Por Mir Rodríguez Corderí
El escenario es un cuadrado que se abre en la pantalla frente a los ojos del usuario.
Puede tener un logo, determinado color, alguna imagen alusiva que titila en su pretendida ilusión de marquesina.
Se enuncian objetivos, se delimitan competencias, se determinan las reglas del juego.
Y aquí nos topamos ya con la estridente palabra del título: anonimato.
El escenario es un cuadrado que se abre en la pantalla frente a los ojos del usuario.
Puede tener un logo, determinado color, alguna imagen alusiva que titila en su pretendida ilusión de marquesina.
Se enuncian objetivos, se delimitan competencias, se determinan las reglas del juego.
Hacia la izquierda luce el número
de miembros, suscriptores  que ven, leen,
están, escriben, se manifiestan, presumiblemente y sólo potencialmente.  
Cuando se levante el telón podrás
comprobar que sólo un 5% de ese número concurre casi diariamente, entre un 10 y
un 20%  se anima los fines de semana o
días no laborables y en el término de un semestre puede que hayas podido
compulsar hasta un 30% del universo total.
Y aquí nos topamos ya con la estridente palabra del título: anonimato.
Dando por ciertos dichos guarismos, debemos estipular que prácticamente un 70% del total de miembros permanece anónimo durante todo el año – por tomar una medida de tiempo caprichosamente-
¿Qué quiere decir esto? La mayoría silenciosa sólo lee o en la mayor de las suertes, selecciona desde su correo algunos mensajes, los clasifica, los guarda o los reenvía a otra lista a la que también pertenece.
¿Vocación de archivistas?
¿Pánico a la exposición pública?
Las razones del anonimato celosamente guardado en esta primera aproximación pueden ser diversas y hasta antagónicas.
Con sus componentes archiconocidos de timidez, baja autoestima, inseguridad, precaución timorata, temperamento débil, falta de iniciativa, y otros que dibujan un low profile voluntario, puede codearse, de pronto, con alguna personalidad decididamente egocéntrica con un marcado sentido de superioridad intelectual y pretendida autosuficiencia que considere el hecho de participar en el foro como una actividad de menor importancia o, cuando menos, como una verdadera pérdida de tiempo.
Con el simpático telón de fondo de la opinión calificada, comienzan a efectuar su aparición los distintos caracteres y personalidades que deciden exponerse (escribir, enviar mensajes, responder a otros, acotar, corregir, completar, suplir, destacar).
Y a poco de andar nos chocamos con la segunda aparición del anonimato: los nicks (diminutivo de nickname).
Si bien es cierto que un nick uno lo elige con determinado condicionamiento, no deja de ser menos cierto que siempre tiene la posibilidad de acompañarlo con su verdadero nombre.-
¿Qué quiero decir con esto?
El nick es el nombre de usuario que los servidores nos permiten utilizar.
Puede darse la situación que el nick que elegimos de primera intención sea rechazado por el servidor, debido a que ya existe otra persona utilizándolo.
Reconozco, prima facie, que el nick deviene aleatorio dentro de ese contexto, pero no deja de ser algo creado con la intervención de su titular, al margen de las peripecias que pueda haber vivido porque otros adelantados usufructúan las mieles de sus primeros intentos.
Una vez seleccionado, el nick representa a una persona en Internet.
Y allí, en ese escenario virtual, anónimo por naturaleza, comienza el juego de vanidades más interesante y sintomático que pueda presenciarse.
¿Culpa de la despersonalización?
Parece simplista pero no lo es.
El nick es una verdadera máscara, un llamado tentador a decir de todo y a todos.
Una auténtica invitación catártica difícil de rechazar.
Analicemos un poco los complejos implícitos en esa barbarie, en ese laisser faire, laisser passer que inunda los foros virtuales detrás de los nicks.
Residuos de traumas que serían la causa de la deformación del carácter, en estos complejos se encuentran indistintamente confundidas la antigua inter-reacción traumatizante y la persistente intención motivadora. Esta confusión incita a analizar, en primer lugar, la antigua injusticia que es la actual intención provocadora del individuo. Su desequilibrio no se debe a los viejos traumas-¿quién no los ha padecido?- sino a la intención subconsciente que continúa utilizando de modo obsesivo el pasado para justificar falsamente las deficiencias actuales.
