jueves, 10 de noviembre de 2011

THAIS




Thais
Mir Rodríguez Corderí

v    El día anterior había habido sudestada, los árboles parecían estar a punto de caer.  Ese tipo de tormentas la fascinaban.  Su nacimiento ocurrió un día   muy lluvioso de noviembre.  Había aprovechado la furia de la naturaleza para deshacerse de un par de situaciones que ya pesaban demasiado.

Hoy, en cambio, el viento era del noroeste, igual de fuerte, igual de amenazante, pero más templado como era de esperar.  Thais lucía  un resfrío aristocrático, como todo lo de ella, porque el descenso de temperatura  brusco de ayer la encontró algo desvestida, al estilo verano y playa.  En cambio este día de jueves a 4 días de su natalicio la acariciaba un conjunto  tejido en suave algodón y seda de pantalón y casaca escarlata oscuro.

El había aparecido así.  Así de cálido y así de suave después de haber protagonizado una tempestuosa entrada en su vida días atrás.  Semejanzas, pensó Thais, tan sólo eso.  Ni siquiera coincidencias significativas ni sincronicidades, que estaban tan de moda.  Sería una mochila linda de llevar, pensó, ¡ojalá se suba a mi tren!  Hacía tanto que no era halagada de esa forma…

(¿Y de qué forma te halaga éste que otros no hayan hecho?, se sintió interrogar desde su mente analítica)

Cierto, era usual que algún hombre intentara seducirla, pero ¿qué había de distinto en éste, entonces?  Me mima, se dijo, y se quedó tiesa mirando el cielo celeste con nubes algodonosas, dispersas.  -Y me interpreta-

Escuchó el chillido de la pava eléctrica.  Era nuevita y aún la sorprendía el barullito que armaba para avisar que el agua ya hervía.  En el apuro apoyó mal la taza y parte del agua cayó sobre su mano izquierda que sostenía el asa…el dolor la hizo soltarla y se rompió en varios pedazos al dar contra el suelo.  Una esquirla vino como lanzada por una misilera a clavarse en su pantorrilla, justo cuando giraba para ir corriendo al baño a poner la mano en agua fría.  Sorprendentemente, el dolor en la pierna la hizo trastabillar y caer, su cabeza chocó primero en el zócalo y luego en los cerámicos.  Perdió el conocimiento.


v    -Debes tener más cuidado, querida- Le susurraba con dulzura él mientras la levantaba suavemente y la llevaba hasta la cama.

El aturdimiento continuaba, de manera que no fue en ese momento cuando se interrogó por las circunstancias y su ordenamiento, como:  ¿Qué hacía él ahí? ¿Cómo había llegado? ¿Cómo se había enterado dónde vivía ella? ¿Quién le había abierto la puerta? ¿Y por qué estaba ella en camisón y él en pijamas?

-Has tenido mucha suerte, amor, hay gente que muere por un golpe así-

Vio que los ojos de él se nublaban ligeramente mientras decía casi como susurrando: -Si te llegara a pasar algo malo, no sé… no quiero ni pensar en la posibilidad-

No fue sino después de hacer el amor como si nunca jamás antes, cuando ya agotados y satisfechos reposaban el uno al lado del otro, las piernas entrelazadas, mirando el cielorraso, que las preguntas se agolparon en la cabeza de Thais.  Pero estaba tan bien así que no les hizo caso.  Él le recitaba su último poema. 

 Mujer que no me sabes
Que sin habértelo propuesto
Me enamoras
Hoy te quiero contar
Toda esa angustia
Que desgranan mis horas
Cuando te tengo lejos
Es como naufragar
Con un manojo de sombras
Por madero
Es como navegar
Sin rumbo fijo
Por un océano de tiempo…

La voz de él se fue alejando.
Una delicia.  Se quedó dormida.


v        Un rayo travieso de sol jugueteaba con sus párpados, cuando Thais abrió los ojos.  Había olvidado correr el pesado cortinado del ventanal.  Deslizó la mano para rozar el costado de Gonzalo…pero no halló nada.

Miró sorprendida la cama vacía.  Buscando algún indicio revisó cada rincón de la casa.  No había nada que indicara la presencia de Gonzalo allí.
Y sin embargo, aún tenía el sabor de su lengua en la boca, el olorcito de su piel brotaba de su propio cuerpo y la sublime sensación de una unión imposible de traducir en palabras.   Había dejado de creer en almas gemelas, pero quizás volviera a hacerlo, después de esta experiencia.
Una cefalea impresionante la tiró en la cama nuevamente.
Se hizo la oscuridad tan velozmente que casi ni se percató.


v Gonzalo escribía un poema inspirado en su nueva compañerita.
Lo había titulado Thais para que ella tuviera la certeza que le iba dirigido

“Mujer que no me sabes
Que sin habértelo propuesto me enamoras…”

Le apasionaba esa mezcla de profundidad espiritual, belleza física, inusual magnetismo, inteligencia, cultura, tolerancia, generosidad y prudencia que ella era.

Con ese poema iba a manifestarle sus sentimientos.
Por la noche la buscaría en el chat y la citaría para el finde.
Tenía la sensación que ella le era recíproca.  Casi la certeza.

Se sirvió un café doble con canela y ron.
Prendió la televisión mientras se dejaba caer sobre el sillón.  Depositó la taza en la mesita de junto, donde estaba su móvil, por las dudas…
Tomó la notebook y la encendió.

El periodista hablaba de la muerte inusitada de una mujer,  la habían hallado tirada en el piso de su cocina, con el cuello roto.  No se hallaron rastros de persona alguna, se había supuestamente resbalado con agua y caído.  La mujer que le hacía la limpieza la encontró así esa misma mañana cuando se aprestaba a asear la casa, de la que tenía llave de acceso y avisó inmediatamente a la Policía.
Se llamaba Thais…
Gonzalo sintió que se helaba. Una insoportable desesperación comenzó a viajar por todo su sistema circulatorio a gran velocidad.  El pecho se le oprimió y la glotis se cerró impidiéndole respirar.  Estaba poniéndose lívido cuando echó a llorar compulsivamente.  Supo que iba a ser un vacío imposible de llenar.

Se quedó mirando el chat recién abierto.

El nombre de ella estaba ahí.

Pero ella no.

Ya nunca más.







3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosa experiencia psíquica en una dulce y armoniosa narración.
Enhorabuena. Carlos Bogdanich.

Antonio A. Galland dijo...

Encuentros y desencuentros eternos, vacíos inconmensurables se complementan con la despedida de un amante a su alma gemela a nivel espiritual.

Unknown dijo...

Muy bueno, Mir. Besos