sábado, 22 de octubre de 2011

Búmeran





Búmeran
Por Mir Rodríguez Corderí

Hasta el día anterior las  había considerado amigas. Bah, no del tipo íntimas, pero amigas al fin.
Hasta que explotó la suspicacia en el cerebrito de la más calladita, la más desapegada, la más moderada.  Sorpresas de la vida.

Y todo por un trabajo malogrado y por haber tenido que madrugar a las 5 am. - pensó- cuando la despertó el primer alarido por el fono.

Ella hizo lo único que podía hacer, enviar varios mails al “jefe” interrogando posibles causas.  
No hubo respuesta hasta mucho más tarde, cuando todas las máscaras se habían caído al suelo.
Una andanada de gritos y vociferaciones, con indudable ánimo ofensivo, se descargó por el auricular, después de anunciarse agresivamente por el MSN.

No renegó del acontecimiento porque “en la cancha se ven los pingos”era una de sus máximas favoritas. Aplicada fue.

Las otras dos, se dejaron arrastrar de diferente manera, precisamente porque son muy distintas ambas.  Pero sacaron las uñas de idéntica forma. ¡Vaya asombro!

Y pensar que una de ellas le había dicho no hacía poco “yo no muerdo  la mano que me da de comer”- sonrió al recordarlo-
Menos mal que soy fuerte en todos los sentidos o ya no tendría brazo, manos ni dedos para estar tipeando ahora en mi teclado y escribiendo este cuento corto -se dijo para sí-

Ahora se han levantado los muros de la desconfianza, la prudente distancia social y  mis reproches de haber sido una incauta en toda su  real dimensión.


Moraleja: Para situaciones del tipo “¿Tú también, Bruto?” ten la daga presta y mirando hacia afuera; si alguien se llegara a lastimar será su propia responsabilidad.




jueves, 20 de octubre de 2011

La fosa

La fosa

Mir Rodríguez Corderí


¿Hacía cuánto que esperaba? Había perdido la medida del tiempo. Estaba tan acostumbrada a esperar que él viniera a verbalizar algo que ya formaba parte de su segunda naturaleza: esperarlo.
Para que dijera, para que expresara.
No usaba reloj por esa misma razón.  Era mejor no tener una noción acabada del tiempo.  Era oportuno y necesario para no sentirse utilizada y bastardeada.  En fin.  En el fondo sabía que el único que se jodía era él y sus vacíos, sus desapariciones, sus ingentes ganas de morir reiteradas en cada gesto, en toda ausencia, en esa fina forma de decir NO ME IMPORTA.
Ella sabía que la única pala en todo el planeta la tenía en su mano.  Comenzó a cavar la fosa.  Una bien amplia para que él no se enterara que estaba siendo enterrado después de un largo velorio.
Eran los últimos días de octubre.
Cuando tiró el último gramo de tierra encima de él, supo que era libre.
Un cielo nublado y nocturno le anunciaba lluvia. 


- Va a sentirse mojado, quizás hasta  friolento, seguramente incómodo -
pensó ella sin dejar de estremecerse ligeramente. 


  - Pero feliz - se dijo para sí.  
Y sonrió por primera vez en los últimos casi 4 años.