Lo que hace al individuo injusto o inequitativo es su secreta tendencia a la falsa justificación.
Debe, por lo tanto, procederse a la revisión de las motivaciones falsas actuales antes que a la revelación asociativa de los traumas pasados.
Esto por cuanto mientras que los valores no se encuentren fundados en el sentido mismo de la vida, mientras no se haya definido en forma clara y contundente por qué el comportamiento equitativo debe ser considerado más sensato, más válido, más satisfactorio que el acto no equitativo, los juicios de valor transmitidos de generación en generación corren el riesgo de ser falsificados en su misma esencia.
Mientras que la investigación quede reducida al estudio del comportamiento social, la justicia, la ética, los valores-guías, todas las cualidades consideradas positivas aparecerán como entidades fragmentarias, irreductibles, desprovistas de toda posibilidad de síntesis.
¿Será sondeando los trasfondos de la psique humana que podremos descubrir las raíces profundas donde nace la bifurcación de las conductas en sensatas e insensatas?
¿Podremos afirmar sin pecar de temerarios que es propio de la naturaleza humana tanto la orientación hacia el sentido evolutivo de la vida como la tendencia hacia la desviación involutiva, quedando las mismas por ende sujetas a leyes?
Dejamos previamente establecido que las conductas reactivas no son más que la exteriorización accidental de la intención interior que conforman los motivos determinantes.
Tenemos así que la falsa motivación se traslucirá siempre en una falsa justificación (la justicia aparece aquí como elemento inmanente) y consiste en la confusión subconsciente entre lo sensato y lo insensato, lo justo y lo injusto, lo válido y lo no válido. Intenta presentar lo perverso disfrazado de sublime, el error disfrazado de verdad, la injusticia disfrazada de justicia.
¿Qué quiere decir esto? La mayoría silenciosa sólo lee o en la mayor de las suertes, selecciona desde su correo algunos mensajes, los clasifica, los guarda o los reenvía a otra lista a la que también pertenece.
¿Vocación de archivistas?
¿Pánico a la exposición pública?
Las razones del anonimato celosamente guardado en esta primera aproximación pueden ser diversas y hasta antagónicas.
Con sus componentes archiconocidos de timidez, baja autoestima, inseguridad, precaución timorata, temperamento débil, falta de iniciativa, y otros que dibujan un low profile voluntario, puede codearse, de pronto, con alguna personalidad decididamente egocéntrica con un marcado sentido de superioridad intelectual y pretendida autosuficiencia que considere el hecho de participar en el foro como una actividad de menor importancia o, cuando menos, como una verdadera pérdida de tiempo.
Con el simpático telón de fondo de la opinión calificada, comienzan a efectuar su aparición los distintos caracteres y personalidades que deciden exponerse (escribir, enviar mensajes, responder a otros, acotar, corregir, completar, suplir, destacar).
Y a poco de andar nos chocamos con la segunda aparición del anonimato: los nicks (diminutivo de nickname).
Si bien es cierto que un nick uno lo elige con determinado condicionamiento, no deja de ser menos cierto que siempre tiene la posibilidad de acompañarlo con su verdadero nombre.-
¿Qué quiero decir con esto?
El nick es el nombre de usuario que los servidores nos permiten utilizar.
Puede darse la situación que el nick que elegimos de primera intención sea rechazado por el servidor, debido a que ya existe otra persona utilizándolo.
Reconozco, prima facie, que el nick deviene aleatorio dentro de ese contexto, pero no deja de ser algo creado con la intervención de su titular, al margen de las peripecias que pueda haber vivido porque otros adelantados usufructúan las mieles de sus primeros intentos.
Una vez seleccionado, el nick representa a una persona en Internet.
Y allí, en ese escenario virtual, anónimo por naturaleza, comienza el juego de vanidades más interesante y sintomático que pueda presenciarse.
¿Culpa de la despersonalización?
Parece simplista pero no lo es.
El nick es una verdadera máscara, un llamado tentador a decir de todo y a todos.
Una auténtica invitación catártica difícil de rechazar.
Analicemos un poco los complejos implícitos en esa barbarie, en ese laisser faire, laisser passer que inunda los foros virtuales detrás de los nicks.
