domingo, 11 de noviembre de 2012

POEMÁNDOTE





POEMÁNDOTE


Hundiéndome
En la espesura celeste de tus ojos
Perdiéndome
En el  ovillo tibio de tus brazos
Ocupándome
de satisfacer  todos tus antojos
para verte feliz,
amorcito mío

Durmiéndome
Sobre  la tersura de tu hombro
Despertándome
Con tu costado a mi costado
Ingeniándome
Para provocar tu asombro
Y así hacerte feliz,
Amorcito mío

Hallándome
En la selva grisácea de tu pelo
Refugiándome
En el pocito rosado de tu vientre
Mirándote
Cada vez que me desvelo
Trocito por trocito
De tu rostro y tu cuerpo,
Amorcito, amorcito.

Hundiéndome y perdiéndome
Hasta llegar a tu médula
Durmiéndome y despertándome
Contigo siempre cerca
Hallándome y refugiándome
En toda caricia trémula
Ocupándome e ingeniándome
Para tenerte conmigo,
Amorcito
Amorcito mío


MIR

sábado, 27 de octubre de 2012

MIEDO A SER DISTINTO- E GALEANO Y PACHO O¨DONNELL









MIEDO A SER DISTINTO

Reflexiones sobre la actitud de desconfianza y de odio hacia el otro que generan discriminación y hasta persecución.
Conversaciones con Eduardo Galeano.

Por Pacho O’Donnell
.El miedo a ser distinto no alcanza a quien lo es por ser el mejor jugador de un equipo de fútbol. Ninguna muchacha teme ser distinta si eso significa ser la más bella de una fiesta. Nadie teme ser distinto si eso significa ser el empleado mejor pago o el dueño de un auto superior a los otros de la cuadra, etc. Aunque es seguro que ellos sufrirán el ataque envidioso de los demás, el temor a ser distinto se relaciona con salirse fuera de las pautas normativas del lugar y de la época.
Conversé con Eduardo Galeano sobre el tema:

Galeano: Lo que me planteás es un gran tema, de gran actualidad, porque habitamos un mundo gobernado por el miedo, el miedo manda, el poder come miedo, ¿qué sería del poder sin el miedo? Sin el miedo que el propio poder genera para perpetuarse.
P: Por ejemplo, el miedo al otro distinto.

Galeano: Que no es sólo el pobre. Vos que has trabajado tanto la historia, sabés que salvo en Cuzco y en Tenochtitlán, o sea, en los grandes imperios teocráticos donde la homosexualidad era castigada, en el resto de América era libre. Libre y hasta celebrada, a nadie le importaba. En algunas tribus de lo que hoy son los Estados Unidos, los homosexuales tenían hasta carácter sagrado. En cambio, los conquistadores europeos que llegan a estas tierras vienen de un universo inquisitorial que castiga la homosexualidad, entonces apelan a esa libertad sexual que imperaba en América para demostrar que sus habitantes merecen el castigo divino. Es así que la viruela, la gripe, la tuberculosis, todas esas pestes que los mismos conquistadores trajeron consigo, esas enfermedades desconocidas en América que devastaron a sus habitantes, son interpretadas cínicamente como castigos divinos, es Dios enojado con los que pecan de tan cochina manera.
P: Hasta hace poco, se decía que el sida era el castigo divino por la homosexualidad. Y muchos lo deben seguir pensando, aunque no lo digan.

Galeano: El Arzobispo de Montevideo lo dijo en televisión y yo lo escuché: “La homosexualidad es una enfermedad contagiosa”, y abrió grandes los ojos para que todos tengamos pánico.
P: (Risas). Ahí sí tenemos alguien a quien temer de verdad.

Galeano: En cuanto al racismo, es un fenómeno vigente, ojalá pudiéramos decir que es una peste superada. Se justificó la esclavitud a partir del momento en que se necesitó mano de obra gratuita en las plantaciones americanas, porque esos seres rescatados de las tierras africanas supuestamente gobernadas por el diablo podían ser purificados por el bautismo. Antes de que los marcaran con hierro candente en la cara o en el pecho, rociaban a los esclavos con una duchita de agua bendita y, decían, se ponía un alma en esos cuerpos hasta entonces vacíos.
P: Fray de las Casas, tan ensalzado por la historia española para contrarrestar la leyenda negra de la Conquista, fue uno de los ideólogos de la esclavitud en América porque sostenía que para no maltratar a los indios había que traer negros africanos. Inclusive, tenía esclavos a su servicio.

