Mir Rodríguez Corderí
Nunca había visto a un hombre tocarse como él.
Lo hacía con una delicadeza, con una cadencia, con tal lentitud y ritmo, que más parecía un ritual que una masturbación en ciernes.
Si hubiera geishas masculinos – pensó ella- podría ser el mejor de ellos.
Esa maestría en ir excitándose con su propia mano, a cada palabra de ella, la calentaba aún más que sus propios dedos rozando el clítoris
Ella lo observaba en su monitor hipnotizada por la forma en que el entornaba su miembro con la palma haciendo círculos, sin siquiera rozarlo.
Tenues espirales que acompañaban pausadamente el crecimiento del mismo, la ligera hinchazón de la cabeza, el engrosamiento de las paredes.
Ella no tenía cámara web ni ahí ni en ese instante, por lo que él debía acudir a la imaginación.
Igual, desde las sombras, él la intuía tan apasionada y voluptuosa como realmente era, más allá de sus fotos, más allá de las interminables charlas que los habían llevado tantas veces al orgasmo.
Se gustaban medularmente, desde la cabeza hasta la planta de los pies. Mismos gustos, mismo nivel intelectual, misma fantasía.
A veces saltaban de pronto de una conversación absolutamente aséptica, fríamente analítica a una creciente sensualidad que generalmente introducía ella con algún chispazo de su genialidad para la lascivia y comenzaban la lenta escalada, sin pausa, hasta sentir la lujuria impulsando los humores, los líquidos y sembrando jadeos, suspiros, gritos ahogados por el placer. No tenían la posibilidad de verse, sólo de escucharse, pero era harto suficiente.
Cada cual se engarzaba en el otro y sentía vívamente, como si de una realidad paralela se tratara, la piel, el olor, el temblor, el calor, la suavidad, la humedad de ese crescendo de impudicia e incontinencia que invariablemente concluía en que ambos percibían la eyaculación del otro como si fuera propia.
Circunstancias inmanejables los separaron abruptamente de la sexualidad distal.
Ella lo lleva secretamente guardado en la valijita de los recuerdos: es su geisho. De nadie más. Lo mima, lo cuida y lo sumerge en la más absoluta concupiscencia cada vez que la impudicia la lleva a tocarse los senos y la vagina en busca de la extenuación
3 comentarios:
....un Cuento altamente recomendable para esas noches ciberóticas eternas...!!
El sexo a distancia siempre deja la frustración de ignorar el sabor de la piel. Bello relato, Mirta, Un besote.
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