martes, 13 de julio de 2010

Cuando no me ven ni me oyen (cuento)

                                                                                                                          (*)
CUANDO NO ME VEN NI ME OYEN
Por Mir. Cristina Rodríguez

Iba caminando cabizbajo, meditando mis últimos desengaños con la gente, cuando la voz de ella rasgó literalmente el aire en dos hemisferios: antes de ella, después de ella.
Es realmente fascinante cómo la voz de una mujer adorada y deseada perdura grabada en la memoria, máxime cuando se trata de un ejemplar femenino de una belleza espectacular, fuera de serie. Esa era Ñata, llamada así por la naricita respingada, tan perfecta que parecía cincelada a propósito, al igual que todo el rostro, que todo el cuerpo, que cada poro y cada vello y cada olor que pudiera desprender naturalmente hacia afuera
 _Oski, pará_
Me di vuelta no tengo muy claro si con inquietud o con recelo, no en vano habían pasado 25 años desde que soporté a lo macho el llanto en su ceremonia nupcial, el mismo día que le dije adiós para siempre en mi interior, a sabiendas que era una forma de supervivencia.
_ Hola, Ñata, ¡tanto tiempo! _
Verla –volver a verla-- allí, en el parque de mis amores, Parque de los Patricios, enmarcada en todo ese degradé de distintos tonos de verde, me anudó el estómago y me cerró la glotis hasta tener la vívida sospecha que me ahogaría antes de poder decir algo más.
"Los años deben haberse perdido para ella. O no, quizás no" “viejo idiota, sos un total pajero usando las mismas frases gastadas de siempre” - pensé - "Lo que falta es que digas que ha mejorado con el tiempo como los buenos vinos o alguna antigualla como ésa”.
No pude evitar que mi mano temblara cuando le tomé la suya.
Un beso en la mejilla, tan cerca de esos labios carnosos, sedosos, voluptuosos y todos los osos que hagan sinonimia.
- Mirá que venir a encontrarnos justo aquí - dijo ella, con lucecitas danzarinas en sus ojos.
- Justo donde te me declaraste a los 13, una de esas veces que me fuiste a buscar al cole -.
“Dios –pensé—sé justo conmigo, quita la tentación de delante de mí.”
A los 10 minutos estábamos sentados uno frente al otro, en una mesita con mantel rojo, en una de las esquinas más reservadas de la confitería más pituca y discreta del barrio.
Ñata era de abusar de la expresión. Habló más de media hora de todo un poco, me sintetizó su vida de casada , sus asuntos domésticos y sus lides maternales de esa forma que sólo ella podía abreviar. Pensé en Burroughs, pero seguramente ella nunca lo había leído.
Me hizo reír, me hizo callar, me hizo resentir el simple hecho de estar vivo, me hizo feliz, me hizo miserable, me hizo impertérrito…
-- Sabés lo que recordaba hace unos días atrás, en la reunión de Egresadas de la Escuela de Comercio N° 18? –
-- No –
-- Esa experiencia que me contaste, la de tu “invisibilidad” –
Sentí que me transportaba como por el túnel del tiempo o algo similar. Fue una sensación tan extraña que no conozco palabras para ilustrarla.
Ñata continuaba hablando, ¡qué suerte!, sin parar.
Mitad con ella mitad abstraído comencé a recordar a 1000 por hora
Noviembre 1969.
Todos los paracaidistas fuimos convocados por el Jefe de Personal del Regimiento de Infantería 6, yo entre ellos, media docena de dieciochoañeros, para comunicarnos que a primera hora del siguiente lunes rendiríamos las exigencias anuales en la Escuela de Infantería en Campo de Mayo que nos permitirían continuar.
Habíamos terminado el curso hacía sólo 4 meses atrás.
Durante el viaje tuvimos que comentar nuestras anécdotas personales, tanto Luis como yo, que la habíamos cursado en Córdoba. Surgió el infaltable tema del Cordobazo que suspendió el curso durante un mes, razón que nos obligó a hacer todos los saltos prácticamente en un día y una noche, para colmo , desde un viejo avión Douglas DC-3, del mismo modelo que se utilizó en la 2da Guerra Mundial. Para guiarnos en dónde caer, se encendieron fogatas al oscurecer y el viento, fuerte, terminó incendiando el campo, lo que agregó una nota de emoción a los saltos nocturnos.
En cambio, en esta oportunidad, las prácticas eran de equipamiento con el paracaídas T-10, un armatoste que pesaba aproximadamente 15 kilos.
Para el día jueves habíamos rendido satisfactoriamente todas las exigencias.
