cada segundo una sola gota de sangre, al cabo de una hora estaríamos al borde de una insuficiencia cardiaca congestiva y en un día ya estaríamos muertos. Todo aquello que el corazón recibe lo da enriquecido, renovado, lo da cargado con su oxígeno. Esa es la ley de la vida inscrita en la misma fisiología: vivir es dar, es darse, es entregarse. No es dar de lo que tienes, es dar de lo que eres, tu conciencia, tu tiempo…
No hay nadie que sea tan rico como para no necesitar recibir y no hay nadie que sea tan pobre que no tenga nada para dar. Dar de todas las maneras; en todo caso dar de ti.
La vida nos hizo un regalo cósmico, sembró semillas del plan en la tierra de nuestra conciencia y esas semillas pueden germinar y multiplicarse como cosecha abundante de la vida en nosotros.
La vida sembró en nosotros una semilla mineral y ahí tenemos el hierro cósmico de los glóbulos rojos que vino de una supernova. El hierro no es de aquí. Ninguna partícula es de la tierra…
Por el mismo núcleo del hierro somos extraterrestres que habitamos la tierra.
Somos hijos del corazón de las estrellas. Del mismo núcleo de las estrellas nos vino el calcio y la inteligencia de las células. El calcio se convirtió en canales que nos permiten crear corrientes eléctricas y hacer la comunicación desde ese núcleo.
La vida nos regaló el magnesio que está en el corazón de la clorofila. Nos regaló el fósforo que enciende tus neuronas, nos regaló electrones, calcio, hidrógeno, oxigeno, nitrógeno… para construir el sustrato de la vida, las proteínas. Nos regaló los minerales adecuados… para que esas proteínas se convirtieran en enzimas y la magia de la vida pudiera subir a través de nosotros. El reino mineral es un portador de la luz cósmica.
La vida nos regaló patrones de ordenamientos. De esta forma los átomos de carbonos duros se convierten en diamantes, duros al tacto, pero blandos a la luz, porque la dejan pasar y la revelan. Cuando las moléculas se ordenan y son coherentes se forman las gemas. Las piedras son preciosas no por su sustancia, sino por su patrón de organización interior, contienen una geometría fractal que se va ordenando para dejar pasar la luz.
Estamos aquí para dejar pasar la luz, para desarrollar la transparencia, para ser transparentes. Esa luz ya no es la luz del sol, es la luz del amor.
El servidor enciende la luz y revela la luz. El servidor ha alineado su personalidad. Ya no es sólo cuerpo físico, sino que está magnetizado por sus sentimientos positivos, que le llevan a dar lo mejor de sí. El servidor ha conquistado su campo de conciencia mental. Conoce la ciencia sagrada del servir. Sabe que hay un momento para sembrar, un momento para cultivar, y un momento para cosechar. Conoce la ciencia del ritmo y de la oportunidad. Ha despertado su inteligencia.
En el servidor hay genuino amor. No es un amor ciego y mercenario, es un amor con discernimiento, valiente.
El servidor reconoce la necesidad del otro, es el maestro de la necesidad. Reconoce lo esencial y, así, da de lo que el otro necesita.
El servidor posee ese genuino amor impersonal que implica tanto el intelecto como el corazón. Servir no es necesariamente construir hospitalitos aquí y allá y hacer paternalismo, sino genuino amor personal. A lo mejor no hacemos nada afuera, pero sí damos nuestra compañía, nuestra oración, nuestro pensamiento, nuestra actitud, nuestra mano amiga… estamos entrando de lleno en esa corriente vivificante del agua abundante de la vida, el servicio.
Servicio no es necesariamente lo que se ve afuera, es lo que se construye desde adentro porque es producto de la coherencia. El servidor es un devoto que ha hecho de su vida algo sagrado. Su devoción es por Dios, pero ha aprendido a ver a Dios en la humanidad.
El servidor es también un devoto de la sombra, porque ama los lugares donde hay sombra y es capaz de llevar su luz allí. El ha aprendido una bella lección que está inscrita en esa conciencia cósmica que llamamos reino vegetal.
¿Qué tal si las raíces no tuvieran devoción por la oscuridad y por la sombra y por la tierra? No habría flores. Por eso estamos aquí. Dios nos tiene aquí porque hay oscuridad.
El problema de la oscuridad no es el problema de la sombra, es el problema de aquellos que tienen un poquito de luz. No tenemos que atacar al mal, ni siquiera a los gobernantes, tenemos los gobernantes que nos merecemos. Tenemos la tierra que todos, por acción o por omisión, hemos contribuido a crear. No es cierto que la tierra esté dividida en fronteras. Somos el mismo cuerpo de Cristo. Por nosotros corre una misma savia. Si cortamos su circulación, la responsabilidad es sólo nuestra. Estamos unidos por un mismo tronco, estamos nutridos de la misma raíz. Podríamos disfrutar todos de la misma savia viva del dinero, de la cultura, de los bienes de la tierra, de la energía…
Deberíamos aprender de la devoción del reino vegetal. Podríamos descender a la profundidad de la dura roca para disolverla. Llevar nuestras lágrimas conmovidas a los lugares difíciles donde no hay solidaridad, donde no circula la savia. Hemos de reconocer que la tierra somos nosotros. La tierra es con nosotros.