Residuos de traumas que serían la causa de la deformación del carácter, en estos complejos se encuentran indistintamente confundidas la antigua inter-reacción traumatizante y la persistente intención motivadora. Esta confusión incita a analizar, en primer lugar, la antigua injusticia que es la actual intención provocadora del individuo. Su desequilibrio no se debe a los viejos traumas-¿quién no los ha padecido?- sino a la intención subconsciente que continúa utilizando de modo obsesivo el pasado para justificar falsamente las deficiencias actuales.
Lo que hace al individuo injusto o inequitativo es su secreta tendencia a la falsa justificación.
Debe, por lo tanto, procederse a la revisión de las motivaciones falsas actuales antes que a la revelación asociativa de los traumas pasados.
Esto por cuanto mientras que los valores no se encuentren fundados en el sentido mismo de la vida, mientras no se haya definido en forma clara y contundente por qué el comportamiento equitativo debe ser considerado más sensato, más válido, más satisfactorio que el acto no equitativo, los juicios de valor transmitidos de generación en generación corren el riesgo de ser falsificados en su misma esencia.
Mientras que la investigación quede reducida al estudio del comportamiento social, la justicia, la ética, los valores-guías, todas las cualidades consideradas positivas aparecerán como entidades fragmentarias, irreductibles, desprovistas de toda posibilidad de síntesis.
¿Será sondeando los trasfondos de la psique humana que podremos descubrir las raíces profundas donde nace la bifurcación de las conductas en sensatas e insensatas?
¿Podremos afirmar sin pecar de temerarios que es propio de la naturaleza humana tanto la orientación hacia el sentido evolutivo de la vida como la tendencia hacia la desviación involutiva, quedando las mismas por ende sujetas a leyes?
Dejamos previamente establecido que las conductas reactivas no son más que la exteriorización accidental de la intención interior que conforman los motivos determinantes.
Tenemos así que la falsa motivación se traslucirá siempre en una falsa justificación (la justicia aparece aquí como elemento inmanente) y consiste en la confusión subconsciente entre lo sensato y lo insensato, lo justo y lo injusto, lo válido y lo no válido. Intenta presentar lo perverso disfrazado de sublime, el error disfrazado de verdad, la injusticia disfrazada de justicia.

Observemos de cerca el foro virtual en su dinámica.
Una verdadera riña de gallos donde los sujetos sin distinción de sexos, muestran sus plumajes esperando que sean los más coloridos, brillantes y atractivos.
La consigna es agradar o, en última instancia, salir victorioso, aún a despecho de provocar ciertos y determinados rechazos en el espectador.
El proscenio, convertido en un circo romano, donde los gladiadores se empeñan en mantener el dedo del César levantado, va mostrando la degradación gradual, pero sostenida, del ser humano cuando lleva “su cara tapada”.
Cada uno de los actores virtuales (nicks ) se erige en justiciero: demasiado indulgente para con sus propias falsas motivaciones, demasiado severo con las falsas motivaciones de los otros.
¿Es nuestro peculiar modo de demostrar cuánto amamos la justicia por encima de todo y por qué la consideramos el valor supremo, el que la exijamos en forma constante de otros y nos inclinemos a disfrazar nuestras propias injusticias?
La confusión entre lo justo y lo injusto reina en el mundo porque las motivaciones están regidas por la justificación engañosa.
La vanidad es un principio que gobierna la falsa valoración y sus seudo satisfacciones.
Vanitas, vacía de sentido, se opone ferozmente a la búsqueda de satisfacciones armoniosas y armonizantes.
Ceguera afectiva por excelencia, la auto-satisfacción vanidosa es la imaginación exaltada de uno mismo.
Y como forzado corolario, al no efectivizarse sus promesas de satisfacción por ilusorias y vanas, tenemos indefectiblemente, la decepción y la insatisfacción culpable.
Aparecen aquí los no-valores, como resultado de la metamorfosis dinámica de los motivos engañosos que impide la realización de los valores reales.
Algo ya estamos en condiciones de  afirmar: no lograremos captar la ley que rige 
los antivalores en tanto y en cuanto insistamos en autoengañarnos, en tanto 
toleremos que la vanidad se desboque.
La ley de la desarmonía vanidosa 
y de su angustia culpable no puede comprenderse más que por su contraposición 
con la ley de la armonía y con su satisfacción última, la alegría.