El viernes por la mañana, clareando, nos reunimos en la Pista de Lanzamiento, nos asignaron los viejos paracaídas, nos equipamos, nos controlaron que estuvieran bien colocados los arneses con sus respectivos pasadores y seguros. Agregamos a nuestro cuerpo también los paracaídas de pecho comúnmente llamados de emergencia.
Dábamos la impresión de tortugas.
Habían pasado unos 40 minutos y desde la Base Aérea del Palomar se dejó ver la conocida figura de un avión de transporte C-130 HERCULES.
Lo vimos aterrizar en medio del campo como un ave legendaria que dignificaba su nombre.
Entramos, todos seguramente inmersos en ese mismo respeto reverencial
Era igual que estar dentro de un gran submarino, a excepción que con las puertas abiertas desde donde podíamos ver todo el campo.
Cuando se cerraron las compuertas traseras y las puertas laterales, todos los esfínteres se apretujaron.
Allí, para conjurar el cagazo, comienzan todo tipo de bromas entre los viejos y los jóvenes, sumadas a las recomendaciones de los tripulantes del avión para casos de emergencia y a las del jefe de Vuelo y Lanzamiento que es quien te dice el “SALTE” acompañado de una fuerte palmada.
Sentados, cuatro patrullas de 15 a 20 hombres a lo largo del fuselaje.
En cada salto salen por ambas puertas dos patrullas.
Suena la primera chicharra –que es horrible-- para avisar que estamos a la altura requerida, 500 m, altura normal para saltos automáticos, porque los comandados son por encima de 5000 m y en caso de combate se salta desde 150 m.
Las compuertas laterales y la trasera se abren antes de la segunda chicharra.
Ahí se acaban todas las bromas porque el ruido de los motores se incrementa. Ingresa viento y tierra dentro del avión.
Podés ver cómo les flamea la ropa a los tripulantes que están abriendo y asegurando las compuertas. Esa visión siempre tiene algo de fantasmagórica, una rarísima ilusión de los sentidos acompañada por el ulular del viento y su fuerza de arrastre, algo en el estómago comienza a moverse, como si un montón de pequeñas manitas estuvieran dentro de él, golpeteando sus paredes.
Ya no se habla: se grita.
Tomamos la cuerda extractora, la que queda enganchada en el avión y sacas de la bolsa mochila el paracaídas.
Suena la segunda chicharra -- más horrible que la anterior-- para avisar que nos paremos y al grito de “Enganchen” colocamos el pasador metálico de la cuerda extractora en el cable de enganche --un grueso alambre de acero que va de la cabina a la cola dentro del avión—que es donde queda la bolsa del paracaídas enganchada al avión y después es subida por los tripulantes.
Allí ya parados nos ponemos en una columna paralelos al fuselaje y cada uno le revisa el equipo al que está adelante por si se le olvidó algún ajuste del arnés.
El nerviosismo es total, es una mezcla de alerta e incertidumbre por avanzar hacia la puerta del avión y no quedarte rezagado.
Todo el tiempo que te demorás en salir perjudica al que viene detrás porque en la salida al espacio al llegar a tierra podés quedar fuera de la pista de caída o aterrizaje cayendo definitivamente sobre árboles, casas o avenidas.
Pasan unos largos e interminables minutos dentro del aparato, parados, preparados y enganchados. A veces ocurre que el piloto da una vuelta más para asegurar la caída en la zona predeterminada.
Seguís parado esperando que dé de nuevo la vuelta y sentís la presión del aire como si te apretaran de la cabeza y los pies hacia el estómago.
“Remembranzas”
El salto fue emocionante. Era la primera vez que saltaba de un HERCULES.
La salida fue exitosa a pesar del viento que te bambolea y te hace girar, sintiendo como si una mano enorme te agarrara por el cuello de la campera y te zamarreara hacia todos lados.
Cuando la cuerda extractora queda tensa, enganchada por un lado al cable dentro del avión y por otro al paracaídas que va saliendo de su bolsa, se libera y quedás con total libertad en el espacio.
Luego vienen las maniobras individuales para tratar de dirigir el paracaídas que te lleva de espaldas y si no lo maniobrás no ves dónde vas a caer. Hay que cruzar las manos por fuera de las cuerdas, mano derecha por delante y la izquierda por detrás y con fuerza lo hacés girar para ir de frente hacia el suelo.