Galeano: Cuando muere, sus últimas palabras son de arrepentimiento por haber formulado esa idea.
P: Cuando en la Argentina se habla de “los indígenas”, la hipócrita referencia es al asentamiento mapuche, wichi o mataco, algunas de las pocas reducciones indígenas que hay en nuestro territorio, cuando en la realidad más de 50% de la población tiene claramente una descendencia indígena, visible en la coloración de su pelo, de su piel, en sus rasgos, en la forma de su cuerpo. Es decir, que lo indígena está presente básicamente en la mayoría de nuestras ciudadanas y ciudadanos.

Galeano: La demonización del otro explica fenómenos siniestros, como los recientes baños de sangre en Guatemala, un país esencialmente indígena.
Hubo 200.000 muertos y vos ves las caras de los asesinos que arrasaron las aldeas, que mataron niños porque no había que dejar semillas vivas, y son caras de indios. Mestizos con una proporción de sangre indígena altísima que practican el crimen de indígenas como un exorcismo para sacarse el demonio de adentro, para purificar la parte sucia de su sangre.
P: Su propia “impureza”.

Galeano: Matan y se convierten en payasos “maiamiescos” que arrasan con la Guatemala que yo amo y a la que dediqué uno de mis libros. Me impresionaba el arte que generaba, eso que llaman artesanía pero que en realidad es arte.
P: El arte de los indígenas es artesanía, el arte de los blancos es arte.

Galeano: Sí, como la lengua de los indígenas es dialecto y su religión es superstición. Son modos de racismo. En Chichicastenango podías ver esos prodigios que emanaban del universo indígena guatemalteco, capaz de tan alta hermosura, de tanta belleza. En cambio, ahora las casas de gente amiga, de clase media, se han convertido en altares llenos de mamarrachos comprados en Miami, un espanto, por la necesidad de disfrazarse de lo que no son.
P: Para no parecerse al otro distinto, conjurar el miedo a la marginación, ser quien discrimina y no ser discriminado, ser quien mata y no víctima.

Galeano: Se demoniza al otro, el otro es el diablo, pero esa operación no es inocente, el miedo nunca es inocente. Con relación a los indígenas americanos, funcionó como coartada perfecta porque si eran tierras demoníacas dominadas por Satán cuya boca llameante las había besado, había que rescatar el oro y la plata, y los demás bienes que el diablo había usurpado para entregárselos a Dios, es decir, a los conquistadores acompañados de sacerdotes, que en su nombre llegaban para despojar a los indígenas.
P: Además, las descripciones que se hacían en Europa de los habitantes de América justificaban la cruzada cristianizadora y civilizadora. Eran muy, muy distintos, monstruos, tenían cola, sus genitales se confundían con el rostro, las orejas inmensas les servían para taparse cuando dormían

Galeano: En realidad, Europa no sabe qué hacer con América, una sorpresa que brota del mar y entonces le aplica todo el monstruario, el bestiario que había reservado para las tierras incógnitas de África y de Asia, que eran también regiones desconocidas, misteriosas y, por lo tanto, peligrosas.
Porque siempre se sospecha de lo que no se conoce.
P: El otro se vuelve peligroso simplemente por ser diferente. Por ejemplo, el extranjero que vino de afuera y te va a quitar el trabajo, por eso hay que maltratar a los bolitas, a los paraguas. El otro como amenaza, no como promesa.

Galeano: La mitad de la humanidad, las mujeres, también fue demonizada y todavía carga con lo que un Papa de Roma llamó el “estigma de Eva”.
Las religiones dominantes las degradan. La católica les prohíbe el sacerdocio, o sea, les prohíbe hablar por el estigma de Eva. Los musulmanes les tapan la cara o les mutilan el sexo, y hay judíos ortodoxos que empiezan el día con esa oración que dice : “Gracias, Señor, por no haberme hecho mujer”. La mujer es objeto de pánico por parte del hombre, les tenemos mucho miedo y disfrazamos ese miedo de superioridad justificada.
P: San Pablo dice “la cabeza de la mujer es el hombre”.