El funcionamiento  global de la psique se encuentra determinado 
por este conflicto íntimo, conflicto que es la vida misma.  
Nuestra  propia vida, con sus alegrías y sus penas 
inmediatamente sentidas y resentidas, y por ello mismo transformadas en 
acciones.
Mediante la  introspección vacilante el hombre va tomando 
sus decisiones, las que cataloga como justas y válidas. Esta previa puesta en 
orden interior, esta deliberación consiste en reflexionar sobre tal o cual 
proyecto impuesto por lo cambios de la situación ambiente, evaluando las 
oportunidades y los medios de realización. 
La deliberación trata de poner 
fin al conflicto, a su indecisión y a la inquietud que engendra.
Su finalidad es la decisión voluntaria.
Si todos los motivos se 
encontraran en inter-acuerdo, lo que sólo es posible si todos ellos son válidos 
y sensatos, la decisión liberadora se desencadenaría incluso sin 
deliberación
¿Qué quiero decir con esto? 
Pues sencillamente que la 
inexistencia de la contradicción que introduce el conflicto, define a la 
decisión total como el acto voluntario libre por definición: la libertad.
En la realidad el acto voluntario está siempre 
contaminado de un cierto grado de desorientación vacilante.  
Se ejecuta para bien o para mal 
sin que la deliberación llegue a disolver integralmente (a sublimar de modo 
perfecto) el conflicto de los motivos.
En razón de esta contradicción 
persistente, el acto mismo, aunque se realice, queda parcialmente prohibido y el 
sentimiento de insatisfacción íntima que se opone a la realización parcialmente 
insensata, o que subsiste después del acto, es la culpabilidad.
La inhibición culpable alcanza de esta 
manera un grado patológico.
A fin de poder seguir 
reaccionando el sujeto afectado se ve obligado a utilizar una estratagema: 
intenta establecer una armonización aparente de los motivos contradictorios, lo 
que no puede hacerlo sino justificando falsamente los motivos no válidos 
cargados de culpabilidad.
Armonizando falazmente su 
motivación íntima y restableciendo imaginariamente  la condición de la realización ideal , el 
individuo termina por considerarse, imaginativa y vanidosamente, como el realizador del ideal.
La vanidad no es otra cosa que la 
culpabilidad reprimida.
Insisto: no confesarse las 
propias faltas es ser vanidoso.
La deliberación, al perder toda 
lucidez introspectiva, se enrosca egocéntricamente sobre sí misma, se degrada 
hasta convertirse en un estéril círculo vicioso, en una rumia mórbida, 
obsesivamente preocupada por conflictos indisolubles.
Esta desorientación respecto de 
los motivos válidos y no válidos, esta deformación inicial termina atacando 
pensamientos, sentimientos, voliciones (facultades del yo consciente).
A medida que el pensamiento 
pierde su lucidez sanamente liberadora la vida de los sentimientos se 
desorganiza.: se escinden en forma ambivalente en sensiblería contrastando con 
la insensibilidad respecto del otro. 
Las voliciones estimuladas por el 
interés insensato terminan por disgregarse en veleidades indecisas,  que sin embargo la imaginación exalta sin 
cesar.
De todo esto resulta una 
explosividad por sacudidas, con decisiones bruscas e intempestivas que  desembocan sólo en acciones ineficaces.
La inadaptación social se torna 
causa de fracasos constantes.
.  
Dichos fracasos, en vez de servir 
de experiencia, son falsamente justificados  
por la vanidad que reprime el error propio, y terminan exacerbando la 
sensiblería hasta convertirla en sentimentalismo quejumbroso. 
La compasión por sí mismo - a 
través de la rumia  rencorosa- no tarda 
en producir  su complemento ambivalente: 
la acusación de los demás, a los que, vanidosamente, se los considera como los 
únicos culpables
Se preguntará : ¿y todo esto por 
la utilización de nicks?
Parece extremo,¿ no es 
cierto?
Pero no, las máscaras, la 
despersonalización detrás de instrumentos sea cuales fueren, conlleva  siempre el peligro  de la aparición de la vanidad, que es la  falsa auto-justificación por excelencia, la 
sobrevaloración del ego, destructora del valor real y creadora de los antivalores y de su 
ambivalencia.