Creo que el mejor momento en un salto desde un avión es cuando te parás en la puerta esperando que te digan: “salte”.
Tenés unos segundos o minutos de tiempo mientras el avión sobrevuela la zona de lanzamiento.
Esto ocurre cuando sos el último de la patrulla en subir al avión ya que quedás primero para acercarte a la compuerta cuando vas a saltar.
Te parás, enganchás la cuerda extractora en el cable del avión, te acercás lentamente a la compuerta, apoyás la mano derecha en la pared del fuselaje y en la izquierda llevás la cuerda extractora enganchada.
De reojo podés ver el espacio limpio, el cielo.
¿Alguna vez te preguntaste por el azul? Te quedás prácticamente sin aliento de tanta hermosura, de tanta levedad.

Te dicen “A la Puerta” allí girás y te tomás de los bordes con ambas manos colocando un pié en la salida. Mirás afuera del avión y podés ver hacia abajo los cuadraditos verdes y marrones del terreno que parecen mesas de billar, las calles y los autos, las casas, los árboles. Son momentos maravillosos.
Para los que están atrás las cosas no pintan tan bien ya que no ven nada hacia fuera y cuando salen lo hacen en forma rápida y sistemática pues no hay tiempo siquiera de pensar.
Con imaginar que el último sale prácticamente corriendo, tenemos el cuadro completo jajaja