Galeano: Si se parte de la base de que tu realidad es la única posible porque tu verdad, la verdad que encarna el dios en el que creés, es la única verdad que merece existencia en el mundo, si se niega la diversidad de verdades en el mundo, eso conduce en línea recta a la negación de la existencia del otro, del derecho del otro a ser lo que es, y en el mundo de nuestros días eso hace que el racismo se exprese de modos que no se formulan claramente como tal. Para mí, por ejemplo, el acto terrorista más importante de los últimos años, teñido de racismo, no es el derrumbe de las torres de Nueva York, sino la guerra de Irak. La guerra de Irak es una expresión de racismo desaforado. Mató, hasta febrero de este año, a 25.000 civiles, la mayoría mujeres y niños, en una operación criminal que acabó por olvidar sus propios pretextos porque eran todos falsos, es decir, que 25.000 civiles iraquíes murieron por esos supuestos errores que cometieron los servicios de inteligencia norteamericanos. Si hacés la comparación proporcional, 25.000 iraquíes es el equivalente, de acuerdo con las respectivas poblaciones, a 310.000 norteamericanos. Imaginate si Irak, equivocada sobre el poderío bélico norteamericano y la amenaza norteamericana sobre el mundo, hubiera invadido los Estados Unidos y matado a 310.000 civiles por error, la mayoría mujeres y niños.
P: Los norteamericanos que murieron en la Segunda Guerra Mundial fueron muchos menos que 200.000.

Galeano: A esos muertos habría que agregar los de la primera invasión, aquella “Tormenta del desierto”, más los que después fallecieron durante el bloqueo aliado.
Algunos calculan medio millón.
P: Toda esa barbarie, paradójicamente, con el pretexto de la civilización.

Galeano: Sí, como hicimos argentinos, uruguayos y brasileños con el Paraguay con el pretexto de acabar con el tirano López . Decían que no era una guerra contra el pueblo paraguayo, pero no quedó vivo nadie, todos los niños mayores de 10 años fueron exterminados.
P: Nosotros tenemos la llamada Conquista del Desierto, y la palabra “desierto” cobra un sentido dramático. Allí había muchos indígenas que habitaban esos territorios, pero de lo que se trataba era de invisibilizarlos, de negarles su condición de personas.
Galeano: Hablando de palabras, hay una teoría, no sé si será o no real, pero es interesante, sobre el origen de la palabra “guarango”.
P: Un término peyorativo.

Galeano: Parece que fue un invento de Sarmiento para referirse a los guaraníes, los paraguayos, los enemigos exterminados.
P: Sarmiento fue un gran discriminador que odiaba a los gauchos, pensaba que impedían a la Argentina ser el país europeizado que debía ser. Le escribe a Mitre: “No ahorre sangre de gaucho, que al menos servirá de abono a la tierra”. Una frase terrible.

Galeano: Por eso Sarmiento odió a Artigas. El era un mulato disfrazado de noruego. No toleraba que Artigas tuviera ojos claros, piel blanca y estuviese del lado de los indios, de los negros, que fuera, como decía Sarmiento, un traidor a su raza. Traidor porque bendito por la naturaleza de acuerdo con el esquema de fealdad y hermosura de Sarmiento, había echado su suerte del lado de los malditos a pesar de que podía haber ocupado un lugar de privilegio en esa escala zoológica del racismo.
P: En el Levítico había una ceremonia en la que todos los personajes de un pueblo ponían las manos sobre un chivo y confesaban sus pecados, las cosas malas que habían hecho o pensado, luego soltaban al animalito y se suponía que ese chivo se iba con los pecados de todos.

Galeano: Los propios judíos que generaron la ceremonia fueron los chivos expiatorios. Ellos fueron y siguen siendo los chivos expiatorios en Europa, el antisemitismo fue siempre una cacería típicamente europea, y una de las bromas de mal gusto del mundo de nuestro tiempo, uno de los chistes del peor humor negro. Es que los palestinos que jamás practicaron esa cacería pagan ahora la factura del antisemitismo que no generaron ni lo practicaron. Los musulmanes también fueron chivos expiatorios cada vez que algún trono europeo perdía el equilibrio, vacilaba, corría el peligro de tumbarse, se denunciaba el peligro musulmán, y allí partía la cruzada y santo remedio. Hasta el Dante, en la “Divina Comedia”, nos revela que Mahoma fue un terrorista y lo condena a pena de taladro perpetuo.
P: ¡Taladro perpetuo!

Galeano: Un terrible suplicio que lo parte al medio, deja sus intestinos colgando, es el merecido castigo de Mahoma.
P: Un amigo mío con una evidente ascendencia indígena, uno de aquellos a los que Evita llamaba cariñosamente “mis cabecitas negras”, me contaba que en la Argentina no hay discriminación hasta que alguien se enoja y entonces infaliblemente suelta el “¡negro de mierda!”.

Galeano: (ríe) Esa es buena… El dinero tiene propiedades mágicas y blanquea la piel. Seguramente, sabés que en la colonia española se vendían “certificados de blancura”. Era un documento mágico, y el que podía pagarlo obtenía del rey de España la certificación de que era blanco aunque fuera negro, indio, mestizo, mulato.
P: Para incorporarte a alguna de las expediciones a América, debías certificar que no tenías sangre impura, es decir, antepasados judíos, negros o indígenas. No importaba si eras un delincuente.