El servicio tiene que ver con la ciencia sagrada de la devoción. La devoción no rechaza la sombra. No rechaza los impulsos, no rechaza a eros, sino que reconoce que eros y logos están unidos en una misma corriente de conciencia.
Aprender la ciencia sagrada de la devoción y reconocer como el poeta que lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene de sepultado. Que no es posible alcanzar el gozo sin haber sufrido. El dolor no es lo contrario del amor sino su revelador, armonía de los opuestos, que en el amor son complementarios.
Disfrutamos de la belleza de la luz y de la oscuridad que se reúnen en la aurora y el crepúsculo.
Podríamos aprender del reino vegetal que también vive en nosotros, la ley de la armonía, de la devoción, del amor incondicional. Almacenar la luz, asimilarla y proyectarla al planeta en un servicio que va hasta el sacrificio. La nota clave del alma es el servicio pues el oficio sagrado del amor es el sacro oficio del alma.
El ritual del amor se oficia a cada instante en el corazón cuando despertamos a nuestra humanidad.
Podríamos aceptar el regalo de la sombra y vivir la caída, la enfermedad, el fracaso, la separación… como un necesario aprendizaje.
Vinimos a aprender y aprender es encender un fuego interior.
Podríamos ver como el vegetal: crece por la sombra hacia la luz. El tallo busca la luz. Sin la sombra no podríamos orientarnos hacia la luz. Allí donde hay sombras hay crecimiento.
La caída es un bello regalo. Pierdes la salud pero la salud perdida es tu maestro, tu enfermedad te enseña cuánto vale la salud.
Mueres clínicamente, regresas y ¿qué pasa? Cambia tu conciencia, tu vida, tus relaciones y tus valores… Se acabó la prisa, el afán de poseer. El único afán es el de ser uno con el ser, uno con los otros.
Tenemos otra bello aprendizaje en el proceso de florecer Podríamos aprender del regalo de una flor, más allá de su perfume y su color. Aprender la estrategia de la flor para abrirse, para abrir sus pétalos y revelar su luz y aromar, revelar el cáliz y la promesa de la semilla y la promesa del fruto. Aprender de la flor que cuando se muere sale el fruto. El fruto maduro se cae por su propio peso. El fruto es blando y dulce y entonces puede alimentar la vida y multiplicar el programa del Creador en la semilla que cada uno de nosotros somos. Observemos el regalo de la flor y aprendamos con ella que vivir es abrirse a la vida, abrirse al amor y aromar… ¿Cuál es tu perfume? ¿Cómo has aromado más allá del desodorante y del perfume exterior? ¿Cuál es el aroma de tu vida? ¿Has aromado, has perfumado hoy la atmósfera de tus hijos, la de tus hermanos, de tu mujer...?
La flor es puro crecimiento. Su crecimiento es rápido y su vida corta. Su tiempo es un tiempo intenso, profundo. El crecimiento verdadero sucede por el centro, no por la periferia. Cuando la flor crece por la periferia se cierra a la luz, en el crecimiento céntrico sucede el milagro de la apertura a la luz.
¡Que tu crecimiento no sea periférico, sino central! ¡No sea el de tu capital, el de tu forma, el de tu armadura, de tu apariencia, de tu personalidad…, sino el de esa esencia desnuda que contiene en ti la semilla del Creador, porque entonces vas a servir a la vida y vas a madurar y revelar el plan de la semilla y así entregar el fruto a la humanidad y nutrir la humanidad…!
Podríamos crecer desde el centro. Cuando una flor se cierra crece por la periferia. Nosotros también nos cerramos a la luz cuando vivimos para las apariencias o las formas externas.
Vivir es muy simple. Vivir es ejercer de aprendiz, y éste es alma que sirve y que está los pies del maestro, del hijo, del hermano, del pájaro, del árbol, del río, del gobernante, de la humanidad… Si vives como aprendiz estás en tu centro y puedes disfrutar la vida. La vida es como una rueda a gran velocidad. En la periferia rige la fuerza centrifuga. La vida nos alcanza en la periferia no más que para sobrevivir. Pero hay un ojo del huracán, un lugar de máxima quietud, donde recibes la conciencia del ser y ese es el centro de la rueda.
El reino de los cielos es el reino la inocencia y de los procesos, del crecimiento permanente. Cuando eres inocente puedes fluir como los niños.
Podrías nacer y brotar como un manantial fresco. Ese el eje de la rueda de tu vida. Podrías permanecer siempre en el eje de la vida. Podrías estar en tu centro, ser el aprendiz inocente y sensible. Sólo tienes dos posibilidades: o vives o te mueres lentamente. O aprendes y enciendes ese fuego interior en tu corazón o simplemente sobrevives y vegetas como la víctima en la periferia.