.-- Oscar, ¿tas? ¿O te fuiste? -- inquiría la voz amada.
La miré. No sé si ya dije que los ojos de Ñata son de un glauco poco común, una mezcla rarísima -en cuanto a lo escasa- de verde y dorado y gris y almendra, celosamente y estrechamente custodiadas por pestañas espesas y negras como el azabache, el mismo tono que su cabello.
 Todo parece contradecir al todo.
 La piel delicadamente blanca llamando a gritos a acariciarla, tersa, terciopelo, suavidad a la vez salvaje y refinada…la pequeña y respingada naricita…la boca mediana, acorazonada y sensualísima, de un rosa subido, casi chicle que se mastica rabiosamente o del tipo cereza que dignifica al postre.
Punto.
--No, Ñata, te escuchaba y a la vez, por qué mentirte, recordaba mis episodios de invisibilidad --
-- ¡Ah! – dijo ella, sonrojándose levemente y despertando en él deseos propios de un libidinoso. – yo creí que conmigo enfrente nada podría distraerte, por lo visto, me he equivocado - terminando todo con ese mohín de reina que se le formaba al borde de las comisuras.
--A ver, malcriada, contáme algo de tus hijos – dije, a sabiendas que se engancharía en una nueva ronda de parloteo incesante que me permitiría continuar con mis cavilaciones.
Y así fue
La voz de Ñata fue perdiéndose en la confitería, mientras yo regresaba implacable y decidido al recuerdo de mis trances, mis “souvenirs magnifiques”, como acostumbraba llamar a mis memorias o “memoires”…me encanta el francés.
Hora 10 00, Noviembre 1969.
Caigo sobre una acacia.
Mi paracaídas había quedado fuertemente prendido a ella. “¿Se tratará de un símbolo?, me pregunto, justo una acacia”.
Repito en voz alta como lorito, quizás para amortiguar la angustia del momento, "antiguamente considerada un símbolo solar, debido a que sus hojas se abren con la luz del sol, cerrándose al ocaso y porque su flor imita el disco del sol. Su madera, imputrescible, fue utilizada para hacer los elementos más sagrados, cosa que obra en el Antiguo Testamento: el Arca, la Mesa, el Altar. También planta sagrada para los egipcios, de los antiguos misterios, fue la madera con la que se confeccionó la cruz donde murió Jesús tanto para rosacruces como para masones y entre estos últimos la acacia es la planta símbolo por excelencia, símbolo de la verdadera Iniciación para una nueva vida y de la resurrección para una vida futura, quizás se explique todo esto porque su verdor es perenne, su madera dura e incorruptible, lo que da una idea de vida inextinguible que renace en forma exitosa y permanente de la muerte"
Me suelto y caigo desde 5 a 6 metros al piso.
Me levanto y visualizo a dos rescatistas que avanzan hacia donde me encuentro.
“Vienen en mi búsqueda” me digo y les hago señas…el paracaídas yace matrimoniado aun con ramas y arbustos.
Se me acercan lo suficiente como para que escuche su conversación y el ruido de los matorrales y macizos que iban removiendo.
Ambos sujetos siguen buscándome como si nada, a escasos metros de donde me encuentro y – lo más llamativo de todo- no contestan mis llamados y parecen ignorar mis gritos.
Tengo la absoluta y compacta sensación de estar dentro de una campana de cristal.
¡Vaya! Sumamente extraño, casi aterrador, me digo, ya que el paracaídas tiene una extensión de 20 metros de largo de la copa al arnés y un diámetro de aproximadamente 10 metros, como para que no lo vean.
Pasan a unos dos metros de mí, mirando en todas direcciones, sin verme, sin oírme, siguen caminando como si nada, hablan entre ellos y se pierden entre los arbustos.
Me quedo quieto, solo, sacándome el arnés.
No puede ser que no me vean o no me escuchen.
Comienzo a desconfiar. Un temblor helado me congela imprevistamente y totalmente de los pies a la cabeza. "¿Estaré desmayado y soñando esto? " me pregunto.
Continúo tratando de desenganchar y arrollar las cuerdas de mi paracaídas.
Un tiempo no muy grande pasa y los veo regresar por donde se habían ido.
--¡Idiotas!- les grito, desesperado ¿Pasaron al lado mío y no me vieron ni me oyeron? ¿Son locos o se hacen?—
Ambos rescatistas se miran perplejos, y se quedan observándome con esa mirada del que piensa “éste está rematadamente loco”.
Me cuentan todo tal cual fue., doy fe, por dónde vinieron y por dónde se fueron, pero aseguran no haberme visto ni escuchado.
En este momento no les creo un comino, pero me dejo llevar a salvo, sin ningún tipo de recriminación, harto de tanta angustia, inquietud y con enormes deseos de volver al campamento, sano y salvo.
Por supuesto no les creí pero siempre quedó en mí ese hecho como algo extraño y sin explicación.
Hoy la he hallado, o cuando menos así lo creo.
No obstante, otro hecho extraño o anómalo tuvo lugar después, con ocasión de una reunión de amigos.
Recuerdo que llegaba tarde. Entré en pleno bullicio y saludé contento, gritando, pero nadie me contestó el saludo; por el contrario, todos seguían hablando y escuchándose.
Me acerqué a cada cual, forcé mi voz hasta el paroxismo, pero ni mu, ni mueca de atención o conmoción…todos seguían en la misma, sin percatarse de mi presencia.
Enojado, y pensando que todo era una broma de mal gusto, motivada quizás porque había llegado muy tarde, me fui a otro lugar.
Sin embargo, cuando regresé a la reunión, todos se dirigieron a mí como si recién llegara. Estaban tan entusiasmados con mi presencia y su propia charla que no me detuve a pensar que algo raro  había ocurrido, algo anormal, siniestro, como en el caso anterior, el de los rescatistas.