Galeano: Cervantes no pudo venir a América porque al parecer provenía de una familia de judíos conversos.
P: Cuando a fines del siglo XIX se produjo la gran inmigración europea en la Argentina, un intelectual, el autor de “Juvenilia”, Miguel Cané, fue el mentor de la ley de Residencia que autorizaba al gobierno a expulsar a cualquier extranjero indeseable, sin especificar las razones. Estaba dirigida a los distintos que podían perturbar infiltrando “extrañas” ideas en los trabajadores criollos.

Galeano: Los anarquistas, los socialistas…
El Uruguay se benefició de ello porque absorbió esa gente tan linda y tan talentosa que la Argentina expulsó. Buena parte de las maravillas de Montevideo, esos frentes de las casas viejas, las puertas labradas, las rejas de hierro forjado, son obras de esos artesanos a quienes el presidente Batlle recibió con un gran título en su diario El Día: “Bienvenidos, abanderados de la justicia”. Eran otros tiempos…
P: No nos olvidemos que también se discrimina a los gordos.

Galeano: También a los feos, a los viejos…
P: A los distintos.

Galeano: Claro que lo de distinto depende del punto de vista. Siempre digo que desde el punto de vista de los nativos el pintoresco es el turista. Y desde el punto de vista de una lombriz un plato de espaguetis es una orgía
En la adolescencia, el miedo a ser distinto se conjuga, paradójicamente, con el deseo de serlo. Sus rebeldías dan un mensaje claro a la sociedad de los progenitores: “Yo no pertenezco a vuestra tribu, sino a esta otra, la de quienes son (se visten, se divierten, se drogan) como yo”. Si la provocación tribal es atravesarse la lengua con un alfiler, miles lo harán para no ser distintos a sus pares, pero diferenciados de los mayores o de otras tribus adolescentes. Se busca ser distinto, pero no singular. Puede deducirse que este es el dramático mecanismo de iniciación de las drogadicciones muy astutamente estimulado por sus beneficiarios económicos. Un ejemplo de ello son los extravagantes horarios de diversión juvenil, completamente diferentes de los de los adultos, que requieren del apoyo de estimulantes para mantenerse despiertos y activos a lo largo de tantas horas en que la conversación es imposible por el volumen de la música. Ese miedo a ser distinto alimenta, en la sociedad postindustrial contemporánea (y más todavía en las periferias que habitamos), comportamientos tribales, pandillescos o patoteriles que desembocan en la delincuencia. Los individuos que componen esos grupos, movidos por el temor a ser considerados débiles o traicioneros, y por lo tanto, excluidos, pueden realizar actos vandálicos o criminales que individualmente no cometerían.
A esa decisión de sacrificar el propio deseo, el propio ser, con tal de no ser distinto se relaciona con lo que Martin Heidegger denominó “caída” (Verfallen)”: “El ´Dasein` (o sea, el ser del hombre) está inmediata y regularmente en medio del ´mundo` del que se ocupa. Este ´absorberse en` tiene ordinariamente el carácter de un estar perdido en lo público del ´uno` (es decir, de la existencia impersonal y anónima) (...) El estado de caída designa el absorberse en la convivencia regida por la habladuría, la curiosidad y la ambigüedad” (“Ser y tiempo”).
Traduzcamos: una identidad aferrada y a la vez perdida en lo público del “uno”, y por consiguiente en la idea que el individuo tiene de lo que se espera de él, o sea, de lo que él debe ser para ser uno mas, igual a los otros, reconocido y apreciado positivamente, es decir, no segregado, es, según Heidegger, una identidad alienada y enredada en sí misma, tentada permanentemente por sí misma, que sólo aspira a alcanzar cierta tranquilidad que la misma alienación le negará.
Esa alienación y ese enredo harán que la persona pierda el contacto con su deseo: al no saber quién es, no sabe lo que quiere.
Estoy sentado al borde de la carretera.
El conductor cambia la rueda.
No me gusta el lugar de donde vengo.
No me gusta el lugar adonde voy.
¿Por qué miro el cambio de rueda con impaciencia?”.
(Bertolt Brecht)
