martes, 6 de octubre de 2015

SINIESTRO, DEFINITIVAMENTE SINIESTRO. Cuento terror.







Siniestro fue lo que sucedió después de conocerlo en ese cafetín de mala muerte, cerca del Dock G, en pleno puerto y con cara al río sucio y nauseabundo.


Yo acostumbraba ir ahí para estudiar el perfil del portuario, personaje liminar en mi nueva novela.

De tanto concurrir, ya toda la clientela fija me saludaba e intentaba entablar conversación conmigo. Eran todos muy amables y cada uno hizo el relato de sus experiencias en el puerto así como la manera en que su trabajo influía en su vida privada.


Era precisamente el primer jueves de ese agosto invernal que se anunciaba más que frío y ventoso.

Estaba leyendo los últimos apuntes, tomando un café doble cortado, cuando una sombra me tapó el sol enclenque que entraba por los vidrios repartidos de la puerta del bar. Levanté la vista y ahí estaba él.


Era un par de ojos acerados, de un gris claro, penetrantes, incisivos que venían acompañados por un cuerpo esbelto, musculoso, de casi metro noventa y una cara cortada a cincel, angulosa cuyos rasgos se veían resaltados por la piel castigada por el sol y el aire marino, oscurecida, y que junto al cabello negro destacaba esos ojos de hielo que parecían horadar todo lo que miraban. Reparé en que sus modales no eran para nada toscos y su voz era profunda, masculina, casi hecha para recitar poemas de amor.

Creo que ya estaba enamorándome cuando a los 10 días pude entrevistarlo –la excusa de la novela lo hizo- y mientras me contaba en su castellano anglosajón las peripecias de su vida de marinero supe que ya nada lo quitaría de mí.


Había estado preso varias veces, por problemas de faldas, si bien no era él el causante directo sino los despechos que despertaba en mujeres que no admitían que él no las cortejara o aceptara tener sexo con ellas.


Aparecía y desaparecía como las auroras. Y lo que más me perturbaba era que si bien él sabía lo que yo sentía por él, nunca hacía referencia alguna ni insinuaba nada.

No me pregunten por qué razón fui hasta su habitación en ese hotelucho de los aledaños. Ni cuál fue la causa por la cual decidí girar la cerradura pomo como si supiera de antemano que no estaba con llave. A esta altura pienso que los hechos estaban contabilizados en los registros akáshicos y que nada fue al azar.

El desorden de la habitación era tan grande que indicaba nítidamente una pelea o trifulca. 
Algo me hizo callar y no llamarlo.
.
Sentía ruidos en el baño y hacia allí me dirigí resuelta a no amedrentarme por nada. Iba a confesarle mi amor.
El escenario montado en el baño era eso: SINIESTRO.
El cadáver de la mujer yacía en la bañera y todo era rojo alrededor, por los costados, por debajo y todo él. Sangre semilíquida, ya coagulándose. 
Se dio vuelta bruscamente y lo único que no estaba ensangrentado eran esos ojos grises plata que tanto me hacían alucinar.
En la mano un cuchillo fileteador. Claro, él trabajaba en barcos pesqueros.
La sorpresa y el horror debían dibujarse en mi cara de tal manera que él comenzó a explicar lo inexplicable.
La voz masculina, ronca, con marcado acento inglés me iba llegando con delay, supe que me estaba desmayando.

Dijo que era la única mujer de la que se había enamorado.
Dijo que la había asesinado en un ataque de celos porque ella no accedía a sus peticiones. Que prefería seguir viviendo con su marido, un ebrio consuetudinario, y el bebé de ambos. Que, además, decía tenerle un miedo raro, una suerte de dejá vu que no podía entender, de manera que temblaba cada vez que lo veía. Que le parecía siniestro.

Fue contando con lujo de detalles la historia mientras descuartizaba cuidadosamente el cadáver, “porque voy a poner los pedazos en bolsas y me iré librando de ellos en alta mar”.

Cuando volví en mí, reconocí el bar. 
Me había dejado sentada con la cabeza apoyada sobre la mesa. Impecablemente limpia y con mi cartera a un costado.

Luego me contaron que me había traído envuelta en un plástico, él enteramente ensangrentado, con los ojos desorbitados, cara de loco, para depositarme en ese mismo lugar donde me encontraba al salir del demayo.

Dicen que llamaron a la policía y que lo hallaron en el baño de su habitación, llenando bolsas con pedazos de un cuerpo femenino, sin vida.

Dicen que fue el acontecimiento más siniestro que se registrara en el puerto desde que se tenía memoria.



LOS CÓDIGOS ENCRIPTADOS. EXPLICACIÓN DEL CUENTO.


Este cuento tiene un nudo gordiano dentro. Es muy elaborado aunque la idea es que no se note.
Me encanta poner códigos en los cuentos.
Acá hay un juego de contradicciones.
Él es un marinero de buque pesquero y es un Adonis.
Ella queda prendada del exterior del tipo.  Sus ojos son grises y acerados taladran (descuartizar) u horadan.
Sin embargo él no le da bolilla a nadie.
Se enamora de la única mujer que lo rechaza y termina matándola porque SI NO ES DE ÉL, NO SERÁ DE NADIE.
Al descuartizarla, la reduce a la mínima expresión, la desarticula y los pedazos los va a tirar al mar, donde él tiene su medio ambiente natural.
El mar "SE LA CUIDARÁ".
EN TÉRMINOS MÁS PROFUNDOS: SE CASA CON ELLA Y LA LLEVA A VIVIR A SU HOGAR, EL MAR.
Él rompe el último lazo con la realidad y entra en demencia. Por eso va todo ensangrentado a llevarla a ella -que se desmayó al ver la escena en el baño- al bar.
No se quita las marcas o el estigma de su asesinato.
Ya todo le da lo mismo: se ha convertido en un autista y vive en otra realidad personal donde no se notan ni siquiera las manchas de sangre en todo su cuerpo.

Códigos encriptados
Ojos gris acero = cuchillo fileteador = crónica de una muerte anunciada.
Plateado = color del océano visto desde la playa con el sol en contra.
Llevarse los restos de la mujer amada a casa = el mar.
El color gris de sus ojos tan acerado o plateado =   su encanto y su fatalidad.



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