--Entonces, le dije, sos muy joven para casarte, pero si es tu decisión y te sentís seguro, adelante hijo mío, yo te apoyaré en todo cuanto pueda--- Ñata me sacó del ensimismamiento.
Se quedó mirándome fijamente
--Si no te estuviera viendo perfectamente, diría que te está sucediendo otro de esos trances de invisibilidad que contabas en tu juventud--- dijo cínicamente.
 Sentí que algo me laceraba por dentro. Ella no era particularmente inteligente ni culta pero tenía un gran sentido del sarcasmo que siempre me había descolocado.
--No—alcancé a responder con una leve y falsa sonrisa, perfectamente estudiada para ocasiones de emergencia y etiqueta, parecidas a la presente.
--Sólo pensaba un poco off topic, sobre eso, precisamente, mi primer y segundo acontecimiento de no ser visto…ni oído – respondí y dibujé una mueca complaciente en mi semblante.
Ñata miró su reloj pulsera y exclamó con verdadera inquietud –Oscar, se hizo tan tarde, debo retirar a mi nieto del Jardín de Infantes, por favor, escribíme aquí tu teléfono actual y tu dire, -- alcanzándome una servilletita de papel y una birome.
--Prometo llamarte, para que no pasen otras 3 décadas — rió cristalina y auténticamente.
Dócilmente actualicé mis datos en ese papel arrugadito y delicado, se lo di, la besé en ambas mejillas, la rocé intencionalmente y la acompañé hasta la puerta.
--Yo voy a permanecer un rato más, voy a encargar algo para comer, estoy hambriento—le dije y retorné a la mesa.
Llamé al mozo. Le encargué milanesa de pollo con fritas y un vino blanco de la casa. Un poco de pan negro y manteca para untar, algo de mostaza tipo alemana, de paso.

Los pensamientos estaban esperando agolpados en algún rinconcito de mi mente.
Casi me ahogan al volver.
¿Dónde estaba? Ah, sí, en mis recuerdos de cuando no me veían y no me oían.
Esos episodios no se borraron jamás de mi memoria.
Con el tiempo, investigando en internet, encontré una especialista en estos temas: Diana Reeds.
Me comuniqué con ella por mail.
Conté todo con detalles.
Esperé ansiosamente la respuesta.
En un mail en correctísimo inglés, pude leer cosas como:
“Sus experiencias con la invisibilidad son típicas de alguien que está atravesando HSII, o sea Invisibilidad Involuntaria Humana Espontánea”””

“”Esto está sucediendo por todo el mundo desde los años 50 o más de acuerdo a los registros pero ahora con mayor asiduidad”””

“”Creo que es un campo de energía que rodea a la persona (aura) que cambia su frecuencia y vibra a un nivel más elevado que el que la otra gente puede ver. Esto sucede comúnmente por aproximadamente media hora solamente, luego la persona es vista de nuevo “””

“”Aun no he podido averiguar por qué la persona invisible no puede ser oída""
“”Es posible que el propio cambio en la frecuencia vibratoria ponga a la persona invisible temporalmente dentro de una dimensión diferente en la que nadie puede verla u oírla “”

””Algunas personas encuentran que no pueden ser vistas ni oídas y esto las altera mucho. Piensan que están siendo ignorados o que la gente esta jugándoles una broma O que los otros están siendo rudos o descorteses y no responden cuando les habla o que están actuando extrañamente, cuando menos””

“”Escribí mi artículo sobre Invisibilidad humana espontánea porque yo quería que los implicados supieran que no están locos…quería que supieran que esto ocurre por todo el mundo a un grupo pequeño de personas “”

“”Usted no está solo al tener esta experiencia””.