Una mujer consultó por su imposibilidad de formar pareja. Era atractiva y tenía una buena formación intelectual y moral. Sin embargo, el ciclo siempre era el mismo: el hombre se sentía atraído, luego parecía decepcionarse y finalmente se alejaba. A pesar de los esfuerzos que ella hacía para retenerlo y seducirlo. La clave era muy simple: ella mostraba lo que suponía que el hombre esperaba de ella. Ella trataba, obediente a la imposición social, de ser como se suponía que debía ser. Se mostraba simpática y dicharachera cuando su realidad era la de una persona tímida y contemplativa. Lógicamente, esta falsificación de su personalidad la volvía “charlatana”. Lo mismo con su físico: ella era naturalmente delgada, pero se operó para tener formas redondeadas. Suponía –los mensajes televisivos son convincentes– que eso era lo que atraía a los hombres. Se trataba de no ser distinta.
Hasta “Martín Fierro” no pudo evitar juicios discriminatorios:
A los blancos hizo Dios, / a los mulatos San Pedro, /a los negros hizo el diablo / para tizón del infierno”. También: “Y son ¡por Cristo bendito! / lo más desasiaos del mundo; / esos indios vagabundos, / con repugnancia yo me acuerdo, / viven lo mismo que el cerdo / en esos toldos inmundos”.
También nuestra historia muestra casos de discriminación: el general español Marcó del Pont recibe en Chile al enviado de San Martín, Álvarez Condarco, que le entrega el “Acta” de nuestra Independencia. Furioso ante lo que considera una imperdonable irreverencia, piensa en fusilar al mensajero. Pero se limita a firmar el acuse de recibo, comentando con petulancia discriminatoria, enterado de los rumores que adjudicaban a nuestro Libertador tener “sangre impura” por su supuesta filiación indígena:
Dígale a su general que yo firmo con mano blanca, no con mano negra como la de él.
Luego del triunfo en Chacabuco, el jefe realista es hecho prisionero por una partida de granaderos. Llevado ante la presencia de San Martín, este no dejó pasar la oportunidad de enrostrarle aquella humillación. Estirando su diestra y clavándole la mirada, le descerrajó:
Señor general, venga esa mano blanca.
Esta concepción racista está invertida en algunas tribus indígenas americanas. Según los viejos sabios de la región colombiana del Chocó, Adán y Eva eran negros, y negros eran sus hijos, Caín y Abel. Cuando Caín mató a su hermano de un garrotazo, tronaron las iras de Dios. Ante las furias del Señor, el asesino palideció de culpa y miedo, y tanto palideció que blanco quedó hasta el fin de sus días. Los blancos seríamos, todos, hijos de Caín.
El miedo a ser distinto se manifiesta también, por ejemplo, en el temor de ser considerado homosexual (sin serlo) o reconocido como tal (siéndolo). En el primer caso, sobre todo en la adolescencia, ese temor induce comportamientos estereotipados o de hombría exagerada; basta incurrir en algún gesto sospechoso o una inflexión de voz femenil para despertar las burlas del grupo al que se pertenece. Algo similar ocurre en los grupos de chicas si alguna tiene comportamientos, gestos o vestimentas que remiten al modelo varonil. En el segundo caso (es decir, que el individuo sea efectivamente homosexual), los intentos por ocultar su identidad sexual han llevado a hablar de “esconderse en el closet” (placard). David Halperin, en su libro “San Foucault”, escribió sobre eso: “Si al salir del closet uno se libera de un estado de opresión, no es porque ese acto nos haga escapar de las redes del poder a un lugar fuera del poder: pone en juego, más bien, un conjunto distinto de relaciones de poder y altera la dinámica de las luchas personales y políticas. Salir del closet es un acto de libertad, pero no en el sentido de una liberación, sino en el de una resistencia”.

Suele decirse que todas las culturas son igualmente válidas y que no hay unas mejores que otras. Creo que no es verdad. La cultura que incluye es superior a la que excluye; la cultura que respeta y comprende me parece más elevada que la que siente hostilidad ante lo diferente; la cultura en la que conviven formas plurales de amar, rezar, razonar o cantar tiene primacía sobre la que se atrinchera en lo unánime y confunde armonía con uniformidad” (F. Savater).
Al fin y al cabo, de un modo o de otro, todos somos esencialmente extraños, raros y singulares.

jueves, 11 de octubre de 2012

EL FINAL DE LOS FINALES


EL FINAL DE LOS FINALES




Mir Rodríguez Corderí



(cuento corto)
 _  ¿Y qué sentiste cuando tomaste la decisión?- preguntó Juan Carlos, totalmente concentrado y absorto en lo que Mirta le decía.

