El útero
Mir Rodríguez Corderí
Llueve.
Despacio.
Casi gota a gota.
Desde la ventana que da al Este
(sí, la que te gusta) veo los árboles y las plantas llenarse de infinidad de
pequeños brillantes, a veces imperceptibles.
La lluvia, se sabe.
Hoy es el primer día del mes de
abril y al mismo tiempo el primer día de la semana: lunes.
Acá es feriado –ya lo sabés- y
por esa razón no hubo mucho ajetreo ni ruido ni voces ni autos yendo y
viniendo. Aunque acá esto es casi pan de cada día. Acá, donde me mudé para vivir en paz y poder
escribir en paz (que es lo mismo o casi).
Se suponía que para este día
(hoy, claro) tendrías un buen espacio en tu agenda para escuchar mi sueño. La verdad, quiero contártelo, con lujo de
detalles, con olores, colores y sabores si fuera posible. Para que me des tu opinión. Pero, por lo visto, no será. Son ya las 18 10
y no he recibido tu confirmación (léase: no vendrás).
Antecedente necesario del sueño
fue la pequeña lagartija, oscura, informe, irreal.
Se ve que entró a la casa durante
la gran tormenta eléctrica, con fuertes vientos y lluvia atronadora de hace mes
y medio atrás. Se escondió tras la
heladera la muy ladina. Y me dio un susto bárbaro un atardecer, cuando casi en
la penumbra del ocaso, salió disparada desde mi escritorio hasta su guarida,
corriendo de tal manera que no pude distinguir más que una masa amorfa, negra, con cuatro patas raras, de unos
escasos 10 cm de largo. Yo miraba el noticiero de las 19 (pleno verano, puesta
del sol) y la pude avistar porque se movía tan rápido que no pasó
desapercibida.
No sé cuál de las dos estaba más
asustada.
Yo atiné a cerrar todas las
puertas y a tomar un bate de béisbol.
Así pasé casi una media hora,
sentada, mirando la heladera como biólogo frente a su microscopio, cuando reuní
la dosis de valentía suficiente y comencé a golpear el piso, la chapa del
fondo, para provocar la huida de la susodicha, cosa que no sucedió. Por fin, corrí un poco el artefacto, pero
para mi sorpresa no estaba allí.
¿Dónde entonces?
Ya en la cama, con Noir mi perro belga a mi costado derecho y Jac mi collie border enano sobre mis pies, mirando una remake de El
cartero llama dos veces, home theater mediante, me fui quedando dormida y
olvidé totalmente el episodio del animalucho.
No recuerdo con exactitud, pero 5
días más tarde, día más día menos, estaba en el baño en incómoda posición y la
muy taimada salta desde el ordenador buscando refugio detrás de la cortina de la
bañera Veloz como antes, pero esta
vez más gruesita y color arena subido con manchitas que me parecieron verdes.
Una vez repuesta y liberada de mi
ubicación especial, tomé el secador de piso y comencé a golpear la cortina con
regularidad y suma concentración, aunque nada ocurrió.
De pronto veo con creciente
terror que mi bata de toalla verde oscuro se movía en forma alarmante. Lo cierto es que la descolgué del gancho,
atravesé envalentonada el living, abrí
la puerta y tiré la bata al camino de laja del jardín que pasa por delante, y,
oh sorpresa, un sapito tipo escuerzo salió saltando de mi salida de baño y
buscó refugio seguro entre las hiedras que tapizan la parte del muro perimetral
que queda justo allí, enfrente.
El resto lo hicieron los perros
que , enardecidos, azuzaron tanto al animal que no tuvo otro remedio que
intentar huir, cayendo en mis propias manos que, tomándolo por una pata, lo
tiré por encima del muro que da al sur, donde el terreno de mi vecino espera
pacientemente ser edificado y habitado.
Punto.
No convertí en objeto onírico el asunto
hasta que las charlas con mi hermana,
mis clientes-amigos y dos simples-amigos habían pasado cuento y recuento del
tema lagartija-escuerzo.
Fue una noche como hoy, con
lluvia mansa, que la antenita de mi aparato extrasensorial captó los símbolos y
me reprodujo este sueño con un maravilloso dispendio de detalles y sentidos.
Yo era un animal amorfo, sexo
femenino, preñada constantemente.
Alimentada en abundancia por un
invisible ejército de obsecuentes.
Mieles, ámbares, tiernos tallos y
bichitos varios competían con mis ganas de comer.
Las mañanas eran perfectas, las
tardes eran horribles, dolorosas, siempre paría un ejemplar
Uno distinto cada vez.
Las noches eran para ser
embarazada. Numerosos sementales pasaban por mi alcoba.
En fin.
Supe ahí que el instinto no tiene
nada que ver con la libido humana: la fuerza de la necesidad animal tiene otros
perfiles, otros sentires y otros destinos.
No me fue permitido ver mi forma,
pero pocos detalles me dieron una imagen elocuente: era más grande que los
machos, casi el doble. Las uñas me crecían alarmantemente, de manera que había
insectos destinados a mantenerlas limadas constantemente, porque de lo
contrario, el macho del momento moría casi instantáneamente al inseminarme. Mi piel era de reptil, del tipo víbora,
suave, tersa. Mis ojos eran de una
visión magnificada, algo raro en mi comunidad. Podía ver a través de la cueva,
de la tierra, y a una distancia de un centenar de metros y más.
Mis pequeños eran retirados de mi
presencia a los dos días.
Nunca supe por qué.
Cada uno, de distinta morfología,
despertaba mi pasión maternal y el desapego era doloroso.
Un día, eran aproximadamente las
22 hs. una angustia enorme, ingente, extravagante, me inundó de pronto y ya no
quise seguir allí. Acababa de parir un hermoso ejemplar arácnido, de color
miel, ciego como es de esperar ni bien nace.
Lo alimentaba. Pero no deseaba sentir el desgarro de la separación que
ocurriría indefectiblemente a las 48 horas. De manera que en plena psicosis
postparto decidí huir de ese lugar.
Comenzar una nueva vida, menos azarosa, menos dramática.
Tuve que golpear con fuerza la
salida de la guarida, cubierta por tierra y lluvias y cascotes y lodo y pasto y
demás por tanto tiempo.
Casi me abandonaban las fuerzas
cuando cedió la arcillosa tapa y la luz del exterior entró súbitamente,
encegueciéndome por breve instante.
Algo atontada por el esfuerzo, por la emoción y por la
incertidumbre, fui caminando por el césped hacia la casa. Noté que iba creciendo
con cada paso. A razón de 25 cm por vez. De tal manera que con mi propia pata
delantera pude bajar el picaporte de la puerta de entrada a la casa. El interior me era sumamente conocido. Me
movía con facilidad. Fui al dormitorio. No recuerdo cómo encendí la luz desde
la tecla ubicada del lado derecho de la pared. Caminé un par de metros
Supe.
Supe que podría por fin verme
entera, conocerme, saber cómo era mi exterior.
Di media vuelta.
Miré el espejo por encima de la
cómoda.
Y vi una mujer mayor, bien
conservada, cabello rubio lacio, flequillo, ojos oscuros, boca chica, piel
tersa y blanca, estatura mediana, con una rara mirada compasiva.
Ese es el sueño que hoy iba a contarte, si hubieras tenido un espacio en tu agenda. Pero no.
El cuadro : Lagartija mágica. Alma Ibis Mustaky Alfonso
9 comentarios:
Me encanto!!...voy a volver a leerlo: es mi defecto, cuando algo me mueve de mi letargo mental. Gracias por compartirlo. (Eduardo)
De nueva cuenta una inquietud inexplicable me genera la lectura...por cierto sorpresiva y excelente...
La interacción sensible del cerebro reptiliano, la emoción y la cotidianidad....
Magnífico...
Me gustó tu cuento. Bien en la descripción del entorno del personaje que narra una aventura onirica. Los sueños son confusos pero al contarlos no deberían serlo. Narrada en primera persona, me hubiera gustado que fuera el Útero quien lo hiciera. Saludos
Me gusta la música del agua. Puedo sentir el ambiente enrarecido de la tormenta, puedo oler la tierra mojada. El peso del aire. La nostalgia. La cotidianidad del tiempo. Después el sueño. La transcripción en primera persona me hace ser tú (ser vos?), soy tú, soy mujer, soy útero, soy madre desgarrada ante la inexorable partida de los hijos. Después la huida, la evolución, el despertar, la tristeza y esa soledad tan llena de reproche por el ausente. Maravilloso!
La lluvia, algo tan cotidiano que puede ser la puerta de situaciones curiosas.
Un saludo, Mir
Michelangelo Barnez. Es que el útero es la primera persona. Honrada por tu comentario. Un beso
MIR
Benito López Pazos: increíblemente has comprendido la esencia, la forma y el todo. Espero que sigas comentando mis cuentos. Tienes el don de atravesar mis letras con rayos x. Salud por eso!!!
MIR
Ángel Saiz: La lluvia es como el líquido amniótico y, al mismo tiempo, la limpieza forzada de la atmósfera tanto natural como psicológica.
Te quiero mucho. Eres un infaltable en mis cuentos.
Un abrazo amoroso y fuerte para ti.
MIR
MIR.
Me agradó leerlo.
Me agradó el contenido.
Me agrado la forma.
Dicen que contenido y forma son inseparables.
Eso hace a la obra, cuando de contar algo se trata.
Es inquietante.Sí, por momentos inquieta al no saber "qué viene luego" mientras uno va leyendo.
Es interesante eso de contarle a alguien que no fue, lo que se le hubiese contado, de haber ido.
El tiempo. Siento que se mueve en otro tiempo.
Si no te molesta, me agradaría publicarlo en Arte y Palabras en la Sección Cuentos.
Gracias.
Publicar un comentario