--¿Desea algo más, señor?, ¿un postre, un cafecito? – preguntó el mozo

Sobresaltado, respondí, un poco nervioso -- un flan tipo casero con dulce de leche y un cafecito
Y la cuenta, por favor --

Me encantaba el flan, mi mamá lo hacía casi todos los domingos, bien acaramelado.
La yapa era un pote con mucho dulce de leche pastelero, que quedaba irremediablemente vacío.
Y ya se sabe, el café siempre me pudo…

Mientras saboreaba todo, tironeando suavemente de esa parte de los recuerdos de la infancia-adolescencia, aderezados por mamá y salpicados por mis hermanos y papá, tan adusto y callado siempre, continué con el proceso de desmitificación de mis angustias “invisibileras”.

Debe ser terrible no ser visto ni oído jamás.

Recordé a un autista, hijo de un Cabo, compañero mío en el curso de Paracaidismo en Córdoba.
Si bien era la inversa, me acongojó el recuerdo y el sufrimiento oculto de sus padres.

También me vino a la mente las manos de una prima nacida ciega, guardada en un asilo atendido por monjas cuando mi tía abuela se volvió a casar. ¡Esas manos hablaban, oían, veían, sentían, hacían maravillas! Con esas manos cualquiera podía darse el lujo de no ver.

¿Sordos? Pues, Beethoven: sin comentarios.

Pero, claro, ellos en todo caso son el reverso: “no ven”, “no oyen”, pero son vistos y oídos.

Lo cierto es que yo, cuando no me ven y no me escuchan, me siento malditamente mal.



El mozo se me acercó y me sacó de mis reflexiones. Miró la mesa, retiró con un gesto de enorme disgusto los utensilios, y se fue hasta la caja con el ticket de la cuenta.

Escuché con asombro  que le decía al cajero: --¿Quién lo hubiera dicho? El de la mesa 6, desapareció sin pagar…parecía un buen tipo, honesto, me ha dejado sin palabras, la verdad. Hijo de puta, aprovechó seguro el minuto en el que le tomé el pedido a los de la mesa 14. Por tan poco monto, la verdad, mancharse de esa manera y arriesgarse a que lo pesquen. ¡Qué tiempos, boludo, qué tiempos!. Ya no podés confiar en nadie. Como siempre digo: que le sirva para medicamentos, ¡la que lo parió!

--Yo quiero pagar mi cuenta—grité, al borde de un colapso, lleno de estupor y vergüenza.

Nadie me miró.
Ni me escuchó.

Me levanté y salí de la confitería.

Afuera se había levantado viento y la temperatura se sentía fría.

Me levanté el cuello del saco y me puse a caminar.

Ningún taxi me pararía, por razones obvias. Podría, eso sí, tomar un colectivo, total nadie me vería subir ni bajar, pero me dieron ganas de caminar.

Sabía que en diez minutos o un poco más, sería visible, nuevamente.

O quizás no.

¿Quién podía asegurarlo?.

Busqué con la mirada una de las acacias del parque
A ella me dirigí…uno nunca sabe.


(*) El hombre invisible
2008
40 x 40
Papel sobre tabla
Daniel Juárez

13 comentarios:

Emilio Carrillo dijo...

Precioso cuento, Mirta. Lo he disfrutado mucho.
Muchas gracias y un beso.
Emilio Carrillo

Dos Mentes, Idea y Media dijo...

eres tan amable, Emilio
agradecida como siempre
Mir

Adrián dijo...

Un lindo y curioso cuento.Adrian

Antonio A. Galland dijo...

Muy lindo, me gusto mucho. ahora si pude leerlo completo. Me sorprendio lso conocimientos de paracaidismo que tienes, me hubiera encantado hacer ese deporte alguna vez.
Saludos

Antonio A. Galland dijo...