_ Nada especial, sólo que derrapaba, que 5 años de mala vida, con rarísimas excepciones, llegaban a un final anunciado _ dijo ella, mientras le daba un mordisquito suave al anca de rana que se había encaprichado en pedir como menú


_ Pero, che, si estuviste enceguecida por ese tipo tanto tiempo.  Mirá que me cansé de decirte que no estaba a tu altura, que era un guacho, un atorrante y un vividor _


_ Estaba enamorada, Juanca, ¿es tan difícil de entender? Ciega, como toda la que se precie de tal.  Loca, como la que va contra su propia razón.  Y sabés que no me falta capacidad analítica, pero…._


_Pero una mierda, Mirta. ¿Sos consciente del tiempo que perdiste al lado de ese mamotreto, bueno-para-nada? ¿Ves? Hasta te repito al tal Wilde en Un Marido ideal, sólo para parecerte culto, jajaja__


_No tengo ni autoridad ni ganas de juzgar- dijo ella mientras hacía crujir otra pata de rana entre sus deliciosos dientes blancos y pequeños.


_¿Por qué? Preguntó Juan Carlos algo contrariado ya que ella parecía reivindicar algo del hijo de puta ése.


_Porque él me lo dijo, de muchas maneras, con sus engaños, con sus fugas, con sus deschaves ante sus eventuales amantes, contando sobre mí las cosas a su manera y para alimentar su hipertrofiado orgullo.   ¡Ay Dios, pasa este cáliz de mí! _ dijo ella con un tono de resignación que él no le conocía hasta ese preciso instante.  Y cortó con sus filosos incisivos la pata del chancho, que dejó un ruido escalonado rebotando en el aire, si eso fuera posible.


_Pero, ¿no comías ancas de rana?_ preguntó él absolutamente perplejo frente a lo que veía.


_Esa ya la maté, ni bien me cruzó al otro lado del arroyo- dijo ella, con esa sonrisa tan escorpiana, con esa misteriosa forma de expresar sus emociones. 


Juan respiró profundo.


Era astrólogo.


Sabía del aguijón del alacrán y la rana: “Es mi naturaleza”Y pensó para sí: chancho, horóscopo chino, claro él era Piscis, año 1959.-


Ahí supo que el susodicho había muerto para siempre, en el verdadero sentido de la palabra



lunes, 24 de septiembre de 2012

ÉRASE UNA VEZ UNA MUJER CON UN NOMBRE DE TRES LETRAS





ÉRASE UNA VEZ UNA MUJER CON UN NOMBRE DE TRES LETRAS


Mir. Rodríguez Corderí

Eduardo había empezado a crear cuando aún le daban el biberón, aunque sólo mentalmente, en esa prodigiosa fuente intocada y virgen del pensamiento neonato.
Ya en el útero de su madre se fue conformando para ser un “manejador de las letras, un obrero de la escritura”.  No dio demasiadas patadas en ese vientre.  Claro, sería un intelectual aunque le hubiera gustado ser también un futbolista.

Del padre sacó lo flemático…raro verlo salirse de quicio, aún cuando su temperamento es “rebeldoso hasta lo catártico” como tantas veces le he dicho.
Hay frases que se caldean en lo arquetípico y subsisten en el éter como grabadas a fuego en la dermis memoriosa.  Esa era una de ellas.
Si tuviera que elegir alguna de las muchas que Eduardo me ha obsequiado a lo largo de “nuestra vida en contacto” no sabría por dónde empezar, o por dónde terminar, que es casi lo mismo.
Quizás sea mejor así, porque los comienzos y los finales no me agradan en absoluto.

Cuando se ocupa de mi personita – soy menuda para él pero parece verme alta, esbelta jovencita,  supongo que por imperio del cariño que nubla las miradas y rescata imágenes  de antaño –  me hace sentir una Emperatriz Galáctica. Una mujer investida de gran belleza y glamour. Una adorable y entrañable criatura terráquea. La delicada depositaria de una inteligencia brillante y excepcional…y tantas cosas más, tantísimas.


Recuerdo cuando dibujó en el aire su soliloquio "Ërase una vez".

Hacía tempranamente calor, aún yo no cumplía años, faltaba poco, por eso estimo que fue a finales de octubre o primeros días de noviembre. Estábamos en mi Estudio.  El jugaba con la  lámpara de mi escritorio - estilo inglés, pie de plata con tulipa verde – cuando comenzó a bosquejar un relato en el mismísimo aire. 
Con el tiempo lo he escrito con mis palabras exprimiendo la naranja de la memoria.
“Erase una vez  una mujer que encendía pasiones como pequeños foquitos diseminados todo a lo largo de su deambular;  pasiones con vocación de eternidad, de porsiempres y parasiempres.  
Sus ojos de negra noche emitían destellos que iluminaban aquello donde posaba su mirada.  Todos brillábamos a su alrededor pero ella no parecía percatarse. 
También nos opacábamos en su ausencia pero de eso ella no podía tener testimonio y, por ende, también lo ignoraba.

