Probablemente hubiera sido más sencillo si la
soga pasara por la cintura y subiera luego por los costados del cuerpo hasta
dar dos vueltas en el cuello.
Pero no se le ocurrió en ese momento.
La falacia llevó a que se bamboleara bastante
hasta llegar a sentir algo de sofocación y la garganta comenzara a percibir que el aire se iba yendo.
El dolor del esparto quemando casi la piel
del cuello fue más fuerte que el agobio o el ahogo.
Hoy no era buen día para asfixiarse -pensó
con angustia-