La víctima no puede servir. Su pregunta no es qué es lo que yo voy a dar a la vida, sino qué es lo que la vida me va a dar a mí. Es una pregunta que nace del egoísmo de vivir en periferia. Vivir es también recibir la herencia del reino animal. El regalo de este reino es el primer camino hacia la libertad. Ya no tenemos raíces, ya no estamos sólo en un único sitio, tenemos patas y nos podemos mover. Empieza el embrión del instinto que nos conduce por el sendero de la evolución hasta el libre albedrío. El instinto animal es un regalo de tal naturaleza... Qué magia hay en esos perritos que llevan los viejitos por las calles de Paris? Ellos son su familia, pues quizás perdieron a sus hijos...
Seis millones de niños mueren anualmente de hambre. Con un poquito de nuestros desechos se podrían salvar, con un poquito de nuestra amistad y solidaridad y de generosidad podrían vivir. Un poquito de lo que nos sobra es exactamente lo que precisan esos niños para sobrevivir. Hay un millón y medio de niños ciegos. Con un poquito de vitamina "A" los podríamos salvar.
Mientras mueren 6 millones de niños de hambre, hay 6 millones con malnutrición severa que no se van a morir. Posiblemente haya otros 300 millones de niños con desnutrición moderada que tampoco se van a morir, pero que han malnutrido su cerebro. Un cerebro no nutrido no es un cerebro de paz, es un cerebro sin amor y nuestros hijos se van a encontrar con ellos en las calles.
¿Qué va a pasar entonces?
¿Donde está nuestra humanidad? Es muy cómodo hablar de humanidad y no comprometerse con ella. Es cuestión de comprometernos, no de culparnos. Es cuestión de sentir nuestra humanidad e implicarnos en esa gran corriente que nos puede permitir conquistar el más bello de los valores que es la solidaridad. La más bella oportunidad de ser felices es ser solidarios.
Los estudios demuestran que el principal agente de felicidad es hacer felices a otros. Un gobernante es feliz porque hace felices a sus súbditos, una madre porque hace lo propio con sus hijos…
Un budista, un bodhisatva, un meditador, un servidor del mundo… es feliz porque hace el vacío y a través del vacío lograr la plenitud y través de ella el éxtasis que es la entrega total a la corriente del Ser.
Podemos encontrar la posibilidad de servir aquí y ahora. Podríamos dejar de criticar a nuestros gobernantes y saber que la energía sigue al pensamiento. Aunque no estemos de acuerdo es preciso enviarles lo mejor de nuestros pensamientos y oraciones para que se puedan iluminar y hacer lo mejor.
Podríamos llevar luz a nuestros médicos y a nuestros sistemas médicos pues ellos también son víctimas de una macroeconomía, de la formación, de un sistema regido por la posesividad, la explotación, la violencia... Podríamos ayudar a limpiar las atmósferas astrales emocionales de la confusión.
La ciencia del valer no puede estar separada de la ciencia del ser. Vales por lo que eres. Reconocer los tres valores esenciales: el amor, la paz y la libertad, valores que nutren nuestro ser.
Con la paz nuestro cuerpo físico está en armonía. Con amor el cerebro, concretamente la parte que rige las emociones, está nutrido. Cuando tenemos libertad, nutrimos también nuestro cerebro humano, ese cerebro que nos ha sido regalado para la evolución, para crear.
Servir es la única manera posible de vivir humanamente. Servir es actualizar el ser, es convertir una esencia posible en una existencia real. Es convertir un potencial humano infinito en una fuerza externa activa y efectiva, que sea transformadora y transmutadora del mundo. Servir es el canal que conecta el ser a la existencia.
Somos sí, pero es preciso demostrarlo. Servir es participar de esa corriente que conecta toda la evolución en el seno del cuarto reino de la naturaleza, que es el reino de la humanidad, con el quinto reino, que es el reino de las almas.
Podrías sembrar un árbol, siémbrate. Tu eres un árbol, el árbol de la vida. En cada paso vas fecundando tus caminos y en cada primavera puedes florecer. Podrías escribir un libro, escríbelo, no tienes porque ser escritor. Escribe en el libro vivo de tu piel con tus caricias, en el libro de tus ojos con tus miradas. Escribe en el libro de tu corazón. Graba con el fuego de la vida.
Que tu vida sea un libro que tus hijos puedan leer, que tus enseñanzas no sean palabras muertas, ni tus valores sean valores cadavéricos. Que tus valores sean el valor del ejemplo, el valor de la vida. Podrías callar y hablar desde tu respiración, desde tu actitud y desde aquello que estás haciendo con corazón. Podrías inclusive olvidar las técnicas de meditación y de oración. Podrías olvidarlo todo salvo ser y nacer dentro de ese torrente de amor que hay dentro de ti.
Esa es la invitación. Servir es vivir. ¡Que bueno que volvamos a vivir!

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