La palabra ternura era la que mejor la adjetivaba y sin embargo era fuerte, voluntariosa, decidida y radicalmente independiente.  Lo suyo era el amor incondicional y la generosidad sin fronteras individuales ni dosificación limitada. Por eso resultaba ser, además, profundamente amable.

Acostumbraba desaparecer por largos períodos.  Silencio de radio.  Silencio absoluto. Era en esas ocasiones que se la extrañaba tanto que nadie podía decir que no conocía los sentimientos que ella le  despertaba.  Le conocí tantos pretendientes y enamorados que un día, de puro cansancio, dejé de contarlos o  perdí la cuenta. Digamos que yo no me quedaba atrás, pero ésa es otra historia que a ella jamás le apeteció aceptar.

Cuando reaparecía en mi horizonte, anunciada por una luminosidad intraducible, el corazón me daba un respingo y la sonrisa se me estampaba en la boca, al socaire de mi deseo de simular apatía o desinterés.

Yo le decía en voz baja –para esconder la emoción – “Arribó mi cometa bianual” y ella sonreía: las señales en sus comisuras explotaban como vides maduras, sus pómulos se demarcaban como territorios sagrados y no era el momento de dejar de mirarla porque, simplemente, devenía utópico.

Siempre me sentí su padrino no sé bien por qué causa o razón ignotas, dado que ella ya escribía desde muy pequeña, poemas desde siempre, ensayos y cuentos más cercanamente. Quizás se deba a que ella admira todo lo que garabateo y eso me hace sentirme orgulloso de mí mismo, qué paradoja, un tipo como yo que no me enaltezco para nada.  
¿Deberíamos considerarla, entonces, fuente de vanidades en mi estoico territorio lleno de frugalidades? 
Sí, por supuesto, sin duda alguna.

Esta mujer es eterna.  
Vista de frente sus ojos compiten con sus pechos capitalizando las miradas.  
Viéndola de espaldas un hombre puede perder el pudor en las curvas protuberancias de sus glúteos que han hecho trastabillar a más de uno, doy fe. 
Pero lo más inolvidable, lo más granado y selecto es verla por dentro, donde lo sefirótico se confunde con lo mágico y las virtudes se convierten en maná para el hambriento o el gourmet de perfecciones.

Erase una vez una mujer tan para mí que pensé que los dioses me la habían conformado antes de poner el ideal armónico en mi memoria adeínica.  
No me casé con ella y sin embargo, es mi compañera  fiel, mi cómplice por elección, en presencia y en fuga, en materia y en éter.  
Sus raíces se combinan subterráneamente con las de este árbol añejo que ahora soy y me vivifican constantemente.

Erase una vez una mujer con un nombre de tres letras. “


Eduardo dejó de escribir su cuento en el papel incoloro y etéreo  que había elegido ese día, mientras jugaba con la lámpara de mi escritorio, a poco de mi próximo natalicio.

No escondí mi rostro y pudo ver las lágrimas que lo humedecían desde la emoción.  

Tampoco se sorprendió por ello. 

Supo que era mi forma de decirle gracias

No fue la primera vez ni sería la última que utilizaría ese encadenamiento de metáforas para dejarme suspensa en el cruce de dos coordenadas.  Para tenerme a mano con alguna forma siquiera.

Supe, al sentir más presión en el pecho que la habitual, que al día siguiente yo remontaría el vuelo cometario por un tiempo dilatado.  
Era mi forma de auto defensa, pero jamás se lo confesaría.
Aunque sospechaba que él ya lo sabía, de cierta forma rudimentaria, desde el tironcito imperceptible de alguna de sus raíces inmemoriales.





          

jueves, 13 de septiembre de 2012

La señal




LA SEÑAL


Mir Rodríguez Corderí


Cuando los gavilanes cruzaron volando mientras echaban al aire sus típicos gritos, Mirna pensó “malas nuevas”.  Inmediatamente se sobresaltó porque, como era obvio, los gavilanes surcaban ese mismo cielo por encima de su quinta ( terreno delante, casa, terreno detrás y quincho + parrilla)   cada día, sin que ese pensamiento viniera a su cabeza.

Se quedó reflexionando  en el significado de "gavilán", de "ave carroñera cruzando el cielo".  Meditó en gritos y en cada simbolismo que implicara mala noticia o mal augurio o mal agüero.

Mirna era una ávida lectora y empecinada estudiosa de cuestiones herméticas, desde que tenía uso de razón.