La vanidad crea, por su 
metamorfosis, el círculo categorial y sin salida: reprime la culpabilidad, busca 
el triunfo acusador sobre el otro; se refleja complacientemente en la queja 
sentimentaloide.
Las metamorfosis de la vanidad 
crean un campo dinámico de perversión donde las líneas de fuerza son las 
distintas categorías de falsas motivaciones.
La vanidad es, en sí misma,  ambivalente; no es solamente triunfante, 
también es muy fácilmente humillada y vejada. 
Pero, por otra parte, es capaz de 
generosidades excesivas que, como es 
a menudo decepcionada, se transforman en 
desdén y desconfianza.; la pose de 
dignidad se convierte en indignación; el deseo mejorador, en inquisición; la 
paciencia excesiva, en meticulosidad, etc.
El beneficio ofrecido por la 
vanidad es también ambivalente, pues la vanidad no es sólo un auto-halago 
agradable: es una tarea muy pesada, una tarea exaltada que impone a su víctima 
seducida y hechizada, la obligación de mostrarse sin cesar a la altura de sus 
vanas aspiraciones, so pena de hundirse en las angustias de la culpabilidad.
Las vanas promesas se  transforman en decepción ; las esperanzas en 
desesperanzas.
La desarmonía íntima se traduce en  desacuerdo en el plano social; la vanidad de 
los unos, veja y exalta la vanidad de los otros y tanto en los unos como en los 
otros nacen la necesidad de triunfo, los rencores, las quejas, la desconfianza, 
el desdén, el odio.
Me permito señalar: la comunidad 
de semejanzas trae comunidad de medios, y  
de  fines o resultados.
¿Será porque tendemos a agruparnos más por 
la similitud que por la diferencia?
.
Hay cierto común denominador en los foros 
virtuales conformado por los siguientes lineamientos:
- Estructura caprichosamente jerarquizada: a modo de capas de diversos dulces en una torta de varios pisos, podemos ir descubriendo los siguientes ingredientes que también en forma aleatoria se presentan en los distintos foros virtuales: ^una porción medular conformada por los miembros más antiguos, que no tienen por qué coincidir con los más avezados en el tópico central de la lista. Inmediatamente seguida por ^una élite intelectual o académica o profesional en directa vinculación con ese tópico; pisándole los talones ^otra capa no menos elitista pero cuyas titulaciones no son directamente proporcionales al referido tópico.
- ^ Una refrescante tajada de opinadores sin formación académica alguna pero con alguna incipiente trayectoria en consonancia con la temática listera. ^Una importante franja de simples opinadores de cualquier cosa (léase titulares de la prensa, noticias televisivas, enfermedades de colisteros, casamientos, nacimientos,defunciones,etc.).
- Y, por último, ^un grupúsculo de bufones /agresores/difamadores/guardianes de la verticalidad estructural/quejosos y utilitarios o funcionales al sistema.
- En la cúpula de esa estructura se encuentran normalmente el administrador o dueño de la lista y sus moderadores y una pequeña cohorte del paraninfo generalmente conformada por familiares, amigos, conocidos o simples aduladores que nunca faltan.
- Rechazo visceral de ciertas temáticas o puntos vinculados al tópico central ( ya se trate de teorías, ensayos, programas, medios, etc) y adoración dogmática de otras temáticas o personajes.
- Un grado considerable de xenofobia o tendencia a destratar a los nuevos miembros hasta que no sean testeados o paguen el famoso derecho de piso
- Una importante desconfianza por lo ajeno o extraño en todas sus manifestaciones.
- Presencia de celopatías interactuantes.
- Elementos disgregadores y elementos ultraconservadores.
- Dogmas incuestionables.
- Utilización de slogans o dichos populares por casi todos los integrantes (piensa el ladrón que todos son de su condición, el mejor desprecio es no hacer aprecio, no ofende quien quiere sino quien puede, cómo está el patio!!, que monte un circo porque los enanos ya le crecen, oido cocina, pero tampoco van por ahí los tiros, Dios los cría y ellos se juntan, si no aguantas una broma te vas del pueblo,.Nobleza obliga, etc.)
Retornamos al punto de partida: 
el nick como territorio del 
tímido.
La timidez es un síndrome del 
carácter, señalado por una inhibición excesiva.