Te invito avisitar mi blog cuando gustes si puedes.

http://luxian-sar.blogspot.com/

Unknown dijo...

Querida Vagabunda de Universo..

Tu cuento es de una profundidad tal. Que hasta a mi me invito a hacerme "invisible" `por unos momentos.
Es que , tu mensaje , apunta directamente al inconciente , y alli se registra lo que es necesario para cada uno.
Buenisimo.. Fino.. Preciso..
Me gustó muchisimo, Gracias por ompartirlo con todos...
Besos y abrazos con Amor
Susy

Dos Mentes, Idea y Media dijo...

Sussy

Mi querida moderadora y amiga
desde el alma, toda mi sensibilidad a flor de piel

soy hipersensible
pero a mi edad , no se puede pedir grandes cambios, queridísima
Me enorgullece ser tu amiga

besos
mir

Unknown dijo...

A tu edad, mi querida Vagabunda, NI se te ocurra esconder, cambiar , modificar o tirar esa hipersensibilidad. Eso , te conecta con lo mas profundo de tu Ser, y por ende del prójimo. Esa "hipersensibilidad" hace , que salgan a la luz estos cuentos , tan "del alma".
Y cuando un "alma" brilla , asi se muestra.
No apagues esa LUz , ni te de "cosita" se hipersensible.
Es lo mnas bello que tienes¡¡
Un abrazo de corazon a corazon...
Susy

Anónimo dijo...

Queridisima amiga Mir

Estando en la montaña a 4.500 msnm.
me puse a leer tu cuento"Cuando no me ven ni me oyen", en la habitacion del capamento minero,me gusto mucho la manera como narras el cuento, lo que si debo reconocer que quede con gusto a poco, me paso lo que una vez copie por alli, en el que decia que sabia que me quedaban pocos caramelos en la bolsa, pero los ultimos sabian mas deliciosos que nunca y se estaban acabando.
En fin querida amiga, pase un buen rato y te mando un abrazotote y un kiss.

Hector Martinez

Ángel Saiz Mora dijo...

Otra joya de una persona con gran capacidad narrativa, con una sensibilidad especial, que sabe mirar y ver donde otros no perciben nada, que tiene una fuerza fuera de lo común, que sabe avanzar adelante, siempre adelante.
Me gusta mucho el nombre de "Ñata".
Un abrazo, Mir

Dos Mentes, Idea y Media dijo...

Querido Angel, Ñata le decían a mi madre,por su naricita tan pequeña y perfecta, una mujer de una belleza esplendorosa.
Me pareció lindo llamar así a mi personaje que tiene algunas características de mami, de paso.
Gracias por soportar esta repetición de la moderación, pero no vale acá eso de "no hay mejor desprecio que no hacer aprecio" porque se trata de alguien desmesurado, maleducado y que parece tener mucho en mi contra. En fin, te adoro, por lo que dices de mí
En esta etapa que atravieso viene tan bien que te traten bien, aunque suene repetitivo, que te tendría en mi mesita de luz.
MIR

bigollo dijo...

Mi estimada Mir.

Excelente la fluidez narrativa de la historia. La descripción en ciertas escenas fortalece mucho la historia.

Una frase que me gustó: "Me hizo reír, me hizo callar, me hizo resentir el simple hecho de estar vivo, me hizo feliz, me hizo miserable, me hizo impertérrito"

Una imagen hermosamente plasmada: "De reojo podés ver el espacio limpio, el cielo.
¿Alguna vez te preguntaste por el azul? Te quedás prácticamente sin aliento de tanta hermosura, de tanta levedad."

Gracias por tus letras.


@soybigollo

Dos Mentes, Idea y Media dijo...

Mi querido Jaime:
Pocas veces me han analizado como ésta.
Chapeau.
Touché
y demás expresiones idiomáticas sinónimas en francés, que me encanta.

Gracias por leerme y comentarme.

MIR