Lo atestiguaba una biblioteca que ya cubría dos paredes de su refugio-estudio.

El timbre la interrumpió y fueron el chico del carnicero con su entrega diaria y el vecino de enfrente que no perdía la oportunidad de cruzarse para sacarle charla cuando la veía abriendo el portón de hierro.  Se olvidó de las aves, sus alaridos y las consideraciones adosadas a  los mismos.

Esa misma tarde escribía un nuevo cuento.

Su ventana miraba al este y, por ende, no podía visualizar el sol poniéndose, espectáculo que le agradaba sobremaneraLos rojos, ya se sabe.

Pero vio claramente el regreso de los gavilanes echando al aire sus ronquidos de Re mayor y Si menor.  
Sintió nuevamente el estremecimiento de la mañana transitando su espina dorsal como una corriente eléctrica indolora.  
Rememoró otras agujetas igualmente eléctricas e igualmente temibles, rémora de una adolescencia rebelde e idealista.

Sabía que cada amanecer se sorprendía ligeramente porque  no había rastros de parte de la comida que su perro Noir dejaba en el plato, al igual que los huesos que no quedaban del todo limpios de carne.  
Sabía que eran los gavilanes, pero sentía una suerte de orgullo desgarbado por esa doble misión: alimentar a su perro y a los carroñerosIgual sentimiento  le surgía al  ver cómo las aves que le piaban  cada despertar habían ido por el arroz que invariablemente el ovejero belga dejaba en su plato o sobre el césped. 
Con razón  los benteveo, los zorzales, horneros y calandrias parecían cada vez más grandes y no dejaban de visitar sus  jardines ni un solo día en el año.

Le costó dormirse esa noche.

Tuvo un par de sueños absolutamente desapacibles: soñó que Gerardo Sofovich –un famoso empresario televisivo y teatral-  era su novio, la llenaba de halagos y romance pero desaparecía en la niebla onírica sin causa ni motivo alguno.

Acto seguido, soñó con Carlos, su segundo novio oficial, el de los 7 años consecutivos que manifestaba también mucho amor pero una suerte de impotencia sexual que lo obligaba a alejarse con la declaración oficial “de entrar al sacerdocio por una mezcla de necesidad y vocación”. Inaudito en un anarquista, descreído de la religión y de las instituciones de ese orden. 

No supo por qué esos sueños la despertaron , algo sudada, inquieta, aterrada sin percibir  el motivo a ciencia cierta.

No tardó, sin embargo, en saber con quién había realmente soñado: hurgó en el bodegón de conocimientos y surgieron el nombre por un lado y la característica etiquetadora por el otro.

Se relajó al saber que había soñado con su amor platónico su hombre a la distancia.

Desde finales de invierno, cuando la primavera ya era casi una profecía anunciada por las altas temperaturas nocturnas, patentes desde el mediodía hasta las 6 ante meridiano, había optado por dejar las ventanas ligeramente abiertas y  un solo postigón entornado.

El sueño la dominó gracias a la pastilla con melatonina que había tenido la precaución de ingerir.

No podía darse el lujo de prescindir del descanso nocturno ya que la operaban de la tiroides la semana entrante y tenía orden rigurosa de reposo.

El sueño la vencía cuando las palabras pasaron por detrás de sus párpados igual a un cometa fosforescente: “malas nuevas”, y se sumió en un profundo y oscuro abismo sensorial.

La nada.

Ni bien sintió que despertaba, aún sumida en esa nebulosa pre-vigilia, retiró las cobijas de su cuerpo –hacía calor- y tocó algo viscoso, rojo oscuro a pesar de no haberlo visto aún.¿rojo oscuro?

Abrió los ojos, levantó la mano, miró la sangre, ya coagulada y ennegrecida por el paso del tiempo necesario para coagularse y oscurecerse.

Dio un salto como si toda ella fuera un resorte hecho para respingar: a los pies de la cama yacía el gavilán muerto de un golpe de bate de béisbol.

A su derecha, el cuerpo exangüe de un hombre.

Se llevó las manos a los ojos, como para tapar el horror.

“Si no hubiera tomado ese medicamento para dormir profundamente”, pensó

Al mirar sus muñecas pudo constatar idéntica sustancia bordó - vaya ¡su color favorito!- con igual untuosidad, siguiendo por sus brazos, llegando a su garganta, la misma que divisaba por el espejo que obraba arriba de la cómoda : notó que su cabeza colgaba de un costado.

Y se hizo la sombra vertiginosamente.

MIR



miércoles, 12 de septiembre de 2012

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