El tímido, frecuentemente, fue 
niño frustrado, y aun aplastado.  Sus 
reacciones naturales de defensa y ataque no se han desarrollado 
suficientemente.  Convertirá- por medio 
de una falsa sublimación- su intimidación angustiada en superioridad imaginaria, 
injertada sin embargo en un ímpetu idealista, sin el cual la frustración 
originalmente experimentada desencadenaría una agresividad excesiva.  El tímido se dirige hacia un ideal exaltador 
de bondad.
Víctima de la agresión, provocada 
por su pose de bondad, el individuo se llena de rabia impotente.  La angustia creciente se complacerá pronto en 
prever imaginariamente - a menudo sin razón - agresiones injustas.  Surge en el plano secreto el odio acusador y 
su contraparte de autocompasión , de allí a una vanidosa superioridad hay sólo 
un trecho.
A la inversa,  el tímido, a cada encuentro con otro, se 
hundirá en sentimientos de inferioridad que se exteriorizarán mediante actitudes 
de sumisión.  Cuanto más juzgue y condene 
a los otros, tanto más se sentirá juzgado y condenado por ellos.
Se apodera de él la angustia de 
la opinión del otro, que  se complica con 
la angustia ante las reacciones que serán resultado del desprecio que teme 
inspirar, y que inspira.
El tímido ofrece, en efecto, al 
otro, una línea de menor resistencia, una invitación al abuso.
El tímido, por lo menos desde que 
se hunde por este camino sin salida, se ve colocado entre un nuevo problema que 
puede obsesionarlo cada vez más: "¿me atreveré?"se pregunta.
Hace intentos de atreverse, 
estudia poses de audacia y de desenvoltura.  
Exagera la actitud para darse aplomo.  
El mismo se siente ridículo por sus poses mal esbozadas, y se hunde ante 
las réplicas de ironía y de desprecio que no sólo  sospecha por doquier sino que provoca 
realmente.
Mientras tanto, el “patio” sigue mostrando 
“al personal” ocupado en su bagaje de conductas rituales: ironías disfrazadas de 
bromas inocentes, mezquindades humillantes, impertinencias para callar al otro, 
ataques de una crueldad querida y exagerada, irritaciones por un sí o un no, 
argucias sin fin para tener razón a toda costa.
Es un hormiguero bullicioso de 
pequeñas actitudes de agresividad hipócrita.
No es nada y lo es todo.
Porque estas supuestas “naderías” 
atraviesan como un dardo a la víctima de la agresión pérfida  y crean a la larga heridas del alma, tanto 
más emponzoñadas por cuanto toda tentativa de defensa resulta vana: esta última 
tropieza con sorpresas sin límite, con encogimientos de hombros, con negaciones 
indignadas que estigmatizan la hipersensibilidad enfermiza del otro, que monta 
en cólera o que, para evitar el ridículo, se ve obligado a tragarse su rencor, 
lo que lo lleva a utilizar, a su vez, el arma pérfida de las pequeñas venganzas 
imponderables.
A partir de esta guerra de 
nervios, librada subconscientemente con ayuda de insinuaciones, el odio se 
acumula y estallan las querellas que cada uno de los compañeros utiliza para 
rechazar la falta sobre el otro.
Es verdad que el nervioso, 
hipersensibilizado desde la infancia, puede terminar sospechando por doquier el 
ataque insidioso, aun cuando no exista, de manera que la forma interpretativa de 
la nerviosidad hace finalmente difícil todo contacto.  
Qué decir de la interpretación 
morbosa fundada en estos imponderables!!!
Se torna inclusive delirante.
La lógica que se esfuerza en 
hacerle ver la razón- demostrándole la inexistencia de las agresiones ilógicas e 
imponderables- no lo logra..
De nada sirve pretender –como 
dice la regla del juego social- que no hay que prestar atención a estos "pecaditos". 
Es verdad que el buen tono tiene 
razón en enseñar que no hay que dejarse afectar, ni responder 
afectivamente.  
Pero pretender dárselas de 
tranquilo, sin hallarse verdaderamente fuera de alcance, no desemboca más que en 
la afectación, en una pose vanidosa, en una actitud de superioridad desdeñosa, 
en un desquite calculado incluido en el juego y el  contrajuego de los imponderables
El rehusarse a prestar consciente 
y objetivamente atención no es más que una actitud de represión con todas sus 
nefastas consecuencias.  
Precisamente pretendiendo no 
prestar atención a los ataques insidiosos, uno se habitúa a no prestar atención 
a sus propios contraataques de desquite.
El precepto de “no dejarse” se convierte en 
una exigencia convencional del honor por defender; pero los ataques y las 
defensas prosiguen, a menudo con plan cortesía.  
Con la excusa de una cortesía 
exquisita, el rencor se descarga, ya sea mediante alfilerazos que hacen montar 
en cólera al otro, ya sea a través de calumnias contra las cuales es impotente, 
por el hecho de que se producen sin él saberlo, pero cuyas consecuencias no 
dejan de serle fatales.
La desconfianza mutua degrada los 
caracteres, arruina la cordialidad, disuelve las amistades, envenena los 
hogares, destruye la vida de las sociedades cuyos miembros, de generación en 
generación, son educados en ámbitos degradados.
No es la indignación la que podrá cambiar 
el estado de cosas.
Indignación y auto-justificación 
se complementan, pues dan el resultado ambivalente de una descomposición de la 
dignidad auténtica (que no estriba más que en la actitud objetiva).
Como la culpa  es de todo el mundo parece no ser imputable a 
nadie y de ahí nace el aliciente para su interproyección indignada, causa de 
querellas belicosas.
“No me hables de mis falsos motivos y yo no 
hablaré de los tuyos”.  Soportemos las 
consecuencias de nuestra represión común –falsas interacciones- antes que 
permitir el desenmascaramiento de las causas secretas de nuestras miserias, 
porque estas causas son demasiado ridículas y lamentables.
Bueno, lo cómico de la situación 
cederá su lugar al humor y a su  risa 
liberadora.
Reiremos, entonces.
El humor liberador ha existido 
siempre.
Sin él, la vida no sería más que 
una degradación de las posibilidades superiores.
El humor introspectivo es el soporte de 
todas las cualidades: se ocupa de  
armonizar las cualidades descompuestas, su poder educativo estriba en el 
hecho  que libera el valor moral que es 
el único que se atreve a enfrentarse a las motivaciones consideradas 
imponderables.
La introspección, cuando alcanza la 
intensidad del humor, permite comprender que en el nivel esencial que es el 
plano de la motivación justa, no existe víctima inocente y que el proceso de 
acusación dirigido contra los otros no es más que un 
autoengaño.
El proceso que se instruye a 
otros culmina en un veredicto y en una sanción que se vuelven contra el 
acusador.
Riamos, entonces.
Y corramos a adosarle a nuestro 
nick nuestro propio nombre.
O, simplemente, firmemos cada 
mensaje con él
Quizás –sólo quizás- las caídas 
de las máscaras vayan espantando las deformaciones de la personalidad.
Fair play.
Sincerémonos y salgamos a decir con cortesía.
Ya 
que lo cortés no quita lo valiente
 

 
 
4 comentarios:
ahora lo disfrute completo, aunque lo releere mas veces. toda una radiografia ,sicologica y social de nuestros tiempos , y sin embargo de siempre... realmente disfrute con la lectura.asi que mi necesidad de volver a leerlo.un comienzo maravilloso , y sin la limitacion de las listas. muchas gracias
Muy buena exposicion Mirta.
Un beso
YOG
Hola Mirta, muy bueno este artìculo. Y justamente me encantò porque yo uso Nick, el mismo siempre, y encima registrado. Creo que mi caso no es la timidez, ni usarlo para dar rienda suelta a todo lo que no diria con mi nombre,ya que antes de usar Nick mi correo era mi nombre, y no tenes ni idea los problemas que me causo (amenazas, etre otros temas) De todas formas hace mucho que he visto que hay muchas personas que pese a usar sus propios nombres, son como cebollas que van perdiendo capas y capas de piel, que tu desconoces, y pasaran mas de mil años (como dice la cancion) y nos seguiran dejando esa idea de totalmente seres desconocidos.
Bueno querida para decirte que es muy lindo tu blog!!! que tiene para leer con mucho tiempo temas muy interesantes asì que te felicito.
Un abrazo desde el corazon
picamiel
Mir:
¡Excelente artículo! Llega a la esencia de lo virtual y lo desenmascara, te felicito.